domingo 05 mayo, 2024
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«CEREBRO 40» El vivo al pozo y el muerto al gozo

Por. Bárbara Lejtik

Aún con el maquillaje de Catrina, el adorno de flores en la cabeza y un caballito de tequila que me serví solo para reforzar la inspiración, a pocos minutos de haber terminado mi anual recorrido por mi barrio Coyoacán y todavía con el recuerdo fresco del olor a copal, cempasúchil y pan de muerto de las ofrendas, en este estado de ensoñación que da esta noche tan especial en la que todos morimos un poco y los que ya murieron viven de nuevo, queremos jugar a asomarnos a ver qué hay del otro lado, coqueteamos descaradamente con la muerte, porque es eso, un juego.

Gozosos salimos a la calle vestidos y maquillados de calacas, fantasmas, diablos, personajes siniestros y obviamente del personaje nacional por excelencia, la famosa Catrina que creara José Guadalupe Posada y popularizará nuestro orgullo nacional, Diego Rivera.

Que cada vez nos involucremos más en las tradiciones mexicanas y nos identifiquemos con este día, nombrado en 2003 por la UNESCO como patrimonio intangible de la humanidad, es algo que me da muchísima emoción y no es que no me gusten también otras tradiciones, pero creo que el Día de Muertos en especial es una de las más completas y complejas que existen en el mundo, un homenaje al sincretismo de culturas, a la fusión de las costumbres de tradiciones milenarias de los pueblos mesoamericanos y del catolicismos que trajeron los españoles con la Conquista.

Hay pocos ejemplos tan vastos en elementos y tan exitosos en esta mezcla de religiones y costumbres que pareciera no se podían combinar de ninguna forma.

El orden de los factores no altera el resultado y la idea de honrar a los muertos y pensar que por una noche volverán a estar entre nosotros aunque no los veamos pero estemos seguros que al ponerles una ofrenda con las cosas que más les gustaban estamos invitándolos a venir a nuestra casa una vez más, y esto lejos de ser un escenario macabro de película de espantos, resulta un hermoso ritual que no nos da miedo sino alegría y una emoción cargada de nostalgia, esperanza y consuelo.

Este año pensé dedicarle mi ofrenda a mi roto corazón, la verdad es que evalué si el presupuesto que tenía que invertir valía la pena o me iba mejor en unos zapatos nuevos y opté por la segunda opción, dándole así la razón a una de mis difuntas favoritas, María Félix, la puedo escuchar en mi personal y egocéntrico estilo de ver la vida, diciéndome como si fuera alguien especial para ella: “Niña, a los hombres se les llora dos días y el tercero, zapatos y ropa nueva”.

De lo que no me quise perder fue del recorrido hasta donde mis pies me lo permitieron de cuanto barrio, institución, escuela e incluso de la monumental puesta en escena de catrinas gigantes del centro de la ciudad más bonita del mundo, la gran Tenochtitlán, ombligo de la luna.

Fiel como soy a las tradiciones respeté la fecha y no me comí ningún pan de muerto antes, que creo que hubiese sido mejor en vez de comerme cuatro en dos días, obviamente acompañados de esquites, tamales, dulces, zotol, chocolate caliente, atole y el tequila que me estoy tomando en este momento. Supongo que la indigestión me durará lo suficiente como para no repetir este tipo de proezas gastronómicas hasta navidad.

Sin duda todas las culturas de todos los tiempos han querido saber que nos espera después del temido túnel negro, algunos piensan que nos vamos al cielo o al infierno según lo merezcámos; los vikingos que murieron en batalla son honrados en el Valhalla, los antiguos griegos pensaban que con una moneda serían aceptados en el inframundo de Hades, los judíos esperan en el seno de Moisés, los que muy bien se portaron fueron ya premiados en la tierra con una vida de privilegios y descansan en los Campos Elíseos, los de los pueblos originarios son llevados envueltos en un petate por sus familiares y guiados por flores anaranjadas hacia el camino del Mictlán, muchos otros aguardan en un limbo una nueva oportunidad.

Yo creo y afirmo de forma personal que los mexicanos le tenemos mucho miedo a la muerte, tanta que necesitamos reírnos de ella, hacernos sus amigos y vacilar con que la llamamos, tal vez porque pensamos que si le caemos bien al encargado de decir hasta dónde nos concederá por nuestro buen sentido del humor una muerte tranquila y liberadora.

Mientras eso sucede seguiremos jugando a las cartas con ella, componiéndole canciones y poemas, dibujándola y contándole chistes, tratando de entender no por qué morimos, sino para qué vivimos, e insistiendo con la idea de que no es un final ni una despedida sino un hasta pronto y que mientras tanto tenemos dos días al año, la oportunidad de darnos todos, vivos y no tanto, una segunda oportunidad.

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