Por. Marissa Rivera
En 1974 cuando gobernaba Luis Echeverría Álvarez, el historiador, politólogo y sociólogo, Daniel Cosío Villegas, cuestionó el poder absoluto con el que contaba una sola persona: el presidente.
Jamás imaginó que, 46 años después, sus señalamientos seguirían vigentes con un presidente que rompería todos los esquemas para gobernar.
No creo que la historia se haya repetido, más bien, en nuestro México tropical la última docena de presidentes han ratificado las críticas de Cosío Villegas.
Pero hay uno, el número 12, que ha rebasado cualquier expectativa.
Con él, aquel poder desbordado del PRI regresó recargado con los mismos priistas disfrazados de morenistas.
Cuando creíamos que ya habíamos visto las formas más rancias, absurdas y autoritarias de gobernar, apareció Morena.
Un gobierno que se ha dedicado a señalar, presionar, exhibir, mentir, provocar, amedrentar y dividir a través de una formula sencilla y eficaz: aparecer todas las mañanas en una conferencia de prensa.
Donde él es el dueño del micrófono y de la verdad. Con obedientes paleros que hacen preguntas a modo y que, ante cualquier cuestionamiento serio y controvertido al presidente, él siempre tiene otros datos. Sus benditos y endebles datos.
Un gobierno que no es responsable de nada. Cuatro años eludiendo responsabilidades y culpando de todo a quienes lo antecedieron.
Un gobierno culpable por omisión o colusión en permitir que el crimen organizado participe de manera indiscriminada en elecciones gubernamentales.
Ocurrió en Michoacán, Morelos, Zacatecas y Sinaloa entre otros. Pero por fortuna se ha documentado de una manera valiente en Tamaulipas.
El Tribunal Electoral tendrá en sus manos una de las decisiones más complicadas de su historia, el financiamiento del crimen organizado al triunfador de una elección. Si lo permiten, no habrá límites. Si lo sancionan habrá un precedente y será histórico.
Un gobierno que respeta a un narcotraficante, deja en libertad a uno de sus hijos y va hasta la camioneta de su madre a saludarla.
Un gobierno que ganó por el hartazgo de la gente contra la corrupción, pero que así como Peña Nieto tuvo su “Casa Blanca”, este gobierno tiene su “Casa Gris”.
Un gobierno que enarboló la bandera de la corrupción por la llamada “Estafa Maestra”, pero que calla y protege a funcionarios en su estafa megamaestra llamada “Segalmex”.
Un gobierno que ha sometido al Poder Judicial, que ha desdeñado a los organismos autónomos y que ha despreciado a las instituciones.
Un gobierno que arma consultas “patito” para saciar su obsesión de poder. Que violenta a la autoridad electoral en la realización de consultas y paga publicidad prohibida para promoverla sin que haya un solo responsable.
Un gobierno que prometió resolver el caso de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, pero que desde hace años ocultaba la verdad, por la flagrante participación de los militares.
Un gobierno incompetente frente a la pandemia que ha costado la vida de más de 330 mil mexicanos.
Un gobierno ausente ante la crisis de salubridad que vive el país y sin empatía para los niños con cáncer y las madres solteras, por mencionar solo algunos.
Pero frente a este breve listado del “estilo personal de gobernar” no vemos a nadie que le pueda hacer frente. Incluso ya echó a pelear a sus candidatos a la presidencia del 2024.
Mientras, la oposición sigue ausente. A penas, se están asomando tímidamente algunos “suspirantes”.
¿Será, porque la intolerancia hacia las críticas alienta la persecución y la represión?
Hace unos días, José Ángel Gurría, exsecretario de Relaciones Exteriores de México y exsecretario de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, propuso, frente a líderes del país en diversos ámbitos, despertar y unirse para enfrentar uno de los mayores retos del país.
Y creo que nos estamos tardando.
