domingo 05 mayo, 2024
Mujer es Más –

Por. Bárbara Lejtik

“Vacaciones”, palabra mágica, más que un sujeto o un predicado toda una oración en sí misma, un espacio, un momento, el lugar al que todos queremos llegar, pareciera que el simple hecho de escucharla nos proporcionara todas las emociones del mundo.

Playa, campo, provincia o grandes ciudades. Familia, sol, aventura, amigos, traje de baño, mar, cerveza, horas de descanso.

Todo lo que encierra la palabra vacaciones y que además para cada quien puede tener un significado distinto

¿Entonces por qué solemos regresar tan candados cuando salimos de vacaciones?

El caso de la que escribe no es el único, pero a mi igual que a usted,  seguramente las vacaciones le representan todo un tema, antes en los emocionantes preparativos, durante la ejecución de las mismas y después con el agotamiento inminente y la depresión post vacacional.

Con la piel llena de moretones que no sé cómo se ocasionaron e infinidad de piquetes de moscos y otros bichos tropicales, con la maleta revuelta entre ropa húmeda, arena y objetos que se fueron anexando en el transcurso de la semana, una larga lista de cuentas por pagar esperando a mi llegada, de reclamos de mis gatos, de pendientes postergados, pero sobre todo con la mente y el alma llena de recuerdos inolvidables.

El atardecer sobre el mar todavía pegado en los ojos, la brisa guardada en el pelo y ese olor tan característico de la relajación.

Las pláticas y las caminatas en la playa, el permiso auto otorgado para comer sin remordimiento, la sensación de haber dejado algo de uno mismo flotando a la orilla del mar.

Este año más anheladas que nunca, después de más de dos años de pandemia, los mexicanos nos sentimos urgidos por tener, aunque sea, tres días de asueto, con poco dinero, mermados de ánimo, aun con miedo a un posible contagio y a sabiendas de que nuestra urgencia por salir puede desencadenar una nueva ola de contagios hacemos caso omiso de las recomendaciones.

Olvidamos por completo el significado de la sana distancia, convivimos más cerca que nunca, hablamos, gritamos, nos abrazamos sin cesar, compartimos vasos, cubiertos, dejamos el cubrebocas a un lado, hipócritamente solo lo usamos para movernos de un lado a otro.

La verdad es que morimos por vernos de frente otra vez, por hablar sin miedo, por sonreír y por reír a carcajadas.

Queremos olvidar el miedo, el aislamiento y la soledad de los años pasados.

Mientras que los comercios y los vendedores informales esperan con ansia que los turistas vuelvan para recuperar un poco la economía tan mermada, para empezar de cero otra vez y para jugar, aunque sea por una semana a que nuestras vidas por fin se acercan a esa lejana normalidad que antes llamábamos vida.

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