martes 16 abril, 2024
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«POLÍTICA DE LO COTIDIANO» Padres que se niegan a dar pensión, la regatean o no cumplen

Por. Adriana Segovia

Sin duda cada uno de los 230 feminicidios que se han registrado hasta mayo de este año en nuestro país, conlleva una tragedia particular. Quiero mencionar aquí uno de los más recientes, el de la abogada y activista Cecilia Monzón, quien había denunciado al padre de su hijo de 4 años por abandono y falta de pago de la pensión alimenticia. 

Ese exmarido, personaje de la política poblana, es hoy el principal sospechoso de su asesinato. Es una ironía que de los muchos poderosos a los que se enfrentó defendiendo a mujeres desde su profesión y con su activismo, sea precisamente el padre de su hijo, una persona a la que seguramente en algún momento amó, quien decidiera ejercer la máxima muestra de violencia y poder: acabar con su vida, la vida de la madre de su hijo. Desconozco los detalles de las denuncias y conflictos personales, pero lo único cierto es que nada justifica nunca ninguna violencia. 

Entiendo por la información publicada que, en este caso, Cecilia seguía con las denuncias por la negativa del padre de su hijo a pagar la pensión. Que un hombre sin problemas económicos prefiera pelear en un juzgado con tal de no darle a su hijo lo necesario para su manutención, ya es un acto suficientemente miserable; matar a la madre para “ganarle” merece la mayor condena pública, penal y moral. ¿Qué tiene que ocurrir en el corazón de un padre para dejar de ver, de considerar, al hijo o hija y sus necesidades y preferir “fregarse” a la mujer? En general y en la mayoría de los casos, toma muchas formas este daño, por lo que no me refiero solo al feminicidio, que es más bien extremo y excepcional en estos casos. Imagino que es una mezcla de altos niveles de machismo, misoginia, resentimiento, inmadurez, traumas no resueltos del propio abandono en la niñez -lo cual pronostica la repetición del mismo-, egoísmo y franca maldad. A un hombre así le pesa mucho imaginar que alguno de los pesos que tiene obligación de cubrir para las hijas e hijos, pueda llegar a representar algún beneficio, aunque sea mínimo, para la mujer.

Les comparto un caso particular que por desgracia se repite todos los días. A pesar de una mayor sensibilidad para juzgar con perspectiva de género entre ciertas juezas y jueces, en un divorcio la realidad sigue siendo predominantemente adversa para la mujer que se hace cargo la mayor parte del tiempo de las hijas e hijos.

Hace 21 años se casaron Nora y Alejandro. Pareja encantadora compuesta por dos profesionistas enamorados. Básicamente ambos eran personas muy decentes, pero en un mundo de predominancia patriarcal y machista, se tiende a reconocer particularmente cuando un hombre, como Alejandro, además de trabajador y responsable, era especialmente sensible, empático, solidario y presente con su esposa, luego con sus hijos, Saúl y René, así como con las amistades y familia de Nora.

Acordaron un modelo de familia con estructura más tradicional, él proveedor único y ella dedicada principalmente a la atención y cuidado de los niños y el hogar, con una vida económicamente cómoda y desahogada. Para las y los testigos del desarrollo de esta familia, su vida era perfecta. Hacia adentro, es muy probable que, como toda familia, se vinieran dando ajustes y crisis propios del paso del tiempo y de los reacomodos lógicos de una pareja con dos hijos. Como una decisión inesperada, para los de adentro y para los de afuera, Alejandro comunicó a Nora hace tres años la determinación de separarse. Explicó como pudo una insatisfacción con la vida que llevaba, pero prometió mantener el nivel de vida de Nora y los niños, así como a mantenerse como padre presente. Le presentó unas cuentas a Nora y se comprometió a depositarle esa cantidad mensual que cubría todos los gastos (los que había cubierto durante todo el matrimonio): colegiaturas, alimentación, ropa, casa, salud, transporte. Diré en números redondos que hace tres años llegaba a unos 50 mil pesos mensuales. El golpe emocional para Nora y los niños fue brutal, pero era una tranquilidad confiar, por el hombre y padre que Alejandro había sido, en que cumpliría con el compromiso económico y de presencia paternal.

Nora regresó a la Ciudad de México (hace unos años se habían mudado a otra ciudad por el trabajo de Alejandro) para sentirse apoyada por toda su familia que vivía aquí. Alejandro cumplió el compromiso económico los dos primeros meses, después fue disminuyendo la pensión con diversas razones o pretextos, al grado que Nora tuvo que dejar de rentar un departamento e irse a vivir con su mamá. Afortunadamente, Nora, como miles de mujeres, se puso a trabajar para sacar adelante los gastos que Alejandro dejó de cubrir, literal, de un día para otro. Y claro, además de trabajar, tuvo que partirse en mil para coordinar las clases en línea durante la pandemia, y después llevar y traer a los hijos a la escuela, apoyarlos en las tareas, cocinar y cubrir todas las labores de cuidado.

Finalmente, el año pasado, la sentencia del juicio de divorcio otorgó una pensión de 8 mil pesos mensuales, ya que Alejandro demostró ante el juez que ganaba como 20 mil pesos mensuales, “el pobre”. No importó que Nora demostrara el tipo de vida que llevaban sus hijos antes del divorcio y el monto de los gastos mensuales de los niños. Esa pensión no alcanzaba ni para las colegiaturas. El juez habló en corto con Nora para decirle que entendía su versión, sin embargo, él tenía que atenerse a las pruebas del ingreso presentadas por Alejandro. Si ella podía demostrar que los ingresos de él eran mayores (en una investigación que ella tendría que pagar) se podría reconsiderar el monto en un nuevo juicio.

A casi un año de la sentencia, Alejandro ha cumplido irregularmente con la pensión establecida. Lo cual es muy indignante, ya que le da lo mismo lo que Nora tenga que hacer para cubrir los gastos. Él, como muchos hombres, asumen que una mamá como Nora nunca permitirá que sus hijos sufran hambre, por ejemplo. Con el divorcio, Alejandro no solo se volvió extrañamente pobre, sino que desapareció tristemente el padre presente. Como Saúl, el hijo mayor, no quiere convivir con él porque se siente enojado y traicionado, Alejandro no se ha esforzado ni mucho ni de forma muy inteligente para acercarse a él. Y con René, el menor, las visitas mensuales a las que se comprometió ante el juzgado, tampoco las ha cumplido a cabalidad. Nora siempre ha priorizado que los hijos tengan comunicación y buena relación con su papá, aunque sea por teléfono; desafortunadamente, Alejandro olvidó la promesa de presencia constante con los hijos y en un giro todavía más sorprendente, se ha dedicado a descalificar a Nora como madre.

Con todo y la decepción generalizada sobre el hombre decente, buen padre y esposo que un día fue Alejandro, no estamos hablando de una maldad feminicida, como el caso del padre del hijo de la abogada Monzón. Sin embargo, sigue siendo un fenómeno para el que las leyes y el incipiente juicio con perspectiva de género no ha roto la terrible impunidad, la brutal violencia machista que representa el desapego hacia los hijos, el desprecio hacia la exesposa y la irresponsabilidad material y afectiva de los hombres como Alejandro, de los que estoy segura que todos conocemos algún caso. Las leyes no serán suficientes si no logramos trabajar en la educación y en la cultura masiva para desarrollar paternidades responsables, afectiva y materialmente.

 

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