Por. Paty Betaza
Nada es tan característico del mexicano como la capacidad de reírse de sus desgracias. Ese humor a veces bastante negro queda plasmado en la película Chilangolandia de Carlos Santos. En hora y media retrata al chilango, quien como la mayoría de los mexicanos, busca afanosamente hacerse rico en un golpe de suerte porque la vida siempre lo ha tratado mal. Ahí está el barrio, el México humilde de la periferia que busca afanosamente dar el brinco del lodazal y el cascajo, de buena manera, a través del futbol. En ese camino se atraviesan el político corrupto, el policía corrupto, el empresario corrupto, el narcotraficante coludido con delincuentes de cuello blanco, que sabe que pactar con criminales reditúa ganancias millonarias que a su vez le permiten pagar impunidad a través de la autoridad policiaca y política. A final de cuentas todos pagan un precio. Los eslabones se van juntando hasta crear la ciudad, el país de la connivencia y la impunidad. Chilangolandia puede ser también el retrato de México. A final de cuentas, todas las muertes, todo el escándalo termina con el discurso político de siempre, ese que insiste en que “se está trabajando decididamente en combatir”… Chilangolandia retrata también al país violento, especialmente con las mujeres, ese que se ríe del sobrepeso de alguna de ellas o que pide su obediencia y sumisión a ciegas a cambio de la vida de lujos. Entre tanto corrupto y ladrón hay una competencia de quien será peor: la desesperada ama de casa que quiere comprar aunque sea un refri con el dinero robado, el policía que puede cambiarle la vida a la de él y sus compañeros si se quedan con lo robado, el político que roba pero paga también al más alto nivel. ¿Les parece familiar? Y sí para nuestra alegría, a pesar de este retrato puntual de lo que actualmente somos o lo que siempre hemos sido o que probablemente ha cambiado poco, siempre hay la gente noble que no pierde la fe a pesar de todo. Más nos vale no perder el optimismo ni la capacidad de reírnos de todo y de nada. Por eso, imperdible Chilangolandia que se exhibe en algunos cines de la CDMX, por cierto con todas las medidas sanitarias ante el COVID-19. Dos fuimos los únicos en una función.