lunes 13 mayo, 2024
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«COLUMNA INVITADA» Del bolivarismo al sueño europeo en América

Por. Oscar H. Morales Martínez

Resulta por demás contradictoria la propuesta de Andrés Manuel López Obrador de “construir en el continente americano algo parecido a lo que fue la comunidad económica que dio origen a la actual Unión Europea”, tal como lo mencionó al inaugurar la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), celebrada este fin de semana en la Ciudad de México.

Por supuesto, cuidó bien sus palabras y no pidió seguir el modelo de la Unión Europea (UE), sino el de su sistema predecesor, la Comunidad Económica Europea (CEU), cuyo origen se remonta a 1957.

Antes de exponer por qué es contradictorio el discurso de AMLO, vale la pena precisar que existe una gran diferencia entre la extinta CEU y la actual UE.

En la primera, la misión era “promover, mediante el establecimiento de un mercado común y la progresiva aproximación de las políticas económicas de los Estados miembros, un desarrollo armonioso de las actividades económicas en el conjunto de la Comunidad, una expansión continua y equilibrada, una estabilidad creciente, una elevación acelerada del nivel de vida y relaciones más estrechas entre los Estados que la integran”, de acuerdo a lo que señalaba el artículo 2 de su Tratado Constitutivo.

En cambio, en la Unión Europea – resultante del Tratado de la Unión Europea o Tratado de “Maastricht” firmado en 1992 -, además de cubrir dicho aspecto económico, su regulación trascendió de la unificación arancelaria, monetaria y aduanera, a la homologación de aspectos políticos y sociales, a través de la creación y adaptación de estructuras administrativas y legales comunes, que permiten el libre tránsito y circulación de personas y bienes, entre muchos otros aspectos, creándose un ente político y legal supranacional.

Queda claro por qué AMLO no propuso establecer en América algo parecido a la Unión Europea, ya que eso implica que sus países miembros, como sucede actualmente, tienen la obligación de mantener estabilidad de las instituciones que garantizan la democracia y el Estado de Derecho, protegiendo los derechos humanos y a las minorías. En cierto sentido, bajo ese esquema se “concede” parte de la soberanía nacional.

Todo lo anterior es impensable en un gobierno autocrático como el nuestro, e imposible de ejecutar en países americanos sometidos a regímenes dictatoriales, y/o que viven en la extrema pobreza y/o que no terminan por fortalecer sus instituciones y desarrollo democrático.

Es por ello que AMLO habló de algo “parecido” a la Comunidad Económica Europea. Pero de igual manera, resulta irrealizable en América un modelo económico de tales características, no obstante que la idea en Europa haya surgido hace 64 años.

Para empezar, México no puede solicitar unión con otros países mientras el discurso político interno continúe siendo de división y odio. No es factible armonizar a los agentes económicos cuando tenemos un gobierno que rechaza claramente a la inversión extranjera y desatiende, desprotege y ahorca a las Pymes y medianas empresas.

Tampoco existe un Plan Nacional de Desarrollo a largo plazo, y los proyectos de infraestructura más grandes se elaboran sin estrategia integral y solo por capricho, sin estudios de sustentabilidad. No existe sensatez, ni visión.

Un gobierno que vitorea cómo logro el aumento de remesas del extranjero, no entiende que aplaude su propia incapacidad de generar empleos y riqueza en el país.

Este gobierno tampoco tiene como meta elevar el nivel de vida de la población. Más bien, trata de empujar hacia abajo a todos, o al menos a la mayoría. Se intenta frenar las aspiraciones legítimas de crecimiento, se hace burla de la clase media y se retrasa el reloj de los avances tecnológicos al eliminar y desproveer de recursos a la comunidad científica.

Nuestro presidente no apuesta al desarrollo, sino al asistencialismo gubernamental. De modo que pensar en un modelo económico parecido al de la Comunidad Europea resulta, además de falaz, totalmente irrisorio y demagógico.

Si esto lo extrapolamos a otros países americanos, cada uno de ellos tiene su propia problemática e imposibilidad natural para formar un bloque económico. No es posible que Cuba, por ejemplo, apueste por el crecimiento económico mientras mantenga su estructura política y social actual. Lo mismo con las islas caribeñas que se sostienen económicamente de milagro.

Quedó demostrado que la cumbre de la CELAC sirvió para tres cosas: resaltar la intención de México de apoyar a países con regímenes antidemocráticos, dándoles voz, representación y mayor atención que a otras naciones; que México perdiera una nueva oportunidad para recuperar el liderazgo diplomático de Latinoamérica que había mantenido durante muchos años, generando por el contrario pugnas entre sus miembros, específicamente entre Venezuela, Cuba, Paraguay, Uruguay y el propio México; perder el tiempo, porque no se lograron acuerdos concretos, menos aún sin la participación del presidente de Argentina y el rechazo de Brasil para participar.

Si se buscaba un mensaje de unión, fracasó la cumbre. La polarización política estuvo sobre la mesa y no solo entre los participantes, sino contra Estados Unidos a quien se le recriminó (por segunda vez en menos de una semana) el bloqueo económico (más bien embargo) contra Cuba, así como su injerencia perniciosa en la Organización de los Estados Americanos (OEA), que pretende desbaratar Marcelo Ebrard, nuestro ministro de Relaciones Exteriores.

Así, sin rumbo, el bolivarismo ahora aspira a ser un simple sistema económico, cuya idea en sí misma es por demás insostenible.

Una vez más, México hace el ridículo internacional. Como diría el cantautor Juan Gabriel, “pero qué necesidad, para qué tanto problema”. Con lo que tenemos en casa ya es suficiente.

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