sábado 04 mayo, 2024
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«COLUMNA INVITADA» Si no te atreves, nunca volarás

Por: Oscar H. Morales Martínez

Es el lema personal de Amalia Pérez Vázquez, abanderada de la delegación mexicana que participa en los Juegos Paralímpicos de Tokio, quien se convirtió hace unos días en la atleta mundial con más medallas en prueba de halterofilia (“powerlifting”), al conquistar oro en su categoría, y agrandar su leyenda como una de las mejores paratletas de la historia.

Con esta medalla, Amalia suma cuatro de oro y dos de plata en las seis participaciones paralímpicas que lleva representando a México, además de sus logros en campeonatos mundiales.

Nadie en el mundo domina esta especialidad como ella desde hace 20 años.

Así como Amalia, los atletas mexicanos desde su primera participación en los Juegos Paralímpicos de Heidelberg en 1972, han sido constantes en subir al podio.

México se ha presentado en doce ediciones, con la actual de Tokyo 2020. Hasta antes de iniciar los juegos de este año, el país había ganado un total de 289 medallas: 97 de oro, 90 de plata y 102 de bronce, que lo convierten en una de las potencias mundiales al ubicarse en la posición 22 de todos los tiempos.

México es el país Latinoamericano mejor ubicado en el ranking mundial, luego le sigue Brasil, en el puesto 24 con 307 medallas, y Cuba, en el puesto 35, con 85 preseas conseguidas.

Con la actual participación de Tokyo, México al momento ya logró conquistar su medalla de oro número 100 con la gran actuación de Mónica Rodríguez y su guía Kevin Aguilar en la carrera de 1,500 metros, rompiendo además el récord mundial.

No puede uno dejar de contrastar estos resultados con los que han obtenido los atletas mexicanos en las Olimpiadas. Sencillamente, avasalla el desempeño de los deportistas paralímpicos.

¿Cuál será la razón de tanta desigualdad de resultados entre Olimpiadas y Paralimpiadas?

En ambos casos, el apoyo de las autoridades deportivas a los atletas no es el óptimo. Sin embargo, en proporción, reciben más atención, promoción, seguimiento, patrocinio, beneficios y tutoría los deportistas que se preparan para las olimpiadas que sus similares de las paralimpiadas y, aún así, llueven medallas en éstas últimas.

Lo más triste de todo, es que en México la inclusión de las personas que padecen algún tipo de discapacidad a la vida activa, tanto social como económica, solo es retórica.

A pesar de que México tiene desde hace muchos años legislación y normativa, tanto federal como local, relacionada con la inclusión de personas con discapacidad, el problema ha sido su defectuosa ejecución o inaplicabilidad.

Solo basta con salir a cualquier calle y darnos cuenta de los problemas de accesibilidad que existen. El transporte público, las vías de comunicación, los accesos a espacios y edificios públicos y privados, las escaleras, rampas, elevadores, semáforos y otros elementos de vialidad, no están diseñados para facilitar su uso a las personas que tienen alguna discapacidad.

Tampoco existe cultura ni educación para integrarlos al sector laboral, por lo que sus posibilidades de desarrollo profesional se reducen.

En el aspecto académico, no existe un programa educativo, ni capacitación especializada a docentes y directores, que permitan lograr una efectiva inclusión de personas con discapacidad a los salones de clase.

Los triunfos deportivos de los atletas mexicanos de las paralimpiadas, paradójicamente, no son resultado de una sociedad que haya logrado integrar e incluir la discapacidad en su forma cotidiana de vida, sino más bien, son la cresta de la ola que se levanta de los arrecifes que le impiden seguir avanzando.

Esos atletas están forjados de puro corazón, esfuerzo, trabajo, disciplina, voluntad y mentalidad triunfadora, que lejos de declararse víctimas se han sobrepuesto a la discriminación, indiferencia y falta de inclusión que viven, además de sus limitaciones físicas o mentales.

A todos estos atletas y a los millones de personas que padecen alguna discapacidad en México – se calculan 7.1 millones según datos del INEGI en 2014 -, les hemos fallado como sociedad al no brindarles más apoyo e integrarlos a la comunidad. Por el contrario, la tendencia es convertirlos en un sector “invisible”.

Tiene razón Amalia Pérez, hay que atreverse para volar, sobre todo, cuando este país no te da alas para hacerlo o, como a Ícaro, te las derrite.

 

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