Sandra Vivanco
Hablar de democracia nos remite a su significado: el gobierno del pueblo. Esto es, el poder reside en los pobladores de una nación, que a través del voto libre, secreto, personal y de manera periódica eligen a las personas que les representarán y que tomarán las determinaciones que, en estricto sentido deberán mejorar las condiciones de vida de todas las personas.
Que quienes habitan una nación ejerzan la democracia, es un derecho de la ciudadanía que el Estado debe garantizar, por ello la celebración de elecciones, la existencia de instituciones para ese fin, la creación de normas y reglas que regulen los procesos electivos y la voluntad gubernamental de respetar las leyes, los procedimientos y sus resultados.
Los ejercicios democráticos desde el año pasado, alrededor del mundo se han visto afectados, como la vida misma, por los efectos del virus SARS-Cov-2, sin embargo, luchando contra esa marea se han sostenido las elecciones en diversas naciones, incluyendo las locales de Coahuila e Hidalgo, que solo modificaron su calendario, además del inicio de los procesos electorales federal y locales en todo el territorio mexicano.
Parte importante de vivir en una democracia es que los procesos no se suspendan, porque eso abriría una posibilidad de daño irreparable a la gobernabilidad, pero sí es necesaria la garantía del derecho humano a la salud en los procesos electivos y durante todas las etapas de su organización y calificación.
Pero, ahora mismo, algunas democracias viven momentos de baja oxigenación, y ello no se debe particularmente a la existencia de este virus que ha puesto al mundo entero en alerta, sino al ejercicio erróneo del poder por parte de algunas personas, si nos fijamos bien, si leemos con atención, los conceptos están bien, las interpretaciones se adecuan a los tiempos modernos y se legisla en consecuencia (no siempre a tiempo ni por voluntad, sino por sentencia pero eso es aparte), eso no es el problema, sino de actitud, a veces no es fácil dejar el poder o aceptar la derrota.
Algo así vivió el mundo entero la semana que concluye con el caso de los Estado Unidos de Norteamérica (EEUU) y la calificación de la elección presidencial.
Que el Senado determinara el triunfo del adversario político del actual presidente de ese país, el cambio de partido en el poder, fue un tema inaceptable para dicho gobernante, quien parece ser, no se detuvo a pensar que como representante popular tiene derechos, pero también obligaciones y una de ellas es mantener la gobernabilidad del Estado que representa, ya que, las personas votan para eso, para vivir en un país en paz, contar con políticas públicas adecuadas, para que alguien tome las mejores decisiones para la vida cotidiana de todas las personas, más allá de circunstancias como sexo, religión, filiaciones políticas, diversidad sexual, origen étnico, discapacidad, y cualquier otra, pues sin duda, en un país democrático la mayor aspiración de la población es vivir de forma segura.
Diversas personalidades de la política del mundo señalaron la mala actitud del gobernante en el poder, no solo por no aceptar una derrota electoral, que eso es comprensible, a nadie le gusta perder y menos a un sujeto con la personalidad que él ha dejado conocer a través del tiempo y de su forma de actuar, pero ello no justifica que en su calidad de mandatario pueda incitar a acciones violentas. Eso debilita las instituciones y a la democracia, puede inhibir la participación, generar daños mayores como la pérdida de vidas humanas, lo que sucedió el día del asalto al Capitolio.
Es una forma de enfermar la democracia, sobre todo en una nación que “moralmente” se presentaba ante el mundo como la perfecta forma de gobierno, presumiendo lo impoluto de sus procesos, hoy vemos que sus resultados son comunes como los de todas las naciones, donde la discusión puede estar en el centro y que la perfección no existe y menos la que ha querido suponer Estados Unidos de Norteamérica al intervenir arbitrariamente en la vida interna de otras naciones.
Hoy tenemos claro que los conflictos post electorales no son exclusivos de países en vías de desarrollo, con democracias incipientes, sino en democracias que han querido ser ejemplo mundial, avanzadas, de primer mundo, poderosas y adineradas como la del vecino del norte, donde queda clarísimo que, la obsesión por el poder, por conservar lo que ya no ganaste, es algo más humano que institucional y que, en el caso, provocó el asalto armado al Capitolio.
Sin temor a equivocarme, el virus de las democracias es la enferma obsesión por el poder, y debe de entenderse que el propio ejercicio democrático incluye su alternancia y la conclusión de los periodos de gobierno en tiempo y fecha cierta, si bien es cierto, en EEUU existe la reelección en el cargo de la Presidencia de ese país, eso sin duda transita por una elección donde alguien pierde y otra persona gana, punto.
En este caso perdió quien ostentaba el poder y tenía todo el derecho de inconformarse y como lo declaró, considerar que hubo fraude, sin embargo, su sistema electoral es así, él lo conoce, pues su mandato que está por concluir obedeció a un proceso similar, por tanto, sabía que necesitaba los votos del Colegio Electoral, se irá, prácticamente por la puerta de atrás, por incitar a actos violentos, lo que no debe suceder en ninguna otra nación, menos en momentos como estos, donde todas las personas estamos sensibles y necesitamos de gobiernos fuertes y robustos como robles para que tomen las mejores decisiones, para vivir democráticamente.