- Editora y autora de Cajita de Cristal y Otros Cuentos, compendio que revela el mundo de niños y adolescentes, desolados…, sin voz
Narradora, ensayista y poeta, Liliana Rivera admite ser una escritora de inicio tardío en el mundo de las letras. La pandemia tan sólo confirmó -no podía ser de otro modo estos días- que hilar ideas y textos, con singular habilidad, no es mera vocación, “Es mi pasión”, afirma y ríe. Sus versos y libros, como su vida, se distinguen por un perfil de creatividad poco común.
Cuando sumaba apenas 10 años de edad, no le agradaba leer, incluso le aburría; pero entonces germinaban en ella dos virtudes que crecieron con el tiempo: observación e imaginación; de manera que durante cinco años contó y escribió historias, cuentos y obras de teatro, alimentando sin moderación esta última. Así hasta que se vio en la necesidad de estudiar contabilidad, porque “de artista moriría, me decían”, confiesa. “Y esa niña la dormí por mucho tiempo”, relata la escritora, quien es una enamorada de la CDMX, con todo y su desorden.
¿Esta interrupción afectó el crecimiento profesional de la joven narradora? Ella suelta rápido un ¡nooo! -y destilando entusiasmo- abraza un conocido verso de Elena Garro: “Escribir es detenerse a medio camino para oír cantar a un pájaro que no existe”. Pensó tener todo, pero algo le faltaba y no sabía qué, pero un día llegó a sus manos El Psicoanalista, de John Katzenbach. “Ese libro fue el detonante de mi lado A, el que tenía de niña; me reencontré. Fue esa chispa que me hacía falta para iniciar en este hermoso caos que es la literatura”, dice festiva y agrega que la obra llegó a su vida a la edad, día y hora correctos.
Liliana Rivera conjura el color amarillo, las orquídeas y su inseparable sonrisa con frecuentes cuadros depresivos en un cóctel inusitado. “El amarillo es luminoso, llamativo y me da una sensación de alegría”, de nuevo ríe. Reconoce que todo el mundo la advierte contenta, pero que se abate con facilidad. “Soy como un casete, tengo mi lado A y mi lado B”, dice.
Observadora y penetrante, se pone triste cuando repasa algunos pasajes del nacimiento y creación de Cajita de Cristal y Otros Cuentos, libro en tres volúmenes que palpan el corazón. “Fue difícil para mi familia y para mi comenzar este proyecto y concluirlo en cuentos. Tengo dos hijos en situación especial de salud y en la búsqueda de su adecuada atención, me enfrenté con casos de otros chicos de verdadero conflicto; como maltrato, violación, cáncer, adicción, etc.”, cuenta.
Simpatizante de la narrativa de Julio Cortázar, reflexiona y sigue: “Me hicieron verlos con detenimiento. Sentí su desolación, vi en cada uno la necesidad de que los escucharan y los aceptaran tal cual son”. Destaca que hubo días pensándolos a todas horas, “merodeando mi alma”. Sintió la necesidad de darles voz y fue así que nació el primer cuento, Cajita de Cristal, que dio nombre a la antología. “Estas historias son una invitación a la reflexión, espero cumplan su propósito y que entandamos el significado de la empatía”, explica.
Vuelve la Liliana Rivera aguda y divertida para subrayar que come mole con cualquier pretexto, así como amar a su madre, “es un ser lleno de luz, misma que alcanza para quien se acerque a ella”. Luego habla del proceso creativo que practica. “Viene como un relámpago, de un sueño o de algo que capture mi atención y lo primero que está en mi mente es el final de un cuento. Si no sé mucho sobre el tema, investigo; y ya con todos los elementos escribo hasta el final, para después hacer correcciones. Es un desarrollo muy detallado”, relata.
No es menor el desafío para el libro tangible dada la coyuntura que vivimos, pero la escritora define el reto así: “A raíz de la pandemia, ves el mundo a través de una pantalla, si no estás en ella no existes. Ahora puedes estar en muchos lugares al mismo tiempo y eso es maravilloso. En cuanto a los libros han tomado fuerza en su formato digital”, precisa, y añade que de esta manera se tiene acceso gratuitamente a miles de textos, siendo las redes sociales oportunidad propicia para escritores y escritoras.
Con un gesto amable, señala al ensayo como el género literario que más le gusta. “Por su belleza, porque puede transformarse en los demás, sin perder su esencia que es la reflexión”, expresa, y adelanta un esbozo sobre su actual plan de trabajo. “Es mi segunda antología de cuentos, pero ahora libero voces de mujeres, de todas formas, colores y matices; todas tienen una pequeña parte de mí, de lo que fui, de lo que soy, de lo que quise ser, o de lo que jamás me atrevería”. Y reitera que su lado A está animado, otra vez, en la locura de las letras, para sentenciar finalmente: “cuando la tinta se mete en la sangre, ya no se sale”.