Fue en marzo 11 de este año sin fin que, tras casi tres meses de luchar de forma inútil contra la propagación del nuevo coronavirus surgido en Wuhan, la Organización Mundial de la Salud, a través de su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, calificó por primera vez el brote como pandemia.
“La OMS ha estado evaluando este brote durante todo el día y estamos profundamente preocupados tanto por los niveles alarmantes de propagación y gravedad, como por los niveles alarmantes de inacción. Por lo tanto, hemos evaluado que Covid-19 puede caracterizarse como una pandemia”.
En ese momento no se dimensionó lo que estaba por venir. De los 118 mil casos reportados globalmente en 114 países, más del 90 por ciento estaban en sólo cuatro países. Al 13 de noviembre, los casos reportados son 53 millones 045 mil 087 en 191 países con un millón 297 mil 746 decesos.
Pero, más allá de crisis sanitarias, el tejido social y económico se ha visto duramente golpeado. De acuerdo con ONU Mujeres, la crisis económica y social en la región, incrementada por el severo impacto de la pandemia, puede llevar a que en el rango de edades de 25 a 34 años se registren 117 mujeres en extrema pobreza por cada 100 hombres.
Algo grave dado que, de acuerdo con la directora regional para las Américas y el Caribe de ONU Mujeres, María-Noel Vaeza, para 2025 el PIB mundial podría aumentar en 5.3 billones de dólares si se acabara con la brecha de género. Pero al ser la realidad en sentido el inverso, irremediablemente la crisis económica será peor.
Para Rebeca Grynspan, política y economista costarricense y titular de la Secretaría General Iberoamericana, esto es un problema ya de antaño. Desde antes de la pandemia, las mujeres en América Latina ya participaban 25% menos en el mercado laboral que los hombres, ganaban 17% menos, tenían una mayor tasa de informalidad y 80% no estaba afiliada a la seguridad social, y la crisis sanitaria puede elevar el desempleo de las mujeres hasta un 50% (Forbes México).
Las crisis nunca se enfrentan en igualdad de condiciones. Con el SARS-CoV-2 no ha sido la excepción. Ni siquiera con los trabajadores de la salud, a quienes se les ha reconocido ampliamente como héroes por su infatigable labor en la primera línea de batalla. De acuerdo con ONU Mujeres, “a nivel mundial, el 70 % del equipo de respuesta inicial y profesionales de la salud está integrado por mujeres, y aun así, no están en pie de igualdad con sus colegas masculinos. En el 28 % de los casos, la diferencia salarial entre hombres y mujeres en el sector de la salud es mayor que la diferencia salarial general por razón de género (16 %)”.
Desgraciadamente las consecuencias no sólo serán en el aquí y el ahora. Se calcula que más de 11 millones de niñas podrían no volver a la escuela después de la crisis del Covid-19, exponiendo a generaciones a la pobreza y a una mayor posibilidad de ser víctimas de violencia.
La vacuna contra el coronavirus muy probablemente llegue pronto. Pero las consecuencias de la enfermedad para las mujeres sólo se eliminarán con grandes dosis de inclusión, apoyo, políticas con enfoque de género y un tratamiento intenso contra la discriminación, que por estos días no aparecen como prioridad.
