miércoles 08 mayo, 2024
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INE, 30 años

 

Aunque estaba cantado por las encuestas que ya entonces acompañaban la cobertura periodística de las elecciones, esa noche del domingo 6 de julio de 1997 los reporteros sentíamos que, al fin, había llegado nuestra fecha política del antes y el después.

La incertidumbre y la tensión en el entonces Distrito Federal se centró en el triunfo del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas como primer jefe de Gobierno electo. Pero en lo personal me tocó en suerte la nota de cómo iba a quedar el Congreso.

Fue una asignación que me dejó fuera de la algarabía de la redacción de Reforma, en un tiempo en el que, entre las concentraciones cotidianas de los reporteros, el domingo electoral era el gran día, desplazando la experiencia inmediata, de unos años atrás apenas, cuando el gran día era la convocatoria de todos los integrantes de una redacción a seguir, frente a un televisor al fondo del salón y nuestra máquina Olivetti, el informe presidencial, salvo los compañeros que cubrían las actividades de Los Pinos y del Congreso .

Confieso que no había aquilatado la trascendencia de mi encomienda, hasta que las emociones de ir conociendo los detalles, en el Instituto Federal Electoral, se concretaron en ese momento de comenzar a teclear las palabras que, como diría Sándor Márai, una vez pronunciadas, cobran vida… Y, sí, la nota era inevitablemente histórica: la Cámara de Diputados no sólo inauguraba su rol de contrapeso del Ejecutivo Federal sino que también sería un contrapeso plural.

Y así lo consignó Reforma en su primera plana del 7 de julio de 1997: “Pierde PRI mayoría”.

El balazo, como llamamos al enunciado que enmarca el título de la nota, decía: “Gobernará PRD el Distrito Federal; vence el PAN en Nuevo León”.

Es una portada inmensamente hermosa que también daba detalles de cómo quedarían los 300 curules de mayoría, con la cabeza “Reparten la Cámara en tres”. Y un corte de las cifras a las 2 de la madrugada de ese 7 de julio de 1997: 140 para el PRI, 87 para el PAN y 73 para el PRD.

Con el nombre de “La nueva época”, Octavio Paz hacía en esa primera plana reflexiones tan premonitorias como vigentes.

Leo el primer párrafo: “La jornada electoral del 6 de julio representa, quizá, una nueva época de la historia de México. Subrayo la palabra quizá porque el porvenir es imprevisible por definición; hemos dado un paso decisivo, pero aún nos falta mucho por andar y nos aguardan muchos problemas. Todo depende de nuestra capacidad para continuar con perseverancia. Recordemos que la democracia no es sólo una teoría, sino una práctica”. Eso escribió Octavio Paz.

El poeta felicitaba la eficacia y la imparcialidad del IFE, Y advertía: “El recurso que nos queda a los ciudadanos es la crítica. Debemos ejercerla con valentía. Pero también con moderación. Sólo la crítica puede limitar los extravíos de un poder embriagado de sí mismo”.

Y eso leímos en esa edición de Reforma en la que nuestras notas, hechas al alimón con Jorge Camargo, en la página 3 de la sección Nacional, consignaban: según el cómputo de la madrugada, cómo la oposición tendría en la Cámara el 54.5 % de los votos. Y en el Senado, el 55 %, destacando, en ese caso, algunos nombres de los protagonistas de la oposición: Amalia García, Enrique González Pedrero, Carlos Payán, Ricardo García Cervantes, Ana Rosa Payán. Y los de la bancada priista con el 35 % de la representación: Esteban Moctezuma, Elba Esther Gordillo, Beatriz Paredes. El texto tenía un subrayado: Adolfo Aguilar Zínser sería senador por el Partido Verde. En forma de L invertida, las dos notas de la página quedaron acompañadas por una imagen entrañable: sentado en la herradura de la democracia, su presidente, José Woldenberg, que atendía, de pie, algún comentario del consejero Alonso Lujambio. Personajes que nos eran familiares porque los habíamos seguido en el debate académico.

Y es que antes nos tocó atestiguar, con libreta de reportera en mano, la llegada de los universitarios al plano electoral. En los partidos y en el IFE.

Como estudiante y en mis pininos periodísticos, tuve la suerte de seguir en la UNAM el movimiento del CEU y su consecuente Congreso Universitario, donde se gestó una experiencia de diálogo y de acuerdos institucionales que visibilizaron nuestra pujante pluralidad.

De esos capítulos de intensa vida política universitaria, habíamos registrado las reflexiones en pro de la democracia y de los espacios que la honraran, en voz de académicos a los que les íbamos a pedir, literal, a sus cubículos en CU, una entrevista: José Woldenberg, Arnaldo Córdova, Rolando Cordera.

La gente de la Universidad Autónoma Metropolitana también era nuestra fuente informativa. El secretario general del INE, el doctor Edmundo Jacobo, lo sabe. Tenían un excelente equipo de comunicación que siempre lograba que reporteros de todos los medios llegáramos hasta sus recónditas unidades de Xochimilco y Azcapotzalco para recoger la mirada de los observadores sociales de aquel momento. Fue ahí, en esos escenarios de la universidad pública, que registramos a los actores que, como el doctor Leonardo Valdés Zurita, después protagonizarían nuestro arbitraje electoral ciudadano.

Con ese IFE se había comenzado a normalizar el hecho de que las noticias electorales se confirman en las instancias electorales. Porque a los de mi generación nos tocó, ocho años atrás, la inaugural confirmación de un triunfo opositor, cuando 48 horas después del domingo electoral del 2 de julio de 1989, el dirigente del PRI, Luis Donaldo Colosio, reconocía que las tendencias de los resultados indicaban que el candidato del PAN, Ernesto Ruffo, había triunfado en Baja California.

En la Mesa de Redacción del periódico unomásuno, donde hacía tareas de corrección sobre notas escritas a máquina, en hojas revolución, con dos copias de papel carbón, seguí la escena en la que el subdirector Gonzalo Martínez Maestre, al frente del equipo, saltó de la silla, incrédulo, cuando el señor Carlos Narváez leyó en voz alta las primeras líneas de aquella noticia que los obligaría, a altas horas de la noche, a cambiar el esquema de la portada.

Era la antesala de los 90, los años en que aprendimos a cubrir la pluralidad, su defensa y despliegue. Por eso la primera legislatura del contrapeso, derivada de esas elecciones de julio de 1997, se convirtió en fuente de información para los temas que antes se alimentaban únicamente de los discursos oficiales de las secretarías, sus funcionarios y de los estudiosos y los expertos. Fue el caso con los asuntos educativos y la definición del presupuesto para programa sociales; el debate de la salud reproductiva, el derecho a decidir, el combate a la pobreza sin clientelismos, los derechos humanos como agenda planetaria, la violencia intrafamiliar, el reclamo de las cuotas de género, entre una larga lista de asuntos públicos que hicieron del Congreso y de los partidos políticos un territorio de pluralidad activa.

Y vinieron más domingos de taquicardia periodística. El emblemático 2 de julio del año 2000 y la primera alternancia en la Presidencia de la República y las sucesivas y normalizadas alternancias en las gubernaturas, con énfasis en el reconocimiento de la pluralidad y la diversidad étnica, la deuda con los pueblos originarios y la agenda que el EZLN había colocado en el centro del debate político y público: la de la desigualdad y la marginación.

Y, sin embargo, este repaso me permitió constatar un malestar que ya antes hemos lamentado entre colegas. Y es que en medio del proceso en el que se hicieron rutinarios los prometidos blindajes electorales de los programas gubernamentales, las vedas de la propaganda, los observadores, el voto en el extranjero y la construcción de un andamiaje institucional que le diera sustento a la rendición de cuentas y al derecho a la información de los quehaceres gubernamentales, perdimos la pregunta que alguna vez, en esos primeros años de la alternancia, era, periodísticamente hablando, una obsesión: ¿eran nuestras diversas pobrezas asuntos que la democracia podría resolver?.

Porque hace veinte años los reporteros que buscábamos darle respuesta a esa interrogante por la vía de nuestras coberturas, estábamos muy entusiasmados con la ilusión de que las consecuencias de la pluralidad política también se expresarían frente a la desigualdad.

Muy pronto la pobreza como tema periodístico dejó de importar. La pobreza no vende, resumió algún editor. Pero en realidad era que el tema no estaba en la preocupación ni en la ocupación de una pluralidad política que se empantanaría en el prolongado conflicto poselectoral de 2006 y en la agenda de la violencia y el crimen organizado.

Para la siguiente alternancia, la de 2012, la incertidumbre democrática era ya una experiencia dosificada, gracias a las rutinarias encuestas, la velocidad del PREP y la información en tiempo real que nos había expulsado del cobijo cotidiano de las redacciones, para convertirnos en itinerantes reporteros multimedia.

En lo particular, como reportera y columnista del periódico Excélsior, al que me incorporé para su relanzamiento desde 2006, experimenté el tránsito –en este oficio con butaca, a veces en primera fila, para dar seguimiento a los personajes del poder– de la Presidencia de la República a San Lázaro, donde más temprano que tarde la pluralidad se impuso a la pretensión de una unanimidad ficticia con el procesamiento cupular legislativo del Pacto por México.

Porque más allá de los discursos oficiales y de las reformas estructurales, indudablemente avaladas con los votos de representantes democráticamente electos, en la conversación parlamentaria de tierra, de los pasillos, las conferencias de prensa, los chacaleos y el quehacer cotidiano de los diputados, emergieron dos fenómenos que en 2018 adquirirían la legitimidad de las urnas. Por un lado, la competencia por los expedientes de corrupción, el trueque por su silenciamiento y su uso como poderosa arma electoral.

Y por otro: el aglutinamiento de políticos del PRD, Partido del Trabajo, Encuentro Social, Partido Verde y PRI en torno a lo que se autoproclamaría como la Cuarta Transformación, conducida por el ahora presidente López Obrador.

Es demasiado pronto para juzgar si esa nueva mayoría partidista habrá de sofocar la pluralidad que hizo posible su existencia.

Lo cierto es que ahora coexisten episodios como la transparente designación este año de cuatro consejeros electorales, mediante un mecanismo ya institucionalizado que la pluralidad propició para garantizar el carácter autónomo de este instituto, y la aprobación reciente del presupuesto para 2021 que a los parlamentarios decanos les recordó el sexenio de Miguel de la Madrid, cuando ese paquete económico salía tal como llegó, sin cambios. Un tiempo lejano a la alternancia, al arbitraje electoral ciudadano y al contrapeso legislativo, elementos que dieron paso a los bienes que hoy, alertan la oposición y voces diversas, se encuentran en riesgo: el fortalecimiento del federalismo y de los derechos que dieron paso a organismos autónomos constitucionales como el INAI y el INE.

Sólo los votos del 2021, 2024, 2027, 2030… determinarán la configuración de nuestra pluralidad que, más allá de hegemonías legislativas y narrativas hegemónicas, se encuentra acreditada en sus representantes populares de diversas condiciones sociales, escolares, étnicas, con bancadas magisteriales y decenas, cientos de políticos que ya portaron más de tres logos partidistas.

Y si bien es demasiado pronto para contestar las interrogantes sobre la pluralidad política y partidista con las que ahora celebramos el 30 aniversario de este instituto electoral, vale la pena dejar aquí una: ¿Puede una sociedad darse el lujo de defenestrar su pluralidad? ¿O es que ésta merece ser cuestionada en tanto no sepa deslindarse de sus frutos adversos como la corrupción normalizada y la normalización de la desigualdad?

Independiente de las respuestas, contamos con una agenda activa y vigente de derechos y bienes colectivos, derivados de esa pluralidad, que casi todas las fuerzas partidistas reivindican en sus ofertas electorales. Es un trecho enorme que no puede desandarse y que es territorio compartido por una legislatura que se autonombró de la paridad de género y por miles de ciudadanos que reclaman y defienden sus derechos políticos y por quienes hoy estamos aquí celebrando las tres décadas de nuestro arbitraje electoral y el privilegio que hemos tenido de contarlo.

 

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