miércoles 15 mayo, 2024
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CULTURA VIDA

«CUENTO» La Monja de otro Siglo I

 

Por Raúl Jiménez Lescas

El tío Casimiro gustaba de la Historia. Con su sombrero de palma, solía sentarse al fresco de una granadina para leer sus libros. Que yo sepa, nunca le cayó una granada en la cabeza. Yo prefería la siesta y luego jugar con los primos. El patio en que jugábamos era amplio. La tarde siempre caía frescamente sobre su sombrero. Ahora me imagino que escurrían gotas de agua de su sombrero. Pero es mi imaginación. Respiraba profundo mientras leía. Nosotros, jugábamos a las escondidas con los primos. Él nos miraba de reojo. Con un ojo al gato, y otro, al garabato.

Un día nos acercamos a él, lentamente. Como gatos sigilosos. Era, sino mal recuerdo, un sábado de abril. El calorcito tan rico, como las tardes de abril. Ya sabes. Ni siquiera levantó los ojos para mirarnos. Hicimos una ronda, sentados en el suelo, manchando nuestros pantalones cortos, que ya en esos días se les decían “shores”.

–La prima Tita le dijo a boca de jarro: ¿Qué lees… tío Casi….? Así, le decíamos a Casimiro, tío Casi… o Cuasi y nos soltábamos a reír.

Que yo me acuerde… nunca se enojó. Sabía la importancia de ser “casi”. Ahora que soy “casi” vegetariano entiendo al tío Casimiro. Y, el tío Casi, dejó de leer. Cerró el libro golpeándolo suavemente y nos miró con ojos como salidos de un sueño. Es decir, ojos contentos, corazón contento.

– Los sueños de la monja que se adelantó a su siglo, dijo así sin decir “agua va”.

–jajajajaja… todos lanzamos una carcajada, que por ser colectiva, debió ser muy espectacular.

Los sueños de la monja que se adelantó a su siglo, volvió a repetir.

¿Las monjas sueñan? ¿Y cómo corren más rápido que el siglo?, preguntó la prima Tita. La más madura de todos.

Todos nos acomodamos, sin dejar de reír. Nos sentíamos a gusto. El tío nos miró dulcemente a todos, recorriendo nuestras pupilas como diciendo: “Ahora sí, voy a dar mi clase de Historia”.

– Estoy muy feliz–, dijo. Eso recuerdo. Sor Juana se adelantó a su siglo. Ese es mi veredicto final. Mi compadre Octavio¹, tenía toda la razón: “burló las trampas de la fe”.

No entendíamos nada, pero estábamos muy a gusto, quizá porque descasábamos de tanto correr.

–Ay tío, dijo Tita– ‘tás enamorado, ¿verdad?

Todos gritamos: “Tiene novia, tiene novia. Tiene novia, tiene novia”.

Pero el tío sabía lo que decía. Miren, sobrinitos, exclamó: mi novia, como dicen Ustedes, se llamó Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana².

– ¿Juana… qué?

La Loca, gritó, el impertinente del primo Atanacio. ¿Qué nombre?…. ¿no?

El tío no era torero, pero sabía torearnos con nuestras burlas e impertinencias propias de la infancia. La paciencia fue su mejor virtud. Lo recuerdo cuando me decía: “Serenidad y paciencia, mucha paciencia, mi pequeño Solín”. Yo me reía, ¿cómo Solín?, ahora sé que él escuchaba en la radio un programa que se llamó “Kalimán” y eso decía el tal Kalimán.

Mi novia, dijo, sin más. Nació en 12 de noviembre de 1651 en San Miguel de Nepantla, Amecameca. Su padre era vasco y su madre mexicana, que en ese tiempo se les decía “novohispana”. Fue una criolla. Amecameca, está ahora en el estado de México. Y, le doy para un barquillo, el que me diga –anotó con cierta burla– el siglo en que vivió mi Musa.

– ¡Quince! ¡Veinte! –se escucharon los gritos.

Ahora, lo entiendo. Le gustaba llevarnos de la Historia a las matemáticas y de ahí por la geografía hasta terminar en la Moral. Después de 35 años frente al pizarrón con sus dedos llenos de gis, nos entendía. 

– A los 3 años ya quería leer, dijo con tanto gusto. A los 8, escribió una loa al Santísimo Sacramento y, con 17 primaveras en el cuerpo, dominaba la literatura española.

Los datos fueron lanzados por el tío Casi como dardos, uno a uno, sin parar. Lo miramos anonadados.

– Con 20 clases, aprendió el latín, que en ese Siglo, –lo remarcó con la boca– fue un idioma indispensable para acceder a la Literatura y entender las Misas. Tuvo más de 4 mil libros en su humilde biblioteca.

– ¡¿4 mil?! ¡Gritamos!

– Más de 4 mil, recalcó el tío Casi. En ese entonces… niños, el Siglo Diecisiete, las mujeres tenían tres caminos: casarse, ser monjas o vestir santos. Nada más. Mi Musa, escogió ser monja, ustedes la conocen como Sor Juana Inés de la Cruz…

– Ah…. dijimos…

– ¡Me pidieron una estampita!, irrumpió el primo Man.

Como buen torero, el tío Casi, no se desviaba. Siguió, como un torero que tiene un solo fin: meter la estocada. En éste caso, una espada de cultura y civismo. Pero mañana, les termino de contar esta Historia de la Monja que corrió más rápido que su Siglo… el diecisiete.

¿Te gustó esta Historia? Cuéntasela a quien tú quieras.


¹ Octavio Paz escribió un libro hermoso sobre Sor Juana.
² Armas y Letras. Año I Núm. 4. Abril de 1944.

 

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