viernes 10 mayo, 2024
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«CEREBRO 40» Las arrugas del alma

 

Nos envejece más la cobardía que el tiempo.

Los años sólo arrugan la piel pero el miedo arruga el alma.

Facundo Cabral.

La primera vez que advertí arrugas alrededor de mis ojos, fue por ahí de pasaditos los treinta años mientras me lavaba los dientes.

Tan sencillo como lavarme los dientes con los ojos cerrados o sin mirarme al espejo, pensé.

Es como una ley, cada que uno cumple años advierte nuevas arrugas en la piel, después de un tiempo no es que desaparezcan sino que uno se acostumbra a verlas y les pierde el miedo, las aprende a interpretar e incluso nos parecen familiares, como si siempre hubiesen estado allí.

Y es que al parecer las arrugas llegan a nuestra vida antes de que las podamos ver, se van formando poco a poco como las estalactitas en una gruta o las capas en las montañas, con cada sonrisa y con cada emoción las marcas van quedándose sigilosamente hasta convertirse en surcos, por eso hay arrugas bonitas y arrugas feas.

Cundo la gente se ríe con muchas ganas, todas las líneas que cruzan su cara le dan un impacto mucho más fuerte a su sonrisa, como si con los años fuera cada vez más genuina y más merecida.

La marca de un ceño fruncido por tanto pensar es una pista de que estamos frente a alguien analítico y responsable.

En cambio, las arrugas de amargura, de enojo o de tristeza no se pueden disimular, no hay cremas ni inyecciones que las atenúen porque son como la mirada, están ahí para contarnos la historia de una vida o para advertirnos discretamente cuando estamos frente a una persona iracunda y explosiva.

Las arrugas son como el camino, como la carretera de nuestro cuerpo, junto con las cicatrices pueden contar la historia de cada quien, qué tanto hemos reído o hemos llorado, si nos hemos preocupado mucho o si la vida nos hizo amargo el carácter, son un mapa que habla de lo que no queremos decir, de lo que hay en nuestra alma, son como la piel de una fruta o la pasta de un libro, las paredes de la casa que somos.

Alguna vez yo me enamoré de una arruga, era un surco profundo en la frente, me gustaba jugar a que el filo de mi dedo se quedara atorada en ella, era una arruga que hablaba de experiencia y de capacidad de asombro, de mucha risa y mucho sueño, pero sobre todo se formaba cuando los ojos que estaban de bajo le veían con amor.

Mi cicatriz favorita es sin duda la de mis cesáreas, son el trofeo que tiene mi cuerpo por haber sido madre, también me encanta una que tengo sobre la ceja, recuerdo de un accidente y que me hace sentir una superviviente, es información precisa de que a este partido vine a dejar la vida en la cancha.

Las arrugas del alma, las tristezas que no nos podemos quitar, los miedos, los rencores que no se pueden reconciliar, traspasan la piel, se vuelven máscaras, nos acusan como pancartas, también la alegría por vivir y la ternura se salen por los ojos y se expresan en la piel, hablan de lo que llevamos por dentro y nos embellecen como el arcoíris ilumina un cielo que lloró y superó la tristeza.

 

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