miércoles 01 mayo, 2024
Mujer es Más –

 

La cultura judeocristiana, que permea en mucho nuestra visión del mundo, nos ha condicionado de forma muy primitiva e inconsciente a pensar que los pecados o “faltas”, por hablar un lenguaje laico, son merecedoras de castigos (divinos). Por más laicas que sean las personas, no deja de permear la idea de que si algo negativo nos pasa, en el fondo es consecuencia de que hicimos algo malo. La culpa ha sido clave de la dominación en las relaciones, las familias, las instituciones y las culturas.

Un giro de este pensamiento primitiva se popularizó en un sentido aparentemente laico, cuando se difundió en la cultura popular la premisa de que las enfermedades son consecuencia de lo que hacemos, o pensamos, o de las emociones que nos dominan. Una representante altamente conocida en el mundo de la “autoayuda” es la escritora norteamericana Louise Hay (1926-2017), quien con libros como Usted puede sanar su vida promovió estos principios con el objetivo de que las personas sanaran físicamente cambiando sus emociones y actitudes.

Sin duda Hay invitó a la gente a responsabilizarse de sus emociones, sin embargo, una de las formas de interpretar a Hay, y a otras corrientes similares, terminó, para mi gusto, en una nueva y “laica” forma de culpa: “las personas tienen cáncer porque no resuelven su resentimiento”, por ejemplo, o “te duele el cuello porque no puedes ver los dos lados del problema”. Algunas de estas ideas son metáforas interesantes y atractivas, pero las afirmaciones del tipo “todo sucede por una razón”, con agregados de que además eso que sucede es divino y agradecible, terminan culpando a la víctima; entonces las personas son “causantes” de sus enfermedades o desgracias; así que no solo te da cáncer o te violaron, sino que además o eres causa o te sucedió para que aprendieras algo. Esta ominosa re-victimización de alguien que ha sufrido una desgracia me parece una brutal forma de culpabilización y violencia, y por tanto también tiene una reminiscencia religiosa, porque todo pasó “por algo”.

En contraste con estas posturas, y dentro de las mismas lecturas populares (no es en un sentido peyorativo, solo me refiero a que no son textos académicos), me inclino más por autores como Harold S. Kushner, que en su libro: Cuando las cosas malas le pasan a la gente buena, tira todo este sentido de culpabilidad, concluyendo que las desgracias ocurren, porque ocurren, sin que haya mayor sentido de destino, causalidad, culpabilidad o merecimiento. Aunque eso pierda para mucha gente la idea tan preciada de “sentido” (y que conste que eso no le quita tampoco nada a su identidad de hombre religioso a Kushner).

La pandemia que vivimos es un fenómeno que provoca tal miedo, incertidumbre y estrés, que pone en juego muchas ideas de pensamiento mágico, con esa reminiscencia religiosa o culposa. Y entonces se vuelve un dilema y un equilibro delicado difundir la información que brinda la evidencia científica sobre lo que ayuda a prevenir el contagio, por un lado, y el fanatismo, la culpabilización, la politización y la ignorancia, por el otro. Incluso la información misma es utilizada para acrecentar estos últimos. Y todas éstas, insisto, son reacciones al miedo. Nos hacemos a la idea de que si “nos portamos bien”, “somos personas virtuosas”, “somos personas sanas”, no nos vamos a contagiar. Hay una confusión perversa entre “cuidarse” y “ser virtuoso” y de ahí por supuesto deriva el juicio y culpabilización “al otro”, al que se contagió.

Hemos oído decir cosas ignorantes, fanáticas y politizadas de algunos gobernantes que “utilizan” la información para sus fines; pero no escapan a ese uso personas de diferentes clases, escolaridades, profesiones. Es increíble lo que el miedo puede llegar a hacer decir a las personas, que oscilan entre el autoengaño y el juicio sumario al otro, para arrojar “mágicamente” el “mal”, afuera de su casa.

La información basada en evidencia científica nos orienta sobre cómo podemos protegernos “lo más posible” de un contagio, pero nadie puede garantizar que no vamos a enfermar. Nadie está en ninguna posición “superior”, ni moral, ni económica, ni siquiera de salud, que garantice nuestra inmunidad. Hacemos lo mejor que podemos con lo que sabemos, con lo que tenemos y con nuestras propias necesidades e idiosincrasia. 

En este país el COVID se ha cobrado a la fecha 82,726 muertos, por respeto a ellos, a sus familias y a nosotros mismos, practiquemos el autocuidado de la salud, lo mejor que podamos, y también practiquemos la compasión; bajémosle al juicio y a la culpabilización de los otros, ese sería un cuidado de los seres vivos y muertos y de su dignidad, igualmente importante.

 

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