domingo 28 abril, 2024
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«HIPERREALISMO FEMENINO» Cuando el virus llega a casa

 

En nuestro país, de acuerdo con datos oficiales del gobierno de México, se estiman más de 360 mil casos positivos acumulados, y alrededor de 40 mil defunciones a causa del COVID-19. Más allá de las cifras, los estragos de la pandemia tocan todos los aspectos de la vida humana, nos ha puesto en jaque a escalas que resultan inmedibles.
Pero los números son fríos, nos asombran y nos hacen portar el cubrebocas, pero no nos dicen mucho. Las historias de quienes han dado positivo, de las personas recuperadas, y de los familiares de quienes han fallecido; son las que nos acercan a la dimensión real del mayor reto para el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, según las Naciones Unidas.

Cuando un familiar enferma, se siente como cargar a cuestas los más de 300 mil casos acumulados; en ese momento se muestra el verdadero rostro de esta dolorosa contienda.

La primera batalla inicia cuando hay que tomar una decisión rodeada de miedos: ir o no ir al hospital. Lamentablemente los escenarios que se proyectan en los medios y las redes sociales, son más que abrumadores, y ante el temor de no volver a ver a tu familiar, sencillamente se paralizan los pensamientos y la capacidad de tomar las mejores decisiones.

Después, si no se agrava la situación, toca reacomodar la vida drásticamente, para hacer frente al aislamiento del hermano, la esposa, o el cuñado. Justo en ese momento todos los riesgos de contagio se tocan con la piel y el aire que se respira. Las especulaciones se desvanecen: el virus existe y está en casa. Un terror ambivalente se apodera de las entrañas: el hecho de que tu familiar está al borde de la muerte, y al mismo tiempo, que cuidarle te pone en la misma posición de riesgo.

La siguiente batalla –que no por enumerarles significa que no sucedan simultáneamente– comienza al echarle ojo a los ahorros y ver si son viables las pruebas para toda la familia, y si no alcanza, la angustia se convierte en la dieta de las próximas dos semanas.

Y si la falta de aire del esposo, la madre o la hermana, no deja más opciones que acudir al hospital para atender la urgencia, en ese caso sólo queda fiarse del servicio de salud pública. Con suerte no toca enfrentar la saturación de los hospitales reconvertidos, de lo contrario resta exigir casi a gritos la atención del familiar que pierde vida en cada bocanada.

Para ese punto, las estadísticas ya enfriaron los huesos y las esperanzas. Mientras se llevan al esposo en esa capsula que suspende el futuro, también se desvanece el presente a tal grado, que se vuelve de tonos sepia. La mirada de terror del esposo mientras lo mueven en esa camilla desconsolada, se siente como vivir esas 40 mil partidas sin despedida. Esos segundos saben a todos los dolores que siguen sin dolerse.

Luego viene el recrudecimiento de todas las desigualdades que nos atraviesan. Hay que sacar el cochinito (si la situación dio para tener uno en algún momento), y si no, a valerse de lo que se tenga a la mano. Lo mismo toca hacer efectivo aquél dicho de que “los bienes son para remediar los males”; o adquirir deudas; o esperar que otros familiares estén en posibilidades de sumarse a la crisis que se atraviesa.

Mientras tanto el familiar enfermo, pelea a solas y con poco aliento, todas las batallas de una especie entera.
Por si fuera poco cuando alguien enferma, se generan costos colaterales que se manifiestan con la estigmatización social. La paranoia en la que nos coloca tanta información y desinformación sobre el virus, desborda la cordura y la sensatez de algunas personas. Entonces se enfrenta la lid del miedo colectivo, que como ya se ha visto, puede resultar todavía más peligroso que la misma enfermedad.

Así, el covid-19 nos reprocha la precariedad sistemática en la que nos hallamos. Reúne todas las crisis y las arroja sobre nuestra piel. ¿Quién está preparado para tanto? Aparentemente ningún Estado, ningún sistema de salud público, ningún sistema de gobierno, ninguna familia, ninguna persona; lo cual no excusa irresponsabilidades sociopolíticas, ni institucionales, y tampoco individuales.

Lo cierto es que cuando el virus llega a casa: los rostros se desvelan y nos sacude con violencia el desbalance de los pantanos sobre los que pisamos.

Finalmente, (si es que todos estos acontecimientos se pudieran enunciar en algún orden) si el algoritmo juega a nuestro favor, la persona que amamos será parte de los más de 200 mil recuperados, pero si no, se nos colarán por la ventana las estadísticas, las desigualdades, las irresponsabilidades y todas las fisuras de este mundo fracturado.

 

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