jueves 03 octubre, 2024
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COLUMNAS GILDA MELGAR

«DOLCE ÁLTER EGO» ‘Corona blues’ o el consumismo que viene

 

Los filósofos contemporáneos en boga, como el coreano Byu Chul Hang (1959), lo advirtieron desde el comienzo de la pandemia y el confinamiento de millones de personas en todo el mundo: ni el encierro, el aislamiento social o el capitalismo retenido por el Covid-19 cambiarían nuestra vida social ni nos harían mejores personas. 

El sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos (1949) señaló en abril pasado al diario El País que la nueva conciencia sobre la fragilidad humana ─derivada de la pandemia─, forzó el cambio en nuestras rutinas diarias obligándonos a pasar más tiempo en familia en lugar de escapar y salir a la calle para seguir consumiendo. Y sentenció que, aunque el modo de vida alternativo al hipercapitalismo siempre estuvo disponible para todos, “solo las calamidades hacen visibles las alternativas”.

Al contrario, Chul Hang incluso se mostró escéptico con respecto al surgimiento de grandes cambios como consecuencia de la pandemia y vaticinó la exacerbación de “una sociedad de individuos aislados, narcisistas, solitarios, deprimidos y perpetuamente insatisfechos”.

Si bien los meses de encierro nos han orillado a reflexionar personalmente sobre las cosas verdaderamente importantes, como la salud, los vínculos y las redes familiares, la amistad y los rituales sencillos de la vida y, como sociedad, a analizar el modelo económico que nos rige y que en tiempos de crisis hace más visible la desigualdad social y la urgencia de un Estado protector, lo mismo que han resaltado la importancia de las labores de cuidado, parece ser que nada de eso llevará a la sociedad en general a replantearse el actual estilo de vida y mucho menos a preguntarse qué tipo de mundo desea heredar a las próximas generaciones.

Esto es así en todo el mundo. Lo constatamos primero en mayo pasado, cuando el regreso de la actividad comercial en Francia se volvió viral por las imágenes, que le dieron la vuelta al mundo, de kilométricas filas de personas esperando ingresar a la tienda de ropa Zara.

En la Ciudad de México, este miércoles reabrieron sus puertas al público 338 centros comerciales más 263 tiendas departamentales y a pesar de que el regreso se da con las restricciones que marca la emergencia sanitaria aún en color naranja, la gente se volcó a la calle para ingresar a las tiendas sin importar las interminables filas ─como se pudo observar en videos o fotografías─ y sin respetar para nada la sana distancia. 

Cierto es que, por otro lado, un amplio sector de la clase media no sólo no extrañó la compra física en tiendas, sino que se volvió más ducha en el e-commerce. Amazon, por ejemplo, además de incrementar sus ventas, aumentó su valor en el mercado en 32 por ciento, posicionándose en el primer lugar mundial con unos 100 mil millones de dólares más que en 2019.  

Seguramente durante la pandemia la mayor parte de las compras en el sitio online más famoso no han sido sobre productos esenciales, pero sí más relacionados con la higiene y el cuidado personal. Tras el cierre de los gimnasios y las estéticas, la marca vio crecer las ventas de aparatos para ejercitarse en casa, así como todo lo relacionado con el cuidado del cabello.

Pero un producto femenino nada económico se ha llevado el primer lugar de ventas en China y España. Se trata del champú premium de cebolla morada y azufre de la casa Nugella and Sulé (con un costo de 19.90 euros por 250 ml) cuyos pedidos se incrementaron en 80 por ciento durante el confinamiento. Las chinas adquirieron más de 100 mil frascos en sólo un mes.

Los coreanos bautizaron como corona blues a la depresión causada por la pandemia. La soledad y el aislamiento que, según Chul Hang, ya dominaba en nuestra sociedad, ahora se acentúa con la supresión de las experiencias comunitarias y la desaparición de algunos rituales. 

No podemos hacer fiestas de cumpleaños ni abrazarnos; no podemos ir a conciertos ni bailar pegados mientras sudamos. Y es por eso que, para escapar del vacío emocional y la rutina, consumimos más. Vamos en busca de nuevas emociones aunque nos las despachen en un frasco de plástico y huelan a cebolla.

 La culpa es del corona blues que, lejos de hacernos visible una alternativa de vida menos egóica, nos hunde cada vez más en el espejismo de la gratificación instantánea. 

 

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