domingo 19 mayo, 2024
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«POLÍTICA DE LO COTIDIANO» Duelos del COVID

 

Para Cristina

Esta pandemia nos ha llevado en unos meses a cambiar radicalmente prácticas, ideas y perspectivas sobre la vida. Pensando en la vida y cómo conservarla, por la amenaza permanente de la muerte que trae el COVID. No solo se trata de las más de 400 mil muertes por el virus en el mundo a la fecha, se trata de las formas de morir en este contexto: sin compañía física, sin tocarse, sin abrazarse, sin despedirse en persona, sin poderse consolar con el cuerpo, con el tacto, tras estas pérdidas.

De por sí siempre nos cuesta saber “cómo estar” con las y los dolientes en situaciones de no pandemia, nos angustia qué les vamos a decir en el velorio o cuando les veamos por primera vez. ¿Les escribimos o les llamamos? O mejor nada, “para no molestar”. Pero no era tan mi amiga, o, la verdad nos quisimos mucho, pero recientemente no nos veíamos tanto. ¿Qué tanto me acerco? ¿Qué es lo prudente?

Los rituales de las distintas tradiciones de hecho ayudan a poner un cierto marco sobre lo que procede y no en tales casos. Sin embargo, hay que asumir que nada es totalmente correcto o incorrecto porque también depende de lo que cada doliente necesita. También ocurre que con toda la “corrección” o empatía que deseamos tener, ciertamente queremos considerar a la persona en su pérdida, pero también nos protegemos a nosotros mismos desde nuestras defensas, desde todas las cosas que nos decimos para no sentirnos tan amenazadas o amenazados por la exposición al dolor, el dolor del otro, el dolor que nos atraviesa a ambos y en la historia de nuestra relación, y el dolor propio.

En ese “catálogo” (o “decálogo”) de defensas aparecen todos esos razonamientos o pretextos sobre el acercamiento, así como esas otras cosas que la gente dice ante la impotencia: “debieron haber hecho esto o no debieron hacer aquello”, “por qué ella o él, si era buena persona”, “¿se habrán cuidado?”, “seguro no lo/la atendieron bien en el hospital”, “es que no le echó ganas”. Es decir, buscar probables causas que en realidad son “culpas”, con la ingenua idea de que la muerte, finalmente y de alguna manera, se pudiera evitar, por alguna razón moral o práctica.

Hoy nuestros rituales han sido drásticamente alterados y hay menos certezas sobre cómo mostrar empatía a los dolientes. No tengo la intención de hacer ningún catálogo, pero dejo aquí para pensar, que no sirve mucho la búsqueda de culpables o “causas”. Lo que sí parece imprescindible, y esto lo comparten la mayor parte de quienes han (hemos) sufrido pérdidas, es buscar la manera de acompañar, en una actitud que va desde la empatía hasta la compasión. Acompañar es estar para el otro de forma empática y/o compasiva, sin aconsejar, solo saber que alguien está. Las palabras y los gestos más simples pero genuinos parecen ser los más reconfortantes. Pero estar, de cualquier forma que a cada quien le salga. Lo único que no sobra es la compañía, mientras más silenciosa, discreta y respetuosa de los deseos del doliente, mejor.

Este acompañamiento también se ha tenido que reinventar en estos días, porque justo la simple presencia física es la que debe evitarse para seguirnos “protegiendo”, para seguir “estando”, qué dolorosa paradoja. Algo muy importante, acompañar también sana a quien lo hace.

Algunas personas creen que las crisis o las pérdidas transforman a las personas positivamente. Esto solo es cierto cuando la gente desarrolla estrategias resilientes. Salir de las pérdidas fortalecidos es una posibilidad factible cuando se transita en compañía. Además de otras herramientas a desarrollar. Ojalá que cada quien busquemos en esta crisis los recursos necesarios para salir fortalecidos. Esos recursos, por cierto, no son nunca individuales, los más eficientes son siempre con y para los otros. Si no desarrollamos esos recursos, nos ganará la desesperanza. 

Escribo esto por el privilegio y oportunidad de haber acompañado en estos días las pérdidas de consultantes y amigos. Como dije antes, porque acompañar también es sanador para una misma. Pero también porque hoy la pérdida me tocó más cerca con la muerte de Juan José, el tío de mi hijo Pablo. Su familia paterna nunca ha dejado de serme cercana y entrañable. Quisiera justamente poder ser compañía y poder acoger algo de su inmenso dolor. Abrazo especialmente a su mamá Cristina, y a sus hermanos Daniel y Alejandro, así como a su esposa Nayelli y a sus hijos Dann y Nehidy. Estoy segura que mucha gente los ama y los hará sentir bien acompañados.

 

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