lunes 07 octubre, 2024
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«POLÍTICA DE LO COTIDIANO» ¿Nuestras familias son fraternales y nos protegen de la violencia?

 

La declaración del 6 de mayo del Presidente López Obrador con relación a que no era verdad que había aumentado la violencia familiar durante el confinamiento ha sido desmentida con cifras duras por muchas académicas y activistas en varios medios, así como en comunicados que exigen el reconocimiento y rectificación de una afirmación que termina siendo ofensiva y peligrosa para las mujeres, niñas, niños, adolescentes, personas mayores, personas con discapacidad, personas LGBT y otras personas vulnerables que sufren siempre violencia, pero especialmente ahora que no pueden distanciarse de sus agresores dentro de su hogar.

Decir que “en México tenemos una cultura de mucha fraternidad en la familia” y que ésta sea la explicación de por qué no había aumentado esta violencia es riesgosa cuando la dice un Presidente, pero además refleja dos graves problemas de nuestra cultura que terminan siendo dañinos para las personas (por no decir patológicos): la idealización de ciertas figuras sociales y la negación de la realidad.

Generalmente son los grupos más conservadores de nuestra sociedad quienes tienden a sacralizar a la familia como un ente único (además de concebirlo como de un solo modelo: pareja heterosexual con hijos e hijas de sangre) capaz de contener todas las virtudes y capacidades que necesitan los seres humanos, porque su composición y “valores” le son suficientes para esto. Como la familia, existen otras figuras idealizadas y dominantes: la madre bondadosa y pura, el hijo o hija fiel y obediente a sus padres, el padre protector. Estas figuras idealizadas han formado parte de una presión social para pertenecer a un estereotipo que no existe, pero que además obliga a muchas personas a presionarse por cumplir con el estereotipo o bien a sentirse fracasadas por no pertenecer al mismo.

Además de las innegables cifras mencionadas respecto al aumento de la violencia durante la pandemia, he tenido la oportunidad de trabajar por más de 25 años con familias en general y con familias con violencia. Desde luego que creo en sus recursos y posibilidades y en que cuando son saludables emocionalmente sí son un factor de protección de la salud emocional de sus miembros. Pero las familias no son en sí mismas, por su sola composición o existencia, benéficas, se necesita además que tengan una protección de las políticas públicas, así como apoyos y trabajo terapéutico, si es el caso, para ser psicosocialmente saludables.

El problema de la negación en las personas, las familias, las sociedades o los presidentes, es que un diagnóstico inadecuado lleva a soluciones fatales. Si negamos que huele a quemado y que la casa se está incendiando, no saldremos corriendo para salvarnos, moriremos. Si negamos que nos sentimos mal, no acudiremos a la medicina para curarnos. La negación les sirve a muchas personas para sobrevivir, para no enfrentarse al dolor extremo, pero mantener ese mecanismo por siempre y para todo, impide a las personas ver su realidad y tomar decisiones asertivas para solucionar los problemas, por dolorosos que estos sean. Si negamos que muchos hogares son lugares peligrosos porque los miembros con más poder someten con violencia a los más vulnerables, estaremos condenando a la muerte espiritual y/o material a muchas víctimas. El antídoto social de la negación ha sido la visibilización, con cifras, con información, con activismo, con gritos, con comunicados, con manifestaciones, con denuncias; así como en los hogares a veces alguien tiene que gritar que hay peligro, pero no siempre son escuchados o la violencia les silencia. Como dije en mi columna del 2 de abril, las y los vecinos que seamos testigos de violencia tenemos que ser la voz de quienes están siendo violentadas en sus casas.

No, las familias no son en sí mismas fraternales y muchas son realmente peligrosas para sus miembros más vulnerables. Si seguimos idealizando y negando, seguiremos siendo cómplices de la violencia en el hogar.

 

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