Todo se nos volvió inédito. No solo a los mexicanos, al mundo. Millones de personas estamos en aislamiento social por un pequeño enemigo invisible y letal. Lleva consigo más de 177 mil muertes y más de 2 millones y medio de contagiados.
Las economías se detuvieron. El precio del petróleo ingresó al subsuelo, a números rojos. Nadie compra porque nadie lo ocupa sin actividad económica. Los empleos se han perdido. Las bolsas de valores han recibido fuertes impactos negativos. Tiempos difíciles.
Pero más difíciles para la gente. Más para algunos que para otros, sin duda. Porque hoy, ese inefable bicho nos reseteó, nos cambió la rutina, nos modificó la forma de vivir. No hay vacuna, ni medicamento que la cure.
Difíciles, por la situación económica que se agravará en los meses venideros con finanzas seriamente afectadas. Pero más difíciles por el encierro. Si, por ese pertinente encierro que nos desnuda y nos exhibe tal como somos.
Tristemente he visto y he sabido de gente que le resulta dificilísimo quedarse en casa. Que prácticamente retan al coronavirus. Que se sienten inmunes. Que dejan su destino a “lo que Dios diga”.
De verdad, es complicado entender por qué no advierten el peligro. Según las encuestas publicadas, 8 de cada 10 personas tienen miedo a contagiarse. ¿Y luego? ¿Por qué no se quedan en casa los que no tienen necesidad de salir? Los que viven al día y comen de lo que ganan, se entiende y se respeta. Si no hay nadie que les ayude, ellos tienen que llevar un plato de comida a sus casas.
Pero ¿los otros? ¿No será que tienen más miedo a enfrentarse al aislamiento? Porque el encierro nos ha provocado una introspección de lo que es realmente nuestra vida, sin la infinidad de actividades que tenemos y que nos consume prácticamente todo el día.
Justo aquí, necesitamos la capacidad de entender nuestro entorno actual, trabajar en casa, estudiar, hacer la comida, el quehacer, atender llamadas, videollamadas, resolver nuestros pendientes, hablar con nuestros familiares, buscar actividades de distracción, convivir y ser tolerantes, muy tolerantes, porque los cambios de humor ante un encierro son inevitables.
Convivir las 24 horas de la semana, de las semanas, con nuestros más cercanos, quizá puede tornarse en reto, pero también nos puede dejar grandes enseñanzas para todos.
Después del Covid-19 la vida, seguramente no será igual. Ojalá fuéramos mejores seres humanos todos, mejores ciudadanos, mejores compañeros de trabajo, mejores vecinos, mejores padres, mejores familias, pero no hay ninguna garantía de que esto ocurra.
Hoy, estamos frente a la fase 3 de la pandemia, donde si tu familiar se enferma y tiene que ir a un hospital, tal vez no lo puedas volver a ver, ni siquiera lo podrás velar si fallece.
Es ahí donde el encierro nos tiene que importar a todos. Salir es alto riesgo, salir es la posibilidad de arriesgar a los tuyos. Por eso debemos insistir en que si te cuidas tú, cuidas a otros.
Algunos hospitales ya están saturados, hacen falta médicos y enfermeros, respiradores y equipo necesario para que los trabajadores de la salud atiendan a los enfermos sin ser riesgo de contagio.
La incertidumbre es terrible y además nos provoca ansiedad. Aún no sabemos la magnitud del daño. Y menos sin datos confiables. Solo caminamos con las experiencias de quienes ya han sufrido el embate.
Nos acaban de advertir que la fase crítica será la primera semana de mayo, por lo que está en nuestras manos, cuidarnos, protegernos y encerrarnos, para abrazar, después, a nuestras familias y a nuestros amigos, o de plano, seguir retando al destino.
Por eso #QuédateEnCasa.