sábado 11 mayo, 2024
Mujer es Más –
COLUMNAS GILDA MELGAR

«DOLCE ÁLTER EGO» Comer en tiempos de encierro

 

El pasado fin de semana hice mi súper y si bien sabía ya de las “compras de pánico”, aún no había sido testigo del desabasto de artículos básicos. Y efectivamente, los pasillos del papel higiénico, cloros y desinfectantes líquidos estaban totalmente vacíos.

Por supuesto que el pasillo de enlatados y atún estaba igual, pero nunca imaginé que el de las pastas y las harinas también.

Ante tal situación, lo primero que pensé no fue si las compras de pánico están justificadas o no. Sólo pensé que somos un país de gordos. Y para confirmarlo, me bastó con observar la mercancía de los carritos antes del mío en la enorme fila hacia la caja, pues varias personas también llevaban botanas y frituras como si no hubiera un mañana.

Entiendo bien que en momentos de crisis como el que atravesamos se activa el mecanismo de supervivencia y el “sálvese quien pueda”, y no me refiero precisamente a los saqueos protagonizados por jóvenes en el Estado de México y la CDMX, sino al acto animal de guardar comida para la “época de frío”.

Con la claridad de que el #quédateencasa por el Covid-19 no es lo mismo que estar de vacaciones, me sentí aliviada al comprobar que mi mercancía tenía un porcentaje mayor de productos frescos.

Así fue como esta primera semana de encierro mi vocación de cocinera y mi lado optimista me llevaron a preparar guisos sanos, pero también muy elaborados, de esos que se llevan “su tiempito”. Al principio todo iba bien.

Al tercer día, mis hijos, malhumorados y aburridos, me preguntan como a las 6 de la tarde que qué vamos a cenar. Y yo apenas había terminado de recoger la cocina ¡Ay no! Aún optimista, piqué jícama, naranja y pepino. Eso sí, les puse mucho limón y poca sal por aquello de que “hay que reforzar el sistema inmunológico”. Percibí que con “mis cuidados” logré bajarles su ansiedad.

Y es que el solo acto de comer nos brinda seguridad, y si además alguien nos lleva los alimentos hasta la mesa, nos sentimos cuidados y queridos.

Al cuarto día de “apapachos” comestibles me pregunté: ¿de verdad voy a pasármela cocinando así todos los días? ¿De verdad voy a dedicarme horas a picar verduras y a lavar platos para paliar el estrés del encierro? Y sentí un terror absoluto…

La dura realidad es que cuando estamos ansiosos confundimos la comida con el amor. Y casi todas las emociones nos hacen comer de más. Pero comer sano no es barato ni fácil.

¿Quién no va a estar ansioso ante el confinamiento, la incertidumbre y la desesperanza? Si a esos sentimientos les sumamos la realidad innegable de un ambiente crispado, polarizado e inseguro, es muy fácil caer en depresión.

La razón me dice “come ensaladas, verduras y pollito”, pero la ansiedad, la angustia y la desesperación me piden unos “plátanos fritos” o una “quesadilla de harina con mucho chorizo”.

Estoy segura de que mis hijos también preferirían una bolsa jumbo de cacahuates japoneses en lugar de mis verduras. Pero otra vez me digo: “no son vacaciones”, ellos “deben comer sano porque tienen que hacer las tareas”, y ahora más de las que les encargan a diario, porque todos nos sentimos con culpa por dejar de ser productivos, hasta los profesores, y por eso “se han pasado de la raya” con los deberes de cuarentena.

¿Qué hacemos, si sentirnos a salvo nos significa comer más de lo debido? ¿Cómo podemos alimentarnos de una manera más sabia y útil? Justo cuando me debatía en este dilema propio de mujeres trabajadoras de mi generación, que siempre estamos con un pie en el trabajo y otro en la casa, una querida amiga me envió un “Manual de autocuidado –físico, emocional y digital– en tiempos de pandemia, editado por el Fondo de Mujeres “Calala”, que contiene recursos y consejos útiles para afrontar tiempos difíciles.

Lo primero que aconseja este manual es “reconocer lo que sentimos”, porque si bien la idea de quedarse en casa puede ser reconfortante para algunas, para otras no. Y no hace falta estar en uno de los polos, porque todas podemos experimentar ambos sentimientos en un solo día de encierro.

Por fortuna, este texto también contiene consejos para alimentarnos bien y reforzar el sistema inmunológico. El primero de ellos es beber muchos líquidos, preferentemente tibios o calientes, como tés, chocolate y la deliciosa “leche dorada”.

Obviamente recomiendan comer muchas verduras y frutas, así como alimentos ricos en vitamina C. También comer piña, plátanos, pistaches, almendras, cacao, tomates y cereales integrales, porque son alimentos que aumentan los niveles de serotonina en el cerebro. Además, es muy importante disminuir el consumo de azúcar refinada.

Pero no todos los alimentos son para el cuerpo. También hay alimentos para el espíritu, como la meditación, el yoga y platicar con las amigas sin perder contacto –ahora sí virtual– con las redes familiares y de trabajo que nos sostienen emocionalmente.

Así que ya no me da pena reconocer que sí quiero estar en casa, pero tampoco deseo estar abrumada por los cuidados de crianza y quehaceres domésticos.

Hay que respirar profundo, contar hasta mil y sacar lo mejor del confinamiento obligado.

Comer en tiempos de encierro puede ser no tan placentero como una comida familiar de domingo, pero tomar conciencia de que contar con comida en la despensa, y encima tener el privilegio de elegir qué comer, puede hacer la diferencia para dejar de quejarse y pasar la cuarentena lo mejor que se pueda.

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