lunes 20 mayo, 2024
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BORIS BERENZON GORN COLUMNAS COLUMNA INVITADA

«RIZANDO EL RIZO» Hay que hacer pública la vida pública

 

Señala Enrique Krauze, con atino, que esta es la frase que dio en el blanco, que reveló el carácter privado de nuestra vida pública, la tenebra y la grilla, no la plaza pública y el pleno sol. Krauze, con la cercanía del discípulo y el amigo, recuerda —no sin nostalgia— la figura inteligente y sagaz de Daniel Cosío Villegas, quien marcó el horizonte de la vida cultural en México, reescribió la historia de su pasado reciente, como advierte Javier Garciadiego, para responderse el origen de la crisis de su tiempo…, quien pugnó por la crítica libre y profunda junto al trabajo exhaustivo y riguroso. Cosío Villegas es recordado por muchos como el intelectual que aconsejó a Lázaro Cárdenas traer a los refugiados españoles, que fueron para nuestro tiempo contacto con el mundo e impulso de la vida intelectual. De la Casa de España surgió El Colegio de México, institución que dirigió y donde dedicó gran parte de su vida al estudio de la historia nacional. Otros más lo recuerdan por su labor como fundador del Fondo de Cultura Económica, gracias al cual las grandes obras de filosofía, economía, política, historia o sociología comenzaron a llegar intempestivamente a México y a América Latina, y posibilitó también —con el tiempo— un medio de desahogo para la propia epistemológica latinoamericana. 

Don Daniel, como lo recuerdan con cariño sus cercanos y los no tanto, también dirigió la Escuela Nacional de Economía y la revista El Trimestre Económico, pero fue —sobre todo— un hombre de visión internacionalista. Miró hacia fuera, y esa visión le suscitó preguntas nacionales. Estudió, además de en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, en Harvard, Wisconsin, Cornell, en la École Libre des Sciences Politiques y en la London School of Economics, lugares donde su mente brillante se imbuía de nuevas herramientas, que paradójicamente le traían más dudas. Después de escribir La crisis de México,  en 1947, llegaron a él numerosas críticas. José Revueltas señaló que la crisis de México no era moral ni política sino histórica. Afirma Garciadiego que la crítica de Revueltas fue para Cosío Villegas un acicate que cambió el rumbo de su vida: se propuso como reto personal investigar y comunicar la historia reciente de México. 

Si fue la crítica de Revueltas la razón de su profunda labor historiográfica o no, lo cierto es que se lo recuerda y homenajea como historiador. Lo tiene bien merecido. Como grandes proyectos generales y colectivos que transformaron la manera de escribir y analizar la historia, se encuentran la obra realizada entre 1955 y 1974: Historia Moderna de México, de 10 tomos, y la Historia general de México (1976), de cuatro volúmenes. En sus obras se ocupó del estudio de la república restaurada; buscaba las razones de su corta permanencia y el éxito del porfiriato, al que calificó de contradicción autoritaria opuesta a los esquemas legales que se habían construido en el periodo anterior. Le preocupaba que con el régimen del PRI, México hubiese transitado hacia lo que llamó “neoporfirismo”, por lo que desentrañó y criticó con dureza la fuerza que el poder ejecutivo sin contrapesos había alcanzado, el famoso “destape”, la forma de gobernar de Luis Echeverría y la llegada de su sucesor. 

Como analista político dejó en cuatro obras plasmadas estas críticas: El sistema político mexicano (1972), El estilo personal de gobernar (1974), La sucesión presidencial (1975) y La sucesión: desenlace y perspectivas (1975). De estas, quizá la más popular hasta nuestros días y que ha sido un verdadero éxito de ventas es La sucesión presidencial, puesto que explicó cómo ante el peligro de que Juan Andrew Almazán llegara a la presidencia, Lázaro Cárdenas comenzó a implementar el sistema del “tapado” que se fue perfeccionando con el tiempo. La democracia era ficticia: el PRI era un partido funcional pero completamente dominado por el ejecutivo, y las elecciones eran la forma de legitimar un régimen autoritario, pero jamás capaces de transformarlo. El esfuerzo de Cosío Villegas lo llevó a escribir la historia del sistema definiendo el juego político y las circunstancias que según su análisis formaron parte en la toma de la decisión por el siguiente dirigente del ejecutivo. No vaciló en llamarlo “una monarquía absoluta, sexenal y hereditaria por línea transversal”. 

En su análisis desveló la manera como el poder se concentró cada vez más en el presidente de la república, no como un hecho fortuito sino como la consecuencia de las circunstancias históricas y las necesidades de un partido político que se asumió a sí mismo como el emblema de la revolución, pero que se convirtió en una nueva y mucho más eficaz forma autoritaria de largo alcance. Partiendo de la presidencia de Lázaro Cárdenas, pasando por la de Ávila Camacho y la de Miguel Alemán hasta la de Ruiz Cortines, definió los acontecimientos determinantes que fueron creando la figura del “tapado”. Explicó también el papel de los corporativos y la iniciativa privada alrededor de una presidencia que apenas podía ser limitada —pero no detenida— por el poder económico al no existir contrapesos en el político. Don Daniel narró el fracaso de la oposición, pero no se detuvo en mostrar los momentos más vacilantes del partido en el poder, que lo llevaron a consagrar la figura del presidente de la república o, como lo llamó tenazmente, el “emperador sexenal”.

Al hablar del estilo personal de gobernar de Echeverría, Cosío Villegas fue tenido como un personaje de oposición crítica pero tolerada. Hacia el final de su vida, se volcó en el periodismo y publicó diversos artículos en el diario Excélsior. Estos fungieron como un canal de manifestación de inconformidad ante el poder. Como buen liberal, la imagen del intelectual de izquierda que prevalecía en la época no tenía nada que ver con don Daniel. Esto le granjeó numerosas críticas por la visión vertical mediante la que definía la vida política de México, dejando de lado el poder de las masas y las revueltas armadas. Lo cierto es que nunca estuvo de acuerdo con la violencia como medio para la transformación. Quizá se debía a que en su juventud había sido testigo de los horrores de la revolución, de las muertes, la miseria y hasta las epidemias. Quizá, más bien, a la profunda decepción que le produjeron sus estudios sobre el camino final que tomó la revolución. No obstante, su trinchera crítica era también un símbolo de lucha.

Cosío Villegas transitó por el camino de la transformación cultural, de la vida pública. Cuando Krauze recuperó la famosa frase de don Daniel, “Hay que hacer pública la vida pública”, y aseguró que había dado en el blanco, era porque quizá, sin haberlo anunciado, Daniel Cosío Villegas estaba optando por una tercera vía de transformación: la cultural. Le preocupó ser leído y entendido por la sociedad civil, comunicar su ardua labor de investigación de la manera más simple para que llegara a todos. Su celebrísima Historia mínima de México mostró la confianza que tenía en la comprensión histórica como motor de cambio social. Sus textos periodísticos estaban escritos con un lenguaje simple, pero contundente. Habló siempre, a diferencia de muchos intelectuales, de las cosas complejas y profundas con palabras sencillas y claras. Krauze insiste en que fue el primer empresario cultural moderno, pues comprendió que la libertad de la crítica estaba en su alejamiento de los cánones impuestos por el Estado. Era esta capacidad de hablar de lo pertinente en la forma necesaria, lo que liberaba a la vida pública. A cuarenta y cuatro años de su muerte, todavía lo recordamos con agradecimiento y melancolía, con gran admiración y sabiéndonos deudores de su legado.

Imagen. Diana Olvera

Manchamanteles

Narra Enrique Krauze con melancolía que la mañana del 10 de marzo de 1976, doña Emma y Emma chica, sus nietos y unos pocos familiares, discípulos y amigos despidieron a Cosío Villegas en el Panteón Jardín. En medio del sentido dolor ante tal pérdida, confiesa Krauze entre la desdicha y la sorpresa: “En lo personal, sentí como si un abuelo mío, severo y sabio, hubiese muerto. Bordeé la tumba y, de pronto, tras un ciprés, advertí la presencia de un escritor que había venido a rendir tributo al empresario cultural e historiador”. Se trataba de Octavio Paz. La muerte de don Daniel había conmocionado a intelectuales y al lector común, a un país que hubiera sido otro sin su presencia. 

Narciso el obsceno

La duda y la comprensión de los límites del propio conocimiento son el mejor remedio contra el narcicismo. El narcisista se siente siempre seguro: no es consciente de lo que ignora. Incluso si se encuentra en el error, cree que en sus palabras yace siempre la verdad. Narcicismo y dogmatismo son mutuamente incluyentes.

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