martes 03 diciembre, 2024
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COLUMNAS COLUMNA INVITADA

Los Videojuegos al microscopio

 

Por OCTAVIO GÓMEZ JIMÉNEZ

Es común escuchar entre adultos (y al parecer, mientras más adulto es uno, más común es) comparaciones despectivas respecto a todo lo que a las nuevas generaciones se refiere. Si usted suele creer que tal o cual aspecto de la vida moderna es la decadencia de su antecedente, no se preocupe, pues parece ser ése un rasgo inherente a la naturaleza humana. Ya desde los griegos se registran lamentaciones de cómo los jóvenes estropeaban lo que se les estaba heredando. Sin embargo, que sea natural no lo hace cierto, o al menos no del todo, así que es mejor pensárselo bien antes de decirle a un joven cosas como que todo está peor que antes, pues se arriesga uno a que le contradigan con algún dato que usted desconozca y que le dejará muy mal parado, por ejemplo, el caso de los videojuegos.

En efecto, la evolución del mundo del videojuego (VJ) ha sido tan descomunal que si la industria automotriz se hubiera desarrollado al mismo ritmo en los últimos 40 años, un Ferrari correría 100 kms por litro y costaría lo que una motoneta. En ese lapso pasamos del Nesa Pong a la Nintendo Switch, del Space Invaders a Fort Nite, de dos líneas “golpeando” un punto a ciudades enteras como escenario de juego. Pero, por supuesto, los adultos no podíamos quedarnos conformes ante este ejemplo irrebatible y nos hemos esforzado por buscarle el lado negativo, que,  como cualquier otro aspecto de la realidad, lo debe tener, pero que dista mucho de ser la gran amenaza para nuestros jóvenes que ha llevado a su satanización en algunos casos. A pesar de que los VJ son un fenómeno relativamente reciente, ya se ha alertado sobre una lista larga de riesgos para la salud mental y física de los jugadores, especialmente los niños, que va desde la exposición a radiaciones hasta la inoculación de actitudes violentas. No hace falta buscar mucho para encontrar ejemplos de cómo aún hoy, incluso por autoridades, se les usa para explicar algún acto violento perpetrado por jóvenes, sin contar con la menor evidencia científica que apoye esas conclusiones.

Aunque pudiera parecer razonable este recelo natural hacia esta nueva forma de entretenimiento, no debiéramos perder de vista que la presencia de los VJ en la vida cotidiana es ya prácticamente ineludible, y que lejos de reducirse o acotarse, se irá expandiendo en direcciones que ni siquiera podemos prever y con los únicos límites que el desarrollo tecnológico y el mercado les impongan. Ante este panorama, y si el interés por la integridad física y mental de los jóvenes es auténtico, lo consecuente debiera ser esforzarnos por entender esa nueva realidad, y, tanto como sea posible, usarla en la formación de nuevas generaciones más aptas para enfrentar los desafíos del mundo que les heredaremos. Y si queremos entender este tipo de fenómenos, lo mejor es hacer a un lado las creencias y prejuicios y escuchar lo que tiene que decir la ciencia al respecto.

En un estudio reciente titulado “Bases neurológicas de los videojuegos: una revisión sistemática“, publicado por la revista Frontiers in Human Neurosciences, un equipo coordinado por Marc Palaus hace revisión de centenas de estudios referentes a los efectos de los videojuegos en el cerebro y su funcionamiento. Tras una selección sistemática, se centraron en 116 artículos, de los cuales, 100 ofrecían datos funcionales, 22 habían medido cambios en la estructura cerebral, un tercio había abordado la adicción a estos juegos y 14% se enfocó a la violencia relacionada con ellos.

A pesar de lo heterogéneo del campo de estudio, fue posible establecer una serie de correlaciones entre los aspectos neurológico y cognitivo involucrados. Entre los beneficios más constantes hallados en los jugadores están la mejora en una serie nada desdeñable de funciones cerebrales que ahora revisamos brevemente.

Las mejoras más visibles se dan en la atención, y abarcan áreas como la atención selectiva, la atención dividida y la atención sostenida. Las diferencias en estas funciones entre los jugadores y los no jugadores son claras. La eficiencia en el enfoque de la atención en situaciones complejas resultó bastante mayor en jugadores habituales. Otro aspecto beneficiado es el del control cognitivo, que consiste en la capacidad para seleccionar aquella información que nos es necesaria para alcanzar un objetivo dando, descartando aquella otra que resulta irrelevante. En cuanto a las habilidades espaciovisuales, se registra un aumento en la velocidad en el rastreo de objetos y en la precisión para visualizar objetos tridimencionales. Se conoce como esfuerzo cognitivo a la sensación percibida al enfrentarnos a tareas cognitivas complejas, y en el caso de los gamers se aprecia una diferencia notoria respecto a los no gamers, quienes tienden a elegir siempre las tareas más sencillas. Otro beneficio es el manejo en el procesamiento de la gratificación, lo cual se traduce como el aumento de la tolerancia a la demora de la gratificación, o, dicho de otro modo, los jugadores saben que el premio llegará si persisten lo suficiente.

Dejando de lado los detalles cuantitativos de sus conclusiones, esta revisión deja claro que son muchos más los potenciales beneficios de los VJ que sus riesgos, los cuales se limitan básicamente a la adicción y la estimulación de la agresividad. En este último caso, los estudios no son concluyentes, pues si bien se aprecia una correlación entre los VJ violentos y la personalidad agresiva, no queda clara la causalidad de esa correlación, ya que pudiera ser que niños con personalidades agresivas busquen más los VJ violentos y no que éstos provoquen la agresividad, esto sin contar que el aumento de comportamientos violentos en dichos niños es poco relevante estadísticamente. Por su parte, en el caso de la adicción a los VJ, no hace falta ser neurofisiólogo para saber que si un niño se vuelve adicto a lo que sea, la responsabilidad es exclusivamente de los adultos a cargo de él. 

Independientemente de las conclusiones que puedan permitir esta clase de estudios, los VJ han estado siendo usados con resultados alentadores en distintos campos, y la lista de sus potenciales beneficios sigue alargándose. Cada vez queda más clara su influencia positiva en el desarrollo de la capacidad de toma de decisiones y solución de problemas, así como en la mejora de la memoria y otras habilidades afectadas por el envejecimiento. Se les usa como auxiliar en la rehabilitación de personas con distintas discapacidades o desórdenes como la dislexia; en muchas empresas se han vuelto una herramienta más para la capacitación y la selección de personal; en la educación han demostrado su utilidad para la ampliación del vocabulario, el aprendizaje de un nuevo idioma,  de geografía o de historia (y en realidad de casi cualquier otra materia), y, lejos de prohibirlos, cada vez más especialistas en salud mental los usan en el tratamiento de trastornos como la depresión o en el de experiencias traumáticas.

Si alguna vez le preocupó el riesgo de la radiación emitida por los dispositivos electrónicos, usted tranquilo, dicha radiación no es mayor que la que recibimos nosotros por haber crecido frente al televisor, y después de una generación completa de estudios al respecto, no se ha hallado ningún dato que justifique tal preocupación. Si cree que su hijo puede desarrollar joroba por estar inclinado sobre la tableta, note que la posición es la misma que adoptamos al leer, y seguramente nunca escuchó temores parecidos respecto a los niños lectores. Los pocos verdaderos riesgos vinculados con los VJ pueden ser contrarrestados con el establecimiento de sencillos regímenes de horarios y condiciones para que los niños puedan acceder a ellos, lo cual, dicho sea de paso, debiera ser aplicado en cualquier otro aspecto de su crianza y educación.

Es comprensible la resistencia a lo nuevo, pero algo es claro y es que fenómenos como los VJ, la Internet y los dispositivos inteligentes llegaron para quedarse, y su presencia, lejos de atenuarse, se volverá cada vez más ubicua y relevante en la vida diaria. Las nuevas generaciones aprenderán a ver el mundo a través de estas tecnologías, no importa lo que pensemos de ellas, por lo que, más que tratar de aislar a los niños de esa realidad, debiéramos tratar de entenderla y aprovecharla en su beneficio. Quizá la relación casi policíaca de los padres con el mundo de los VJ debiera dar paso a una que lo convierta en un punto de encuentro con nuestros hijos, pues siendo tan vasto, seguro habrá alguno que sea de nuestro agrado y nos permita pasar tiempo con ellos. De este modo, cuando crezcan y, como debe suceder, se vayan reduciendo las oportunidades de convivencia, al menos quedará siempre la opción de retarlos a una partida de FIFA o a construir una casa en Minecraft, y, quién sabe, tal vez en nuestra vejez, ellos sean quienes condescendientemente nos dediquen algún tiempo para enfrascarnos en alguna aventura ante la pantalla o cual sea para entonces la tecnología que nos brinde el entretenimiento que hoy algunos consideran tan peligroso.

 

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