jueves 16 mayo, 2024
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COLUMNAS COLUMNA INVITADA

«RIZANDO EL RIZO» Los propietarios de Zapata

 

¿A quién pertenece la memoria de los héroes de un país? ¿Quién puede reclamar legítimamente ser propietario de la imagen de quienes construyeron los fundamentos de una sociedad? ¿Quién puede autoproclamarse, con el beneplácito del pueblo, como el heredero de los ideales de una figura que es trascendente y esencial para la colectividad, no sólo para sus familiares y allegados? ¿Acaso la historia tiene dueño?

Todas estas preguntas salieron a flote en los últimos días, cuando la obra titulada La Revolución, del pintor Fabián Cháirez, saltó a la fama de forma inesperada. La representación de Emiliano Zapata casi completamente desnudo (apenas ataviado con zapatos de tacón y sombrero rosa) hizo a las buenas conciencias pararse de pestañas. En una presunta defensa de la identidad nacional, lo que salió a relucir fue el machismo de toda la vida, el miedo a la feminidad, el México más retrógrado.

Emiliano Zapata es el revolucionario por excelencia (eso no está a discusión). Más allá de los objetivos específicos que tuvo en su momento, su lucha se ha convertido en un símbolo de la resistencia en favor de lo justo, de la lucha por la defensa de los marginados y por la dignidad de todas las personas. Su figura representa a quienes enfrentan la opresión que los sistemas ejercen contra los débiles, los diferentes, los sobrantes. En su rostro la gente se ha fortalecido, ha aprendido a no resignarse y ha encontrado un estandarte para no aceptar que los atropellos son el único modo de vida posible.

Nos guste o no, bajo la sombra de Zapata caben muchísimas luchas. Cabe la lucha de los campesinos, sin lugar a dudas, pero cabe también la lucha de las personas que defienden la diversidad sexual. ¿Quiénes, si no ellos, saben lo que significa resistirse a un sistema que margina, que no reconoce la identidad personal, que no reconoce derechos básicos como la salud y la seguridad social, que entiende la vida como una dádiva que el Estado puede entregar o arrebatar?

En México, la consigna en cualquier protesta es siempre la misma: “Si Zapata viviera, con nosotros anduviera”. Se hace referencia al hombre, sí, pero también al símbolo. Significa que, si la justicia tuviera pies, los usaría para marchar a nuestro lado; que, si los valores sobre los cuales se sostiene esta sociedad (presuntamente democrática) fueran encarnados en un solo ser, ese ser (con toda seguridad) simpatizaría con nuestra causa. La consigna se ha repetido en las marchas de muchísimos movimientos sociales; no debe sorprender que también se repita en las marchas del orgullo LGBT (lésbico, gay, bisexual, transexual).

Por supuesto, en las marchas LGBT se repite de forma diferente. En un espacio donde lo femenino no es considerado nocivo, donde la lucha es una fiesta (la fiesta de la vida), donde bailar y vestirse como les dé la gana significa también resistir y oponerse a un sistema que todo lo quiere homogéneo y gris, la consigna no podía ser la misma. “Si Zapata viviera, en tacones anduviera”, se escucha por el Paseo de la Reforma el día del orgullo LGBT. Como en las otras protestas, en este caso la consigna tampoco es entendida como un insulto, sino como un estandarte que asegura que la justicia se encuentra del lado de quienes marchan, de quienes deciden reconocer que el género no es una prisión, de quienes recuerdan que la libertad de expresión de uno es la libertad de expresión de todos.

Así lo entendió Fabián Cháirez: lo justo también puede usar tacones, la dignidad también puede ir desnuda por las calles, la resistencia también puede ser femenina. De eso se trata su obra La Revolución: de que la justicia y la igualdad protejan a todos. No hay unos marginados bonitos y otros feos. No hay unas injusticias buenas y otras malas. Si la justicia debe proteger a los campesinos, debe proteger también a la comunidad LGBT. Si es el símbolo de unos, es el símbolo de todos.

Pero el machismo mexicano tiembla de miedo. Para el mexicano, la humanidad se divide en dos: quienes pueden ser penetrados y quienes pueden penetrar. Los mecanismos de la masculinidad consisten en eso: en penetrarse los unos a los otros (simbólicamente). Desde los ojos del macho mexicano, lo femenino es lo penetrable (lo indigno). Colocar en esa categoría a Zapata es hacerlo descender de su pedestal. La declaración de los detractores de Cháirez es tremenda: los que dicen que, si Zapata hubiera tenido algún mínimo rasgo femenino, no habría sido respetable o (en otras palabras) que ser mujer no es digno. Así de laxos son los símbolos, así de frágil la admiración hacia los héroes.

Zapata seguirá encarnando a la justicia, porque es un símbolo. Nos guste o no (y les guste o no a las instituciones), así lo ha decidido la gente. Donde un grupo pelee por la justicia, estará Zapata izándose como estandarte. Como dijo Lila Downs, “Zapata se queda”, y se queda del lado de los marginados, de quienes se enfrentan a la opresión, de todas las revoluciones (incluyendo la sexual).

Manchamanteles

No cabe duda de que la comunidad LGBT de México sigue los pasos de su santo patrono: Salvador Novo. El poeta, cronista y dramaturgo fue quizá la primera figura pública abiertamente homosexual en la historia de nuestro país. No es que la homosexualidad no haya existido siempre, pero Novo fue el primero en vivirla de forma desinhibida. Sus provocaciones —que incluían sombreros exóticos en actos oficiales con la presencia de Gustavo Díaz Ordaz (nada más y nada menos)— son, a todas luces, las precursoras de las provocaciones de hoy, con que la comunidad LGBT revoluciona el mundo del arte y hace que la nación entera se pregunte qué significa la libertad de expresión.

Narciso el Obsceno

¡Qué obscenidad del narcisismo la que nos hace pensar que los héroes y antihéroes de la patria (o de la matria) tienen dueños!

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