domingo 19 mayo, 2024
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ARTE VIDA

«ABREVADERO DE LETRAS» Morricone, el Maestro o como “escuchar” la música en la cabeza

 

  • Cumplió 91 años hace unos días
  •  Guardó la batuta en noviembre de 2018

Más de quinientas bandas sonoras de películas y series de televisión, un Oscar honorífico en 2006, y el Oscar a la mejor banda sonora en 2016 sellaron su destino. Y en nueve décadas de vida profesional, que cumplió el año pasado, jamás aprendió inglés, ni se mudó a Hollywod dedicándole más tiempo a la música que a su propia familia.

Las composiciones de Ennio Morricone (Roma, Italia; 10 de noviembre, de 1928) han formado parte de más de veinte cintas galardonadas, como también piezas sinfónicas y corales. Destacan, entre otros, sus trabajos con directores como Sergio Leone, Oliver Stone, Quentin Tarantino, Terrence Malick y Giuseppe Tornatore, uno de sus más frecuentes colaboradores, conductor de la película Malena (2000) quien lo describió no solo como un gran creador de temas para películas, sino “como un gran compositor”.

Para Morricone, la música lo fue todo. A ella consagró casi por completo su vida. Hijo de padre trompetista, Mario Morricone, éste se dio cuenta temprano de su talento; de modo que a los seis años ya estaba componiendo y a los 12 ingresaba en el conservatorio. Sigue honrando tanto el quehacer musical, que incluso a los 90 años se embarcó en un viaje de despedida que lo llevó a Rusia, Alemania, Polonia, República Checa y, por supuesto, su amada Roma.

Con fama de gruñón y refractario a la fama, sin falsa modestia le gustaba que le llamaran Maestro en sus años activos. Tampoco se andaba por las ramas y si un elogio le gustaba de veras era el que se reconociera toda su obra.

Además del medio millar de bandas sonoras, también compuso más de un centenar de piezas clásicas. Por ello, solía recordar a Bach, Vivaldi o Mozart como sus ídolos. Asimismo, trabajó durante algunos años en el campo de la música popular para Mario Lanza, Rita Pavone, Paul Anka, Mireille Mathieu y Demis Roussos, entre otros. Había que alimentar a una familia con cuatro hijos, de los cuales uno se dedica, también, a la misma profesión.

El Maestro siempre sostuvo que fueron estos trabajos los que dieron a su preparación clásica ese toque popular que acercó su música al público. Decía que cada vez que componía sentía una gran responsabilidad, porque deseaba probar algo original y que a la vez fuera entendido. “Esa es mi firma, mi meta”, destacaba.

 

Lo primero que uno piensa es que en el estudio de un compositor haya un piano. En el estudio de Morricone jamás hubo uno. Según explicaba “escuchaba” en su cabeza la música que componía. También extraña que una de los compositores más conocidos de la industria del cine nunca aceptara la casa que le ofrecían en la meca del arte cinematográfico y se mudara a Los Ángeles California.

Quizá esta distancia le costó el Oscar a trabajos como Días de cielo, La misión, Los intocables de Eliot Ness o Bugsy, películas por las que fue candidato sin éxito hasta conseguir la estatuilla por Los odiosos ocho, a los 87 años; el ganador más veterano en la historia de los premios. Nunca pareció importarle, prefirió la felicidad y el disfrute que siempre le brindó su música. Esa que tiene vida propia más allá de las películas para la que fue compuesta.

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