viernes 17 mayo, 2024
Mujer es Más –
COLUMNAS SARAÍ AGUILAR

«EL ARCÓN DE HIPATIA» Romper las puertas para abrirlas, no para cerrarlas

 

En el contexto de las protestas feministas identificadas con el hashtag #NoMeCuidanMeViolan, las cuales fueron convocadas en redes sociales en reacción a la violencia de la cual son víctimas las mujeres, se generó un debate paralelo por los actos vandálicos y separatismos expresados por algunas personas y agrupaciones participantes en las marchas en todo el país.

Resulta imposible negar lo legítimo y el derecho a protestar, ante la inseguridad y violencia de género presente en el país, así como por lo poco efectiva que ha sido la reacción de las autoridades. Pero, a la vez, no se puede negar que hubo vandalismo y agresiones a medios de comunicación, estas últimas pretendidamente justificadas por el hecho de que algunas coberturas estuvieron a cargo de hombres.

La protesta social debe ser defendida, pero también revindicada. El salir y tomar las calles, expresar el descontento y visibilizar la realidad, las muertas y desaparecidas, y el terror de ser mujer en las calles de México, es necesario.

Cobra vital importancia en una sociedad en la que históricamente se nos ha enseñado que “calladitas somos más bonitas”. Hay que entender que la protesta en sí misma ya es violenta, precisamente porque trata de romper con un orden establecido que viene decretado desde siempre. La protesta dice: “no, ese orden atenta contra nuestros derechos; por tanto, no es un orden legítimo y debe ser replanteado”.

Por eso es apremiante no desgastar ni polarizar con sectores de la sociedad de forma innecesaria. Se busca disruptir e incidir en este sistema de seguridad ineficiente que nos ha dejado a la deriva, pero no destruir los puentes con aliados y otros actores sociales. En política la forma es fondo y los instrumentos para hacer notar el enojo social deben de ser lo suficientemente audibles para ser escuchados, pero moderados para no eclipsar el motivo de la lucha.

El día posterior a la marcha la conversación pareció girar en torno a un hecho: por fin nos habían escuchado. Desgraciadamente, pocas líneas se emplearon para discutir el objetivo de la marcha, sino que se perdieron en las características de la misma.

Una protesta siempre será incomoda para la sociedad y ese es el objetivo: incomodar el status quo para ser escuchadas, vistas, atendidas. Pero incomodar es para que entiendan que existe un problema y que es importante generar solidaridad alrededor de la causa, la cual difícilmente se logrará si se captan los reflectores como victimarias en lugar de como víctimas.

Asimismo, un movimiento libertario no puede oprimir ni pisotear los derechos de otros. El ser garantista no es una concesión, sino la obligación de aquel que lucha contra la opresión y la violencia. Menos podemos caer en la supremacía de género y agredir a aquellos hombres que participaron indirectamente cubriendo la marcha. Siempre es deseable un enfoque de género, pero tampoco es despreciable la presencia de aliados.

No nos defendamos atrás de clichés. No es que importe más un vidrio roto que una mujer asesinada. Pero, desgraciadamente, ni mil ventanales destrozados regeneran las familias destrozadas por ausencias de sus mujeres, ni los sueños truncos de niñas y jóvenes. Se entiende la furia, pero toca generar el cambio. El propiciar modelos eficaces donde, tras protestar, la solidaridad y no sólo la sororidad estén presentes.

La lucha es legítima, pero no los métodos. El estar abiertas a replantear nos hace más fuertes. No podemos darnos el lujo de entramparnos en una lucha sorda, sin espacio al cambio o propensa al fracaso: se lo debemos a cada desaparecida, a cada niña agredida, a cada mujer quebrantada en lo más íntimo, a cada padre y madre que ha buscado en cada fosa del país a su hija. Es hora de romper el cristal del silencio. De rayar el muro de la indignación.

 

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