Esta es una columna que tengo muchísimas ganas de escribir, con menos de 24 horas en México y sin poder entender todavía cómo empecé el viaje un día, el cual duró muchísimas horas y llegué el mismo día.
¿Qué pasó con ese día, se quedó suspendido en un avión? ¿O en el recuerdo?
Con las maletas todavía a medio deshacer, la sensación que da cuando regresas de un viaje que viviste con tanta intensidad, como si hubieras dejado algo por allá, como si fueras a regresar mañana, o como si hace años que sucedió. Los recuerdos se van acomodando conforme el organismo se acostumbra de nuevo a su ritmo de siempre.
Pero en tanto vives dos realidades con sus respectivas emociones al mismo tiempo, en Portugués tiene un nombre y es mi palabra favorita, esta añoranza entre melancólica y feliz se llama Saudade.
Fueron muchísimas las cosas que me impresionaron agradablemente de China, me impactó la manera como se adaptan a lo nuevo, pienso que la gente de mi edad nació y vivió el régimen comunista más extremo, la austeridad absoluta con el trabajo como única forma de vida para salir adelante, que ellos no conocen la opción de quedarse en casa, o de no estudiar ni de rendirse, en 50 años han visto frente a sus ojos cambiar sus ciudades, tanto que pareciera que caminan a través de un holograma, lo nuevo sobre lo viejo, lo propio sobre lo público, están aprendiendo de nuevo a tener pertenencias, a tomar decisiones propias. Son el sueño de la economía mundial, la clase media vive con dignidad y derechos, y la pobreza prácticamente no existe, pero la factura fue cara, fueron años de un trabajo extenuante a cambio de una promesa a mediano y largo plazo. No son acumuladores, no se deslumbran por las marcas ni por la opulencia, justo de eso vienen huyendo, no quieren más desigualdad ni opresión. Comen lo que es mejor para su cuerpo, lo que la tierra les da, no conocen de porciones extras ni excesos, son el lado opuesto de la moneda de la economía y los hábitos a los que estamos acostumbrados.
Las mujeres, las mujeres chinas merecen un capítulo aparte, son todo un enigma y un tema para profundizar y aprender, observadora compulsiva como soy y feminista por naturaleza, no pude más que romperme la cabeza tratando de descifrar su enigmática belleza. Las mujeres chinas son diferentes a todo lo que yo haya visto antes, son como sus letras, indescifrables, llenas de significados, cada una tiene que ver con la anterior y con la siguiente, se van significando una a otra como una cadena sutil pero inquebrantable, como sus letras. Igual parecen Casas, parecen árboles, ellas son así, un hogar en sí mismas, un principio, una historia llena de facetas y un fin, cada una tiene mil posibilidades y caminos y puede ser entendida de todas las formas diferentes.
Las mujeres chinas son las más escandalosamente femeninas que yo haya conocido jamás, y no porque gasten dinerales en ropa ni en salones, son únicas porque están profundamente comprometidas con su esencia, en cada una se lee una ascendencia, una historia de siglos, se conocen y se honran, están orgullosas de sus genes y sus rasgos, el mestizaje casi no existe. Ellas no pretenden parecer lo que no son, no gastan su tiempo en cosas vanas como cambiar su color de pelo o practicarse cirugías, ellas entienden la feminidad desde la escénica pura de su ser mujer, huelen a flores, adornan su cabello con perlas, conocen a la perfección lo que les queda, cuidan su cuerpo no con jornadas interminables en el gimnasio, sino caminando mucho, usando calzado adecuado, comiendo sano, protegiéndose del sol, son fotofobicas, nunca vi nada igual, usan unas mangas de malla para taparse los brazos, guantes, viseras que les cubren toda la cara, sombrillas, capas que tapan la parte delantera de sus motos, incluso llegue a ver a algunas usar máscaras como de luchador, pero eso si, en la noche, cuando se mete el sol, ellas se muestran, muestran su piel y brillan, son luminiscentes, brillan como hadas, sin edad, atemporales y etéreas, sus movimientos son suaves y amables pero sus decisiones firmes y prácticas.
Las mujeres chinas son como cerezos en flor, son por sí mismas y poemas sueltos de cuatro palabras y de un enorme significado.
No pelean batallas inútiles, saben lo que son y lo que valen y confían en su genuina fortaleza. Caminan por la calle como acariciando el aire, como si fueran una canción muy antigua, nadie puede adivinar de dónde vienen ni en qué están pensando, se ríen, se toman de la mano con otras mujeres, se saben y se disfrutan.
Me encantó China, y creo que lo que son ahora se lo deben en gran parte a las mujeres, a la fuerza de su espíritu, por eso China es mujer, por eso es madre y pudo soportar todo lo que le pasó, por eso dio a luz nuevamente y por eso protege a sus hijos, como solo una madre puede hacerlo, por eso es fértil y proveedora, amable e inquebrantable.
Es un homenaje a la vida y al renacer, se yergue gloriosa como flor de loto sobre las aguas, con las raíces más firmes y seguras que nunca.