Las fuerzas de seguridad en cualquier país son entrenadas para enfrentar a los enemigos del poder, que van desde guerrillas e intereses desestabilizadores, hasta grupos de presión legales e ilegales.
No son pocos los ejemplos donde diversos golpes de Estado han provenido precisamente de esas áreas del régimen, como Sadam Hussein en Irak, que siendo el “policía” del gobierno nacional, se lanzó a tomar el poder, donde permaneció tres décadas encabezando un régimen sanguinario.
Vladimir Putin, actual zar de Rusia, primero fue cabeza de la KGB y aunque no llegó al poder mediante un golpe de Estado, fue empoderándose desde su posición hasta tal punto, que su antecesor Yeltsin no tuvo otra que cederle el mando.
Las corporaciones policiacas se encuentran en la delgada línea que puede convertirlas en enemigas de la autoridad constituída, en un segundo. En el caso de México, el ejemplo más dramático han sido Los Zetas, grupo criminal que fue formado por integrantes de las fuerzas armadas, donde originalmente habían pertenecido a un cuerpo de élite, para combatir a los cárteles de la droga.
No olvidemos tampoco que la putrefacción de México, que le estalló a Calderón y se profundizó con Peña, se originó en el gobierno irresponsable de Fox, quien desmanteló al CISEN y dejó al Estado sin esa defensa legítima y necesaria. Una de las consecuencias dramáticas es que en ese sexenio desastrozo alguien desde Pemex vendió la ubicación confidencial de los ductos de gasolina, originando y generalizando así, el fenómeno del huachicoleo que hoy nos agobia.
En ese sentido, me parece gravísimo que ahora el gobierno de la 4T actúe con tacto de elefante frente a la revuelta de la Policía Federal. Por un lado Durazo reconoce omisiones y por el otro su jefe, el Presidente, acusa que hay mano negra en el movimiento, cuyas motivaciones son, a todas luces, de índole laboral.
Lo más paradójico y patético de todo este incidente, es haber escuchado a funcionarios federales desgañitarse argumentando la necesidad de aplicar evaluaciones de control a los policías que quieran formar parte de la naciente Guardia Nacional, cuando por otro lado se desgañitaron defendiendo el derecho de los maestros ¡a no ser evaluados!
Es decir, se aplican diferentes criterios para medir el desempeño y confiabilidad de unos y otros. Tan grave es que se infiltren policías corruptos o adictos a la Guardia Nacional, como profesores incompetentes que perpetúan taras y malas artes en las aulas.
Este suceso me recuerda cómo fue que Gustavo Díaz Ordaz enfrentó al movimiento médico que surgió al arranque de su sexenio: los descalificó, los amenazó, desoyó sus demandas y los dispersó. Mala señal de un gobierno que luego acabó en medio de una espiral violenta.
Raúl Rodríguez Rodríguez,
Analista y escritor
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