jueves 16 mayo, 2024
Mujer es Más –

Nunca es buen momento para morir, pero hacerlo en la plenitud de la vida constituye una doble tragedia. Es como suspender un viaje, cuando mejor se estaba poniendo el recorrido.

Hay quienes sí ven la otra vida como un descanso natural: muchos ancianos anhelan la muerte, tras largos años de ir perdiendo progresivamente facultades físicas y mentales, de enfrentar enfermedades y de ver cómo el mundo de su época se ha extinguido. Habitan un entorno al que ya no pertenecen. Y es comprensible; no ha de ser nada agradable vivir con artritis, casi ciego, chimuelo, en pañales o con insomnio permanente, ni ver cómo van enterrando o incinerando a todos tus contemporáneos.

Pero cuando la gente joven, en pleno uso de su vigor físico, se ve orillada a partir de esta vida por un padecimiento, es toda una pesadilla que desafía cualquier fe que uno tenga y todo tipo de explicaciones racionales.

Has luchado toda tu vida por prepararte académicamente, por desarrollarte profesionalmente, por reunir un patrimonio, por formar tu propia familia, por lograr reconocimiento, promociones laborales y éxito. Todo pierde sentido cuando los médicos emiten su sentencia: ‘te quedan unos meses de vida’.

¿Valió la pena tantos años de estudio, de levantarse temprano, de privarse de gustos con tal de ahorrar? ¿Tuvo sentido dedicar tanto tiempo a trabajar en lugar de viajar, conocer y disfrutar? ¿Todos los pleitos y malos ratos, las rivalidades, envidias y miedos que enfrentaste a lo largo de tu vida, te dejaron algo?

¿Cuánto disfrute ha de quedarse en el tintero, tras tu adiós? Desde tus platillos favoritos, postres, fiestas, viajes, amores y atardeceres, hasta estrenos de películas que ya no verás y parientes nuevos que ya no conocerás. Tus bienes, tu cuenta bancaria, tu ropa, tu coche. Pudiendo usufructuar todo eso muchos años más, te ves obligado a despedirte de todo y abandonarlo.

La muerte de Edith González me hace reflexionar varias cosas. Por una parte, que la fama ni el dinero salvan a nadie de su condición humana. Todos, sin importar rango ni linaje, sentimos, sufrimos, nos enfermamos, tenemos las mismas necesidades fisiológicas y nos morimos.

Aquéllos que buscan ser famosos a toda costa, deberían darse cuenta con casos como éste, que la popularidad no evita las vicisitudes de la existencia y que más bien la fortaleza para encarar la vida y sus desafíos, proviene de nuestro interior.

Creo que ese fue precisamente el factor clave en la historia de esta actriz: enfrentó su desgracia con señorío, sobriedad y categoría, porque -supongo- tenía una vigorosa vida espiritual. Lo deduzco al ver la manera tan digna en que asumió su destino, a partir de que se le declaró la enfermedad.

Hizo alarde de entereza, ajustó su look luego de los estragos de la quimioterapia y jamás hizo apología de su desgracia. Toda una lección moral para quienes en el medio artístico explotan mediáticamente hasta sus infidelidades.

Otra moraleja es que la salud es tan valiosa, que ninguna fortuna es capaz de comprarla. Infiero que la actriz tenía un nivel económico considerable, tanto por su propia trayectoria estelar, como por su matrimonio con un hombre que aparece en las secciones de sociales todo el tiempo. Aún así, el cáncer acabó imponiéndose sin importar que hubiese sido atendida en uno de los hospitales más costosos del país.

Así que morir como lo hizo Edith, me deja varias lecciones: hay que vivir intensamente cada día porque no sabes cuándo partirás de este mundo, no permitir que el trabajo, el dinero o la fama definan tu existencia, fomentar la vida espiritual (algo totalmente independiente de las religiones), como única vía para encarar el susto de morirse. Y saber que hasta para morir, se debe tener categoría. Descanse en paz.

Raúl Rodríguez Rodríguez
Analista y escritor
Twitter: @rodriguezrraul
Instagram: raulrodrodmk

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