El arte y los diseños hechos por hombres y mujeres de las diversas etnias en México son cada vez más preciados en el mundo.
Sin embargo, de manera paralela ha crecido el grotesco plagio de los productos hechos por los indígenas de nuestro país.
Esa apropiación indebida del patrimonio cultural de comunidades y pueblos indígenas comenzó hace varios años.
A nadie sorprende ver productos chinos de la artesanía mexicana. Pero, ahora, diseñadores de costosas marcas hacen copias exactas de ropa, zapatos, bolsas, joyas y otras piezas artísticas, diseñados por indígenas mexicanos, sin que nadie se los impida.
Ya son varios los casos documentados de innumerables plagios.
Copias exactas de diseñadores de Santa María Tlahuitoltepec, San Antonino Castillo Velasco y San Juan Bautista Tlacoatzintepec, en Oaxaca; los textiles de Wirikuta; el arte en textil de los huicholes en los tenis; los bordados de Tenango de Doria, en Hidalgo y muchos más.
Trabajos de invaluable cosmogonía y simbolismo, de iconografía sagrada, hechos a mano durante semanas, incluso, meses.
El resultado de la copia es idéntico, la gran diferencia es el precio. Los “reconocidos diseñadores plagiadores” los venden en cientos o a veces miles de pesos, dólares o euros, en tiendas exclusivas, en varias partes del mundo.
Los verdaderos diseñadores mixes, otomíes, chinantecas y mayas han manifestado públicamente su molestia por el abuso de las grandes marcas al fabricar productos iguales a los suyos, sin pedirles autorización, ni darles crédito y mucho menos obtener regalías.
Nada han logrado. No tienen poder sobre su obra considerada como artesanía.
La Ley Federal del Derecho de Autor establece los mecanismos para salvaguardar el patrimonio cultural de la Nación y proteger los derechos de los autores. Que las obras o productos que se exploten con fines de lucro, generen regalías justas para los autores.
Pero no hay ninguna figura legal que proteja la titularidad de los derechos respecto de diseños que reflejan los conocimientos y la tradición de los pueblos y comunidades, no se acredita de origen un autor al que le corresponda la autoría. Eso ha permitido un cínico robo de diseños, que en los últimos años ha crecido de manera considerable.
Además, hay que sumarle la voracidad de empresarios que abusan de los diseñadores que fabrican sus productos por bajísimos costos. Hace un par de años fue muy conocido el caso del diseñador francés Christian Louboutin. Pagó 200 pesos por cada bolsa hecha por mujeres mayas, les colocó su marca y las vendió en casi 30 mil pesos cada una.
Por eso, es buena noticia que el pasado 28 de febrero, en el Senado, se turnó a comisiones una iniciativa de ley, que presentó la senadora Susana Harp, para evitar plagios y robos de diseños indígenas y proteger el arte, la creatividad y la imaginación de los pueblos indígenas.
El propósito es que no les roben sus diseños y si quieren utilizarlos que paguen por ellos.
Que el patrimonio artesanal de cada comunidad les pertenezca automáticamente a ellos, que obtengan una marca colectiva que proteja sus creaciones.
Y si se puede. Hace apenas unos días, el reclamo de indígenas guna de Panamá, obligó a Nike a cancelar el lanzamiento de unos tenis que traían un símbolo artístico ancestral de la etnia.
Compremos lo que hacen los verdaderos diseñadores indígenas, sin regateo. Son piezas únicas hechas a mano. Reconozcamos el valor del trabajo y no de una etiqueta.
Denunciemos el plagio y no justifiquemos el robo, comprando una marca en lugar de una artesanía.
Hagámoslo por la identidad y respeto a las etnias mexicanas.