Cuando trabajamos con las víctimas de abuso sexual, ya sea que se trate de niñas y niños o de mujeres u hombres adultos que fueron víctimas siendo niños, uno de los temas centrales de la sanación consiste en comprender y convencerse de que de ninguna manera fueron responsables de lo que les ocurrió. Quizá esto parezca muy obvio para algunas personas, pero el hecho es que éste es uno de los temas principales de estas víctimas, ya que durante el proceso del abuso, esto es algo que el abusador les hizo creer. Al mismo tiempo, hay todo un sistema alrededor que perpetúa esta culpabilización.
A diferencia de las violencias sexuales ejercidas por desconocidos, los abusos sexuales son perpetrados principalmente por personas conocidas que aprovechan su situación de cercanía y confianza de las niñas y niños para acercarse lo suficiente, sin que al principio esto parezca “peligroso” o extraño o claramente desagradable. Porque los depredadores han ido rompiendo ese límite, muchas veces poco a poco, para en un momento determinado tocar o agredir sexualmente sin que las víctimas sepan muy bien cómo se dio ese “salto”; en una mezcla muy confusa -explicada por el agresor- como: “afecto”, “protección”, “preferencia”, “amor”, “consentimiento”, “enamoramiento”, así como también amenazas, coerción y violencia física y verbal. Los discursos de los abusadores se convierten en “verdades” para las y los abusados y llegan a creer que de algún modo han “consentido” en hacerlo.
Dependiendo de varios factores, lo anterior hará que las víctimas duden y tarden mucho en comunicar esta situación a alguien. Primero aparecerán muchos síntomas (irritabilidad, angustia, ansiedad, orinarse, agresividad, no querer ser tocados, enojo, tristeza, retraimiento, baja de calificaciones, negarse a ir a lugares). Cuando finalmente se animan a comunicarlo, muchas veces la cultura dominante expresada en nuestras familias, escuelas o profesionales de la salud, tiende a negar, minimizar, no creer, o culpabilizar a las víctimas; esto debido a que el agresor es alguien conocido, de quien no se quiere creer que sea capaz de tales actos; porque “alteraría” la estructura que impera (hay que denunciar a alguien cercano), y porque la cultura adultocéntrica da preminencia o defiende al adulto sobre la palabra del niño; es el sistema que perpetúa la sensación de culpa de la niña o niño víctima. El complemento de este primer tema en el trabajo terapéutico de comprender que no fueron culpables, es entender que el o la abusador/a es cien por ciento responsable de esa violencia. Cabe decir que hay profesionales de la salud mental que también perpetúan la sensación de culpabilidad cuando utilizan la idea (inconsciente) de “provocación” por parte de las víctimas. Esta visión es atroz y causa grave daño a la víctima, que es de este modo revictimizada.
Hasta aquí entonces la responsabilidad es del cien por ciento de los abusadores y cero de las víctimas. Pero hay otros responsables del abuso en otra medida, que no es la primera y directa: los adultos cómplices. Varía también en formas y grados. Los adultos más cercanos a los niños y niñas son los primeros responsables de su cuidado; eso incluye estar al tanto de dónde y quiénes están cerca de ellos. Éstos pueden depositar su confianza en el cuidado en terceros (escuelas, familiares) y en primera instancia no son culpables del abuso que ejerzan otros abusando de la propia confianza de esos adultos, pero en cuanto los niños manifiestan síntomas o comentarios que sugieran un abuso, es su responsabilidad separar inmediatamente a los niños del posible abusador y realizar las indagaciones médicas, psicológicas y legales correspondientes. Desoír o negar estos síntomas o testimonios, cometiendo de esta manera descuido y negligencia, los hace absolutamente cómplices del abuso.
Luego puede haber otros adultos que no son los directamente responsables ni de la tutoría de los niños y niñas, ni de su cuidado directo, pero llegan a darse cuenta de que hay niños cercanos sufriendo abuso. Nuestra cultura de “no meterse”, pariente de la negación, hace que muchos adultos miren a otro lado cuando saben que esto ocurre. Estos adultos también son cómplices. Porque las niñas y los niños no pueden defenderse por sí mismos y requieren de los adultos para ser defendidos, ya sea por los cuidadores primarios o por los testigos.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos-OCDE refiere en su estudio del fenómeno (2016) que México ocupa el primer lugar en casos de abuso sexual infantil, 4.5 millones de casos reportados al año, sabiendo que los no reportados pueden ser 100 más por cada caso que se reporta. Siete de cada 100 adultos encuestados en el estudio mencionado reportan haber sufrido abuso en la infancia. Este vergonzoso “primer lugar” urge estudios que expliquen el fenómeno, pero algunos rasgos de nuestra cultura patriarcal, machista, negadora, culpabilizadora de la víctima, adultocéntrica, convenenciera, negligente, que menosprecia los derechos, la palabra y el cuidado de los niños, debe tener que ver muchísimo con esto.
En la Ciudad de México los casos de abuso sexual infantil pueden reportarse al Poder Judicial de la Ciudad: 53 45 55 98; a nivel nacional en cualquier Ministerio Público, también se pueden pedir informes en la Red por los Derechos de la Infancia: juridico@derechosinfancia.org.mx.