jueves 21 noviembre, 2024
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RODRIGO LLANES BLOGS

«PUEBLO DEL SOL» Placer y penitencia

 

Los mexicanos vivimos nuestra religiosidad con una dualidad durante la Semana Santa: mientras que algunos van a misa, otros muchos prefieren ir a las playas en busca del placer y el gozo. Y es que nuestra idiosincrasia se nutre de creencias y sentimientos muy antiguos que se expresan hoy en día alrededor de dos ritos colectivos: el acapulcazo y la peregrinación a Chalma.

Loa antiguos mexicanos adoraban a Tezcatlipoca, el poderoso, el que da y quita. El que todo lo ve y conoce nuestros pecados. Por él lloramos nuestros delitos, nuestras culpas. Solo él perdona. Perdona al recto, al presumido, al noble, al comerciante, al ladrón, al asesino, al macehual, a la mujer recta, a los adúlteros, a los pecadores, a los viejos, al que engaña, a la que cocina, a la que sopla el viento en el baño, a la que dice mentiras, al que se vende, al que mendiga, al que come hongos, al que bebe sin parar, al que es cabrón, al que carga el peso de otros, al esclavo, a todos.

¿Cómo comenzamos a pecar? Cuando descubrimos y sucumbimos al placer que es capaz de desmadrarlo todo. Cuando somos adolescentes nuestro cuerpo despierta a nuevas necesidades. Y por donde meamos sentimos placer. Uno que es fuerte, que es intenso y nos pone muy tensos. Y solo podemos pensar en satisfacernos. Y vamos descubriendo nuestro cuerpo: lo tocamos, lo acariciamos, lo frotamos, lo estimulamos, nos agitamos, sudamos, nos mojamos y nuestra imaginación vuela, nos adormece y soñamos con él, con ella, con quien acariciamos y frotamos.

Y un día crecemos y vamos a la orilla del mar. La inmensa agua azul que no podemos abarcar  con toda nuestra mirada y se pierde en el firmamento, en el ir y venir de las olas. Una y otra vez el agua va y viene como nuestro deseo que satisfacemos en medio de los sudores de los cuerpos desnudos que no necesitan esconderse bajo la sábana pues el calor es casi irresistible. Porque el placer no sacia la sed que el fuego del cielo nos provoca. Necesitamos que nuestro cuerpo sea tocado por otras manos y hurguen entre nuestras piernas sin advertir las consecuencias.

Y poseídos por el deseo nos convertimos en el personaje de “Amores perros”, el que desea a la mujer de su hermano y la seduce. Él finalmente se pregunta: “¿Tengo la culpa? La neta es que luego si siento gacho cuando veo a mi carnal. Él trabajando y yo chingándome a su piel. ¿Me perdonará? No. Neta que no. Yo en su caso tampoco daría el perdón, por pasado de verga. Y entonces ¿Quién me va a perdonar? Yo solo quería alivianar a mi comadre y pues de paso sentir rico. Con razón dicen que esto es pecado. Nada mas falta que mi carnal se entere y me quiera agarrar a madrazos, o que me quiera matar. Y si me mata pues ¡Ya valió! Porque mi jefa no lo va a perdonar a él, porque le va a decir que su vieja es la que anda de puta y ofrecidota. Y mi jefe no va a perdonar a mi mamá por andar defendiéndome de haberme metido con una vieja que no era mía. ¿Y luego qué? ¿Alguien va a perdonar? Por eso, solo Dios perdona.

Pidiendo ese perdón se hace la peregrinación a Chalma en estos días, cuando comienza Toxcatl, la cosa seca. Porque todo se seca: el río, la hierba, la laguna, la montaña, las piedras, mientras el conejo se aparea.

Y los caminos ahora son de polvo y los peregrinos andan uno detrás de otro arrastrando sus pies quemados, y ya no sudan pues están secos de sed. Y caminan tomados de la vara seca que hunden en el polvo profundo que se levanta con las pisadas de otros y con el viento. Y entonces se llenan de barro seco y se ensucian la ropa y la cara y el polvo les penetra por las orejas y los cabellos. Y su ombligo se colma de tierra seca y hasta en sus ingles hay polvo. Así que ya no tienen remedio y comen tierra. El suelo está caliente como un comal. Los pies se llagan  y sangran, duelen. La gente se pierde en la montaña. Abre un sendero y otro y otro. Se siguen unos a otros, avanzan, retroceden y vuelven a avanzar. Y encuentran el gran camino y lo miran. Es largo, parece infinito, se pierde mas allá del cerro y hace más calor que nunca. Pero todos continúan andando. Muchos se quejan, quieren llorar pero no pueden porque están secos. Solo les queda el agua de su sangre y ésta ya brota de los dedos de sus pies. Algunos se abandonan ahí, no pueden más, se tiran al suelo seco. En vano buscan refugio en la sombra de los arbustos. No escapan del calor. Se quiebran, no pueden más. Pero la marcha de los demás los arrastra y se ponen de pie para continuar el camino hasta llegar al santuario. Por dentro llevamos una gruesa cadena que ata nuestro corazón al perdón de Dios. Sabemos nuestros pecados, los conocemos, los disfrutamos, los padecemos, nos queman, nos secan, nos desesperan. Y colocamos la soga en los hombros del dios para estar atados a él.

Los pecados hieren, alteran el orden de las cosas. ¿Qué hacemos, cómo librarnos de este ciclo? ¿Se puede vivir sin pecar o la vida misma es un pecado? No podemos escapar de pecar y por eso debemos hacer penitencia en la fiesta de Dios, para que perdone nuestros pecados inevitables.

¡Oh Dios solo tú perdonas! Perdóname en cuaresma cuando por mi boca entre el pez para purificar mi entraña y salvar mi alma. ¡Perdóname, dame paz! Pero que ésta venga después del carnaval donde todos bailamos y caminamos con las ropas levantadas y con la máscara en el rostro, y nos arrinconamos por los callejones para jadear y gozar tocando a los otros. Cuando nuestro deseo quede exhausto de tanta complacencia, entonces perdóname. Pero no antes de mis vacaciones en la playa. Deja que entre al mar y que mi cuerpo flote tendido al sol.

Y así vivimos con una gran certeza: no existe placer sin penitencia.

Dios mío perdóname y haz que llueva. Porque el calor está insoportable.

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