He compartido aquí varias veces que la mayor parte de mis reflexiones provienen de mi trabajo con familias e individuos que viven violencias varias. Este quehacer me ha permitido llegar, junto con mis consultantes, muy repetidas veces y después de profundas reflexiones, a conclusiones “paradójicamente” tan simples como ésta: si te tratan bien, te sientes bien; si te tratan mal, te sientes mal.
Además de mi formación y práctica en la terapia familiar y violencias, también he tenido la oportunidad de trabajar con especialistas en bioética, ética, feminismos, género, derechos humanos, diversidades, y sé que es muy simplista lo que voy a decir, pero todos estos campos también se tratan del buen trato: a la vida, a los grupos vulnerables o marginados, a las mujeres, a los diferentes, al “otro”. Todo empieza y termina con el buen trato.
El buen trato tiene que ver con la máxima universal: “Trata a los demás como quieres ser tratado/a”. Claro que hay muchas personas que se tratan mal a sí mismas y se dicen cosas hirientes. Invariablemente son quienes vienen de familias con violencia física y/o emocional y han naturalizado el maltrato a otros y hacia sí mismas/os. El buen trato tiene que ver entonces con el respeto, amabilidad, consideración, cuidado y reconocimiento hacia el otro, por su existencia misma.
El buen trato no es una cuestión de “merecimientos”, todas y todos tenemos el derecho a ser bien tratadas/os. Es un típico pensamiento de quien acostumbra ejercer violencia, argumentar que el maltrato depende del comportamiento del otro/a, no es así, tratar bien a otros es un acto de responsabilidad y decisión absolutamente personal, independientemente de “la provocación” del otro. Hay múltiples reacciones que elegir cuando nos enojamos o nos sentimos provocados/as y no todas implican maltratar a quien nos hizo enojar.
Tiene su mérito ser amable con quienes amamos, con nuestros amigos/as, con nuestros superiores jerárquicos o de poder de algún tipo, con quienes piensan como nosotros; pero quien verdaderamente practica el buen trato lo hace especialmente con quienes tienen menos privilegios, con sus subordinados, con quienes no concuerdan con sus ideas, con los desconocidos, con los más diferentes a sí mismos, con “el otro”.
Las personas que sienten tan “natural” maltratar a esos otros, los que abuchean y promueven el abucheo en la plaza pública o en la familia o en la escuela o en el trabajo, o la descalificación a quienes difieren de sus ideas, o tratan mal a las personas que les proporcionan algún tipo de servicio o son sus subordinados, o más allá, maltratan porque se sienten violentados a nivel personal o social, suponen que esa es la forma “natural” de dirigirse en el desacuerdo o desde la autoridad (o a la autoridad, si es el caso), desconocen o menosprecian el diálogo (el diálogo incluye la escucha, no “rollar” a otros), la lucha pacífica y el ejercicio de la ley o la fuerza de la ley.
No hablo solamente de una reflexión general, ni porque me sienta infalible en la práctica del buen trato. Hace poco lastimé a alguien muy querido y mi remordimiento me llevó a identificarme más con los consultantes a quienes acompaño a trabajar para parar su violencia. Profundicé en la idea de cuánto hay que esforzarse en todo momento en cuidar y tratar bien a los otros, porque el buen trato también depende de un desarrollo de la conciencia, de hacer conciencia de cada acto de nuestras vidas dirigido hacia los otros y no solo de ser “naturalmente” amable.
Y en cuanto a todos esos especialistas teóricos que he conocido en los temas que mencioné antes, también agrego, sin que sea una sorpresa, que no por mucho estudiar los derechos, los feminismos, la ética y la bioética, las violencias, estos especialistas practican siempre el buen trato, ya me incluía yo entre ella/os. Mi reconocimiento a quienes logran la congruencia teórica y ética la mayor parte del tiempo, porque, insisto, tratar bien a los demás es un acto de responsabilidad y práctica consciente de la amabilidad hacia los otros.