A Laura, un rencuentro. A Tessa, Carmen y Guillermo con afecto.
Cuando se habla de Teresa del Conde¹ no puedo evitar pensar en las palabras de García Lorca en el Romancero gitano: “la luna gira en el cielo/ sobre las tierras sin agua/ mientras el verano siembra/ rumores de tigre y llama”. Y lo pienso por dos cosas, en primer lugar, por esa luna que gira en el cielo que me parece una imagen portentosa de sabiduría y baile y, en segundo lugar, por la última imagen: rumores de tigre y llama. Así pienso a Teresa del Conde, como la luna que gira sobre nuestras cabezas y, al mismo tiempo, como la sonrisa, siempre tigre y siempre llama. Y es que es inevitable pensar en su sonrisa, que siempre la acompañaba, esa sonrisa que tigre y que enciende y que llama y que guarda secretos, pero también elegante y locuaz.
La sonrisa de Teresa del Conde es fuerte y siempre que tengo la oportunidad de verla en fotografías o de recordarla, como ahora, su sonrisa se presenta con un pliegue diferente, con un halo de seguridad y hierro e inteligencia, pero también es dulce y tierna. Su sonrisa evoca a la de La Gioconda a la que se refería Del Conde como una de las obras más conocidas y difundidas en el mundo, que responde a la compleja pregunta de ¿Qué con la pintura? sacando del lugar común y el almanaque y revitalizando al mitológico cuadro de Da Vinci. (La Jornada, 3 de marzo de 2015). De la misma manera, la sonrisa de Teresa Del Conde, cumple con el designio que uno de los considerados iniciadores de la historia del arte, Giorgio Vasari ( 1511-1574), daba a La Gioconda cuando nos dice que Leonardo da Vinci consiguió esbozar la mítica sonrisa.
La sonrisa de Tere, encierra revelación, disimulo, enigma, empatía, complicidad, desasosiego, molestia, pero sobre todo picardía, gozo y vitalidad. Su sonrisa no es una sonrisa cualquiera, está llena de contradicciones y ahí mismo radica el asombro que genera. Maravilla y sorprende. Acompaña. Parece que al mismo tiempo que protege verdades, vocifera dudas y preguntas. Sonríe desde lo consciente y se pretende burlar a veces del inconsciente, aunque sabe que no lo logra. Es una sonrisa confidente del pasado y sarcástica con el presente. La sonrisa de Teresa del Conde no nos suelta la mano, y a pesar de que ya no está, parece no irse nunca.
El psicoanalista francés Jean Allouch, en su texto Perturbación en Pernepsi publicado en la revista litoral en 1988; señala que -el acto psicoanalítico- “no es pensable sino en la medida en que el psicoanalista habrá sido desalojado de una posición de creyente en el inconsciente o de mordido por Freud en la que encuentra un refugio, por otra parte, no muy cómodo.” Teresa del Conde construye los cimientos de una gran parte de su obra, primero como creyente o mordida por Freud, es decir en una total transferencia que inició en sus años de estudiante de psicología, pero la madurez de su obra fue adquiriendo el engranaje de quien desde la docta ignorancia se replantea el estudio de Freud, Lacan, los estructuralistas e incluso algunos autores de la llamada posmodernidad. La vigencia de su obra radica en la capacidad de su propia autocritica y la permanente búsqueda del saber del inconsciente, ese que Del Conde advierte casi inalcanzable.
En sus libros Las ideas estéticas de Freud. (1987), Arte y Psique. (2002) Freud y la Psicología del Arte (2006) por señalar los más precisos, aunque casi podríamos afirmar que en toda su obra habita la contingencia del psicoanálisis, Del Conde se pregunta desde la intersubjetividad sobre el lugar que habita la historia desde el inconsciente, pero más puntualmente advierte que la historia misma es un entramado vital de imaginarios que hay que codificar desde muchos saberes para después deconstruir el hecho mismo. La pregunta histórica y estética rompen con la causa y el lugar para dar paso a la coexistencia contradictoria donde habita el sujeto y su deseo. Del Conde refunda la metodología convencional, para conocer las tramas de la cultura con los trucos que le otorga el psicoanálisis; no se trata entonces de una lectura lineal del pasado, muy por el contrario, se alterna el conocimiento histórico con el filosófico, el psicoanalítico, y muchas veces sin proponérselo con el antropológico y el sociológico, donde existe el compromiso hermenéutico y epistemológico, se trata de darle un nuevo simbolismo a los hechos, como concepciones y como discursos latentes.
La historiadora legó múltiples análisis del arte que van desde Caravaggio, Miguel Ángel, Leonardo D´ Vinci. Bretón, Dalí, Remedios Varo, Leonora Carrington hasta la llamada generación de la ruptura o el surrealismo. Del Conde impulsó un giro hermenéutico, al estudio de la historia y la cultura al tiempo, que dotó al conocimiento de la elasticidad necesaria para aprender el lazo histórico que tienen los artistas, los sueños, la neurosis y la psicosis. Sin marginar a esa inacabable veta del saber y sabedora de los dolores de la psique se pregunta: La locura, ¿lo cura?
La sonrisa de Teresa del Conde es la mejor metáfora de que el conocimiento solo puede ser trazado de manera genuina como el amor legítimo, que contiene la gracia del humor y el terror de la pasión. Quizá por ello Del Conde sabía que la única manera de revocar las formas convencionales del saber, para ser una crítica íntegra y una académica profunda, era desde la ruptura de los arquetipos educativos y los prejuicios sociales, y mostrando una sonrisa perenne que se opusiera a la duda metódica.
Manchamanteles
En su texto, “¿La locura, lo cura?” se hace un planteamiento más que vigente en nuestros días: “Podría ser que una descripción general de las locuras que comúnmente nos aquejan, ocurran entre las personas que prefieren el símbolo que los representa. En ese caso se encuentran, por ejemplo, los fundamentalistas de todas las religiones.”
Narciso, el obsceno
Yi Zhou, profesor de la Universidad estatal de Florida dedicado a las finanzas sostiene que mucho del éxito económico de un artista es inversamente proporcional a su nivel de narcisismo. Así Zhou halló una similitud entre el ejercicio mercantil de piezas de arte y el ego de sus autores.
[1] Un día como mañana 16 de febrero, pero de hace dos años, cambio de latitud, la Doctora Teresa Del Conde Pontones (1938- 2017). Historiadora, crítica de arte y analista imprescindible del paisaje cultural de México. Su sonrisa sigue entre nosotros.