En el mensaje de su toma de protesta, el Presidente Andrés Manuel López Obrador recuperó el discurso preferencial por los pobres de hace 12 años.
Y centró sus dardos políticos en el neoliberalismo y en “la minoría rapaz” que, según su diagnóstico, se habría beneficiado de los negocios al amparo del poder.
De ese modo, el Presidente responsabilizó a ese modelo económico de ser el motor de la corrupción en los últimos seis sexenios. E incluso dijo que ésta y neoliberalismo son sinónimos.
Este nuevo énfasis en el discurso de López Obrador le permitió argumentar a favor de su deseo de perdonar a quienes desde la clase política hayan incurrido en actos corruptos.
Si bien aclaró que su oferta de un punto final -esa especie de amnistía– estará sujeta a una consulta popular, desde ya el argumento presidencial es que fue el neoliberalismo el que hizo corruptos a gobernantes y funcionarios.
De manera que el remedio radica en enterrar ese modelo económico que, según sus palabras, convirtió a los gobiernos en instrumento de los empresarios rapaces.
Por eso la advertencia reiterada del Presidente de que el suyo no será un poder a favor de los negocios.
El otro énfasis digno de subrayar en este discurso fue el otorgado a la reivindicación de las Fueras Armadas y a la defensa de su propuesta de crear una Guardia Nacional.
La vehemencia con la que López Obrador exaltó el origen popular y la capacidad del Ejército y de la Marina superan, en serio, y con creces, los discursos de justificación del uso de la fuerza del Estado que hizo Felipe Calderón cuando, en su sexenio, buscaba el apoyo a su estrategia contra el crimen organizado.
Y es que el Presidente de la Cuarta Transformación no escatimó en argumentos para convencer a los legisladores de que se requiere el cambio constitucional para darle certeza jurídica a la Guardia Nacional, al grado que eximió a los militares de las riquezas derivadas de la corrupción.
En contraste, López Obrador no lanzó ningún mensaje de concordia a la oposición ni a los gobernadores. Cero referencias al diálogo con los partidos. Tampoco hubo referencias a la pluralidad parlamentaria. Ni al rechazo de algunos mandatarios estatales a la figura de los súper delegados.
Porque al final de cuentas, el Presidente centró las advertencias hacia quienes puedan convertirse en dique, freno, obstáculo de su proyecto.
Pero el diálogo de López Obrador, por ahora, es con su gente, con sus seguidores, con sus 30 millones de votantes, con ese fervoroso pueblo que lo quiere y ha depositado en él sus esperanzas y que hoy se ha desborda para celebrar el inicio de su gobierno.