Cuando Hernán Cortés comenzó su viaje a la ciudad de México Tenochtitlan se topó con el cacique de Cempoala, quien le dio la bienvenida entre los totonacos. Por su complexión gruesa los conquistadores le llamaron: “el cacique gordo de Cempoala.” Y quedó escrita en las crónicas la primera expresión de gordofobia de la cultura que llegaría a dominar las tierras del Nuevo Mundo.
Traigo a colación la anécdota después de escuchar una entrevista muy interesante que Lorena Aguirre le hizo a Lilia Graue, fundadora y directora de Mindful Eating de México, y en la que se expresaron ideas que son urgentes de comprender para transformar nuestra cultura de discriminación hacia las personas cuyo cuerpo no encaja en el modelo cultural creado en torno a lo saludable, y que Lilia describe como el “salutismo”, esa estúpida tendencia surgida en nuestra modernidad, en la que hemos roto con los balances de bienestar de lo cotidiano, para moralizar la salud. Y que parte de que cuidar el peso del cuerpo es bueno.
En este “salutismo” se incluyen prácticas y hábitos que implican la docilidad de nuestro cuerpo con el modelo impuesto: pasar horas en el gimnasio, hacer dietas extravagantes, contar las calorías de la comida y satanizar ingredientes, entre muchos otros más. Y que son el origen de los trastornos de alimentación. La mayor opresión de esta tendencia recae en las mujeres, a quienes se les ha impuesto la obligación de mantener una figura determinada para ser aceptadas como entes capaces e independientes en la cultura heteropatriarcal. Se ve mal a las mujeres de tallas grandes y se les impone la obligación de ser “la gordita buena.” Aquella que pese a la naturaleza de su cuerpo debe “esforzarse” por caber en el molde estrecho a través de las prácticas “salutistas.”
Bajo esta lógica tenemos el permiso social de no honrar la autonomía del cuerpo de los demás. De cuestionarnos la diversidad de cuerpos que conforman nuestra humanidad y atacar a los anchos por considerarlos descuidados, enfermos y feos hasta el asco.
Esto nos impide dimensionar en forma justa el problema de salud que se impone en nuestros tiempos: por mantener activo un sistema capitalista de crecimiento infinito hemos perdido la brújula para orientarnos en el cuidado diario de nuestros gozo simples: ya no dedicamos tiempo al bien comer, a caminar, a contactar con nuestro cuerpo y con nuestras emociones, a cultivar nuestro espíritu. En vez de eso estamos atrapados en un círculo que demanda mucho trabajo, tiempos de traslado largos, simplificación de la comida, carencia de gozo y de disfrute. Y creemos que no hay de otra. Que estamos obligados a renunciar a nuestra propia humanidad para mantenernos vigentes en el sistema.
Lilia, quien es médica, se cuestiona si la salud solo es para los flacos y obsesivos con el peso. Que solo se tome en cuenta los factores cardiovasculares para determinar el estado de salud de una persona sin considerar el factor mental y afectivo de los pacientes que padecen enfermedades. Como si el paciente fuera el único responsable por esos aspectos que surgen un entorno social y económico bastante opresor. Y propone un nuevo enfoque para quienes lidian con aceptar su cuerpo y con su salud: Quitar el sentimiento de vergüenza y la culpa por tener el cuerpo que tenemos. ¿Cuál sería entonces la motivación para el cambio? La aceptación de uno mismo. De esa forma lograríamos liberar mucha energía que se utiliza en tratar de mantener un peso específico y utilizarla para aquellos aspectos de nuestra cotidianidad que realmente están en nuestro control para tener una vida saludable, una invocación al movimiento gozoso que nos lleva al disfrute de las cosas y a enfrentar nuestros problemas.
En una frase: “Salud en todas las tallas,” una idea con la que Lilia Graue pretende una nueva revolución social de justicia y liberación corporal a través de la aceptación de la diversidad de los cuerpos.
Esto pasa por aprender a no opinar del cuerpo de los demás si no nos piden nuestra opinión. O no discriminar por la apariencia que da la talla, sumado a las ya aceptadas de raza, género, orientación sexual, religión o condición económica. Tenemos que aprender a señalar las expresiones discriminatorias del “salutismo”, a volverlas incómodas porque de la incomodidad surgen las lecciones que nos permiten crecer. A desmoronar conceptos absolutos como la obesidad, que parte de la idea de que alguien comió hasta hacerse gordo; o que tiene sobrepeso, como si solo hubiera un peso permitido y si se excede es algo muy malo. Sin considerar la integridad del individuo pese a sus distintos factores.
Los grandes cambios sociales vienen por las nuevas percepciones. Contra el “salutismo” el cambio tiene además perspectiva de género, pues Lilia Graue piensa que si las mujeres no estuvieran ocupadas en la lucha con su propio peso podrían dedicar sus energías a lograr mayores espacios de equidad y de gozo para todos.
Es tiempo de reflexionar y recordar que las diosas de la abundancia y el bienestar plasmadas en pequeñas figurillas de barro en las culturas mexicanas tenían grandes caderas y senos frondosos, y que se les honraba como parte fundamental del cosmos.