De niña mi mamá nos enseñó a que no nos quedáramos viendo a una persona que fuera diferente o tuviera algo “raro” que nos causara curiosidad. No recuerdo cuáles serían sus palabras exactas, puede ser “falta de educación o falta de respeto”, pero lo importante es que esa enseñanza contenía un entrenamiento hacia nuestra extrañeza o morbo para dejar pasar “lo diferente” y mirarlo como algo que estaba incluido en todo lo demás, al tiempo que con nuestra mirada no causáramos incomodidad a esa persona. Ni la época ni el medio de mi mamá tenían que ver con una idea de Derechos Humanos o respeto a la diversidad, se trataba de una noción ética muy básica de consideración al otro.
En mis conversaciones con personas que son de algún modo diferentes, he aprendido que una de las formas cotidianas de discriminación es justamente percibir cómo en la calle o en los lugares públicos, mucha gente “se les queda viendo”, haciendo con esto notar justamente su diferencia. No se trata de cualquier mirada. Es una mirada que no cuida su propia mirada porque considera que puede hacerlo impunemente, sin importar la molestia que cause. Porque sobre sentir que “se nos queden viendo”, todos y todas hemos experimentado lo incómodo y a veces humillante que puede ser, porque además sí percibimos el peso y la forma de las miradas.
En una de estas conversaciones, una persona con una diversidad física me contaba cómo viviendo en Londres a veces olvidaba ese tema en la calle, porque la gente no suele “quedársele viendo”, y cómo al llegar a México eso cambiaba desde el aeropuerto. Podemos pensar en varias razones de por qué ocurre eso, pero sin duda en nuestro país, para empezar, los espacios en sí mismos siguen siendo intransitables para personas con discapacidad, a diferencia de ciudades de otros países que son completamente accesibles y que hacen que sea común ver a personas movilizándose por sí solas en sus sillas de ruedas, por ejemplo. Ver comúnmente a personas con discapacidad en las calles “normaliza” su existencia y educa a todos para su inclusión. Empezamos por los espacios y seguimos con la cultura que no es incluyente de “lo diferente” en las expresiones simbólicas que vemos en los medios y en las instituciones, ya no digamos en las familias.
Estoy poniendo el ejemplo de las personas con discapacidad, pero también me refiero a todas las otras diversidades, sexo genéricas, corporales, de edad, de aspecto, de clase, de cultura. “Quedarse viendo” a las personas diferentes no es solo una falta de educación, es la primera y más común forma de discriminación, al posar la mirada desde un lugar dominante, por asumirse “normal”, a otro diferente que se considera “carente, insuficiente, raro, deficitario, anormal”.
El miedo a que la gente se nos quede viendo es muy generalizado, nos preocupa no vernos bien o “no encajar”. ¿No encajar en qué? En los estereotipos o modelos de cómo deben ser “normalmente” las personas según una cultura dominante que termina siendo opresiva. Ya que las personas nos movemos en un continuo entre “encajar del todo” o alejarnos de la norma, y en todo ese recorrido puede haber sufrimiento, porque hay un costo por pertenecer del todo, porque puede ser en contra de lo que una o uno siente y quiere, o porque ser totalmente lo que una siente y quiere puede alejarse mucho de “la norma”, lo cual también tiene un costo. Este “no encajar” afecta de manera particular a personas de las diversidades, ya que su diferencia tiende a volverse socialmente un estigma.
La discriminación y violencia a las personas con discapacidad ha sido sistemática y permanente. Lo mismo ocurre con las mujeres y la ola interminable de acosos y feminicidios. En las últimas semanas la discriminación y violencia a personas trans y a los migrantes centroamericanos ha sido la nota distintiva del odio a lo diferente. Misoginia, machismo, transfobia y xenofobia, así se llaman estas discriminaciones.
Me parece que la impunidad de “quedarse viendo” a lo diferente es el inicio de una actitud discriminatoria y sería bueno entrenarnos en no hacerlo para no incomodar al otro. Sería bueno también pasar del “quedarse viendo” (a lo tonto) a mirar realmente al otro, visibilizar a todas las personas “diferentes” solo como personas y reconocerlas en sus derechos como seres humanos, nada más.