sábado 23 noviembre, 2024
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RODRIGO LLANES BLOGS

«PUEBLO DEL SOL»: Ser o no ser un dios II

 

Mucho se ha dicho sobre la influencia del mito del regreso de Quetzalcóatl en el ánimo de los indígenas a la llegada de los conquistadores y cómo éste influyó en el dominio ideológico de los extranjeros sobre los mexicas. Sin embargo, olvidamos que entre la clase dirigente y particularmente en la figura del tlatoani, el emperador, había una clara identificación de su persona con un estatus divino. Así que a pesar del mito que pudo revestir a Cortés, Moctezuma y los suyos, nunca se sintieron en desventaja frente al extranjero.

Incluso podríamos llegar a decir que al recibir a los españoles en la Ciudad de México Tenochtitlan, Moctezuma quiso aprovechar esa estadía para promover una alianza política con los extraños que le pudiera atajar el poderío creciente que sus enemigos ya estaban fraguando en contra del mexica alrededor de los extranjeros.

Tanto en un bando como en otro, el uso del discurso religioso era parte de la guerra misma, y muy probablemente los españoles no lograron entenderlo del todo.

De tal manera que el nuevo orden político instaurado por los españoles después de la Conquista careció de una representatividad plena entre los indígenas. Los españoles construyeron un gobierno sin una ideología que convocara a sumar los intereses genuinos de la clase dirigente indígena a su favor, y optaron por el ejercicio pleno de la fuerza por la fuerza para poder sostenerse durante esos años difíciles.

Pareciera que esos antiguos patrones de la cultura política novohispana siguen vivos en el México de hoy. El mito del cambio se activó con tanta fuerza en las elecciones pasadas que colocó a Andrés Manuel López Obrador en una situación de poder inmejorable con un Congreso de la Unión dominado por su partido político. Sin embargo, los hechos confirman uno a uno que el ideal de una cuarta transformación histórica que se propone para nuestro país se puede traicionar muy rápido.

Es en estos momentos en que la clase dirigente, que goza de la capacidad para tomar decisiones que afectarán a la población en general, se pregunta si ser o no ser un dios como los de la antigua Anáhuac: ¿Actuar como personaje de excepción o como un político más? Los ejemplos están a la vista. Un gobernador que pide licencia para tomar protesta como senador. Y ya como senador pedir licencia para regresar a terminar por un periodo breve su gobierno. El individuo en cuestión ¿no podría haber asumido el privilegio de ser senador con un poco de gracia divina y sacrificar su ambición personal? Los legisladores de Morena ¿no podrían haber tenido la actitud responsable de formar de mejor manera su mayoría en el Congreso? ¿De repartir las Comisiones con un sentido histórico? En cada una de estas decisiones hay una serie de protagonistas que se miran en el espejo y se preguntan ¿Ser o no ser un dios? Y la negativa es la constante. Lo mismo va para los funcionarios que verán mermados sus ingresos con la política de austeridad y que prefieren renunciar anticipadamente para no perder dinero.

Los mexicanos hemos creado una idealización muy grande alrededor de lo que un buen gobierno y una gran política deben de ser. Queremos servidores públicos honrados, eficientes, austeros. Políticos capaces que transformen para bien una sociedad desigual que lleva siglos de injusticias desatendidas y que cíclicamente hacen crisis y ahora estamos en una de ellas. Pero los protagonistas parecen no querer asumir plenamente ese mandato de la colectividad que les ha puesto alta la vara.

Cierro con una estampa histórica: la muerte de Hernán Cortés. En la casa de un allegado suyo en las cercanías de Sevilla el otrora poderoso conquistador se encuentra en cama aquejado de un mal de estómago que terminará por matarlo. Apenas hay un pequeño grupo de personas a su alrededor, todos sirvientes. El Marqués del Valle recorre con la memoria su vida y se pregunta sobre su trascendencia en la historia. ¿Cuáles fueron sus errores? ¿Cuáles sus aciertos? Le pesan los fantasmas de Moctezuma y Cuauhtémoc. Recuerda cuando el tlatoani lo cuestionó y le dijo: ¿Eres el dios serpiente emplumada? ¿Traerás bendiciones a esta tierra? ¿O eres solo un tlacuache que viene a robar lo que otros trabajan?

Don Hernando está a unas horas de morir. Llama a su notario y corrige su testamento. Deja constancia escrita de que pide perdón por sus errores. Pide también que se rece por su alma en los monasterios a cambio de cuantiosas limosnas. Él, que ha cambiado el curso de la historia, que ha ganado para sí el Marquesado más grande del Nuevo Mundo pero que solo le ha servido para prestarle una y otra vez dinero al rey, se encuentra en la miseria y frente a la muerte. Y con amargura acepta su condición de tlacuache bribón.

¿Cómo serán en un futuro los últimos momentos de los protagonistas de la cuarta transformación? ¿Épicos, rodeados de amor, miserables? Lo sabremos en los siguientes años…

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