miércoles 01 mayo, 2024
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COLUMNAS HANNIA NOVELL

«EL RING DE LOS DEBATES»: De aquí somos, aquí nos vamos a quedar: un retrato del #S19

 

Don Enrique Alcántara fue uno más de los damnificados del sismo magnitud 7.1 del 19 de septiembre de 2017. El edificio donde tenía su tintorería en la esquina de Yácatas y Concepción Béistegui, en la colonia Narvarte, cayó casi por completo y él lo perdió todo.

Lejos de deprimirse, sacó un pequeño burro de planchar a la calle e instaló su nuevo negocio: “Tintorería la docena”. Colocó una cartulina con el lema “De pie y trabajando”. Cobraba 108 pesos por 12 piezas. Los recursos le servirían para sobrevivir en tanto se definía si el inmueble en el que vivía sería reconstruido… y si tendría capacidad para pagar y ser parte del proyecto.

Édgar Tungüi Rodríguez, comisionado para la Reconstrucción en la Ciudad de México, informó que 70 por ciento de los damnificados son personas de la tercera edad. Al comparecer en abril pasado ante la Cámara de Diputados, reconoció que muchas de ellas vivían todavía en calles y albergues.

Ricardo Becerra, extitular de dicha comisión, señaló también que se estimaba que de las poco más de 100 mil personas afectadas por el terremoto, la mitad al menos eran de la tercera edad y que sería difícil que para ellas aplicara la opción de crédito para reconstruir sus inmuebles.

De acuerdo con la Ley de Reconstrucción, los damnificados cuentan con la posibilidad de solicitar un crédito a 20 años para reconstruir sus viviendas en los que solo pagarán los intereses. Además, en caso de edificios de departamentos, podrán añadir hasta 35 por ciento más de lo construido originalmente, para que la venta de ese excedente ayude a financiar el nuevo inmueble.

¿Y DÓNDE JUGARÁN LOS NIÑOS?

De las 50 escuelas que hay en Juchitán, Oaxaca, prácticamente todas quedaron inhabilitadas o destruidas. A la fecha, solo una ha sido reconstruida: el Centro Escolar Juchitán, una institución emblemática de esa ciudad zapoteca. Su inauguración se dio en 1938 durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas y que fue utilizada como cuartel militar. Hoy es una primaria donde estudian unos 850 niños.

El resto de los planteles, desde guarderías hasta preparatorias, continúan funcionando en todo tipo de aulas improvisadas. Bueno, eso es un decir pues en algunos casos los menores toman clases en la calle o bajo la sombra de un árbol, en espera de que los gobiernos federal y estatal cumplan su compromiso (y obligación) de ponerlas a funcionar.

La falta de escuelas no es el único problema de los niños y adolescentes juchitecos. Las bibliotecas y la casa de cultura se dañaron; las canchas deportivas son usadas para dar clases o como oficinas de gobierno. En los parques principales se instalaron los vendedores del mercado a la espera de que éste sea rehabilitado, obra que -por cierto-, no ha iniciado.

Los niños y jóvenes no tienen espacios de reunión y recreación. Además de la afectación psicológica, ante la falta de opciones, terminan bebiendo en la calle. Además, hay tres grupos del crimen organizado que se pelean la plaza. Sin ocupación o distracción, los menores se vuelven presa fácil del crimen organizado, al grado de convertirlos en sus “empleados”.

AQUÍ NOS VAMOS A QUEDAR

Alicia Estrada tenía más de 72 horas frente al edificio colapsado de Álvaro Obregón 286 en la colonia Roma Norte de la Ciudad de México. Pese al cansancio, sostenía con firmeza una cartulina con la leyenda: “Siguen vivos. No los maten #AlvaroObregón286”. Su sobrino, Armando, quedó atrapado entre los escombros. “No queremos que metan maquinaria, todavía pueden estar vivos. Exigimos y presionamos: aquí nos vamos a quedar”.

De acuerdo con la última cifra de la Coordinación Nacional de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación, fueron 369 las personas que perdieron la vida por el movimiento telúrico. De ellas, 228 corresponden a quienes fallecieron en la Ciudad de México, pero llama la atención que 138, es decir, el 60.5 por ciento, fueron mujeres.

¿Por qué?

Porque muchas de esas mujeres que murieron se dedicaban a labores domésticas y del cuidado del hogar. Muchas más trabajaban en sus propios hogares, en fábricas (como los casos de Bolívar 168 y Chimalpopoca, en la colonia Obrera, donde existían talleres de manufactura textil y de costura), o escuelas (como el caso del Colegio Rébsamen).

Al final, las mujeres estuvimos presentes en el sismo, lo mismo como rescatistas y brigadistas, que como víctimas y familiares de víctimas, como autoridades, bomberas, ingenieras y activistas o como lideresas.

En la reconstrucción hemos jugado un papel fundamental. Hoy estamos de pie y trabajando. Preocupadas y ocupadas por dónde jugarán nuestros niños. Estamos aquí porque de aquí somos. Aquí nos vamos quedar, en este maravilloso país que es capaz de superar un 19 de septiembre de 1985 y de 2017.

 

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