Conforme avanzaba hacia la entrada de aquella sombría vecindad de la colonia Obrera, María apretaba con severidad los dientes, mientras sus manos, delicadas y pequeñas, destilaban chorros de sudor.
José tampoco pudo ocultar su nerviosismo. Trató de cambiar su expresión pero una sonrisa, por demás falsa, lo delató. Cuando entraron a lo que hacía las veces de sala de espera o recepción, balbuceó el saludo a un tipo, fachoso y malhumorado, que iba de salida mereciéndose como respuesta un gruñido.
Ya instalados en lo que supusieron era la antesala del consultorio, se tomaron de las manos tan sólo para mirarse sorprendidos al confirmar la presencia en aquel lugar de por lo menos cuatro parejas más, de las cuales las mujeres no rebasarían los 23 años de edad. “Espérame afuera José y tómate algo, yo me quedo”, dijo la joven mujer a su acompañante, cuya cara parecía un cirio por la palidez. José movió la cabeza a manera de negativa.
Luego de las formalidades de rigor, una señora entrada en inviernos y que intentó vestir con formalidad, les advirtió esperar turno en un pequeño patio contiguo, el cual alojaba un automóvil nuevo y lujoso. Allí se encontraba una pareja; la chica lloraba.
De pronto, ambos notaron que los envolvían sentimientos extraños y profundos. Ella se miró la panza y sintió cierta compasión; él, en cambio, alzó los brazos y la cara hacia el cielo, pero en realidad fisgoneaba su conciencia.
José miró fijamente a María y le pareció más linda que nunca. “Ese vestido azul con flores blancas nunca te lo había visto”, le comentó a la muchacha. “Ya está bastante viejito”, contestó ella. Le vinieron unas tremendas ganas de abrazarla, pero se contuvo.
Minutos después la chica se encontraba frente a un hombre maduro, bajo de estatura y con una barriga abombada como un melón. Su bata blanca y el tono cariñoso y cordial al hablar lo denunciaron. Era el doctor, evidentemente. “Vamos a ver mijita, te voy a revisar y te doy una cita, ¿de acuerdo?”, propuso a María. Con semblante opaco y manos temblorosas, ella respondió: “no doctor, si se puede ahorita mismo”.
Ese día, en ese momento, José, a punto de cumplir los 33 años edad, esperaba en una estancia sombría y llorando conoció por primera vez la congoja. “Me encerraré en una cueva –pensaba- siento como si me hubieran crucificado. Pero por ella y por mí, seguiré adelante”. Era sincero.
El doctor indicó a María que antes que nada pasara a la recepción y pagara el importe de la “cirugía”, esperara un rato más y siguiera al pie de la letra las instrucciones del caso: reposo absoluto durante 8 días y mucha discreción. Cuando cruzaba el patio hacia la recepción María vivió momentos de angustia y durante la nueva espera estrechaba con fuerza un rosario que llevaba entre sus manos.
Los minutos se hicieron interminables pero al fin la llamaron. José pretendió leer una revista. Durante poco más de 20 minutos, en su cabeza y en su corazón solamente se movió la imagen de la dulce mirada de su compañera. Toda la sala quedó en una penumbra íntima.
Al poco rato apareció María con una palidez extrema. Ella hacía muecas de dolor. Salieron del lugar y compraron dos jugos de botella, luego abordaron un taxi para dirigirse hacia el sur de la Ciudad de México. De regreso a casa se encontraban descompuestos por una mezcla de emociones. Temor, alegría, sorpresa, agradecimiento…Como un remolino se cruzaban en sus mentes y corazones. María recordó un particular momento. “Allá dentro estuve en las manos de Dios”, se dijo.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en México se realizan cada año más de 847 mil abortos clandestinos. El caso que presento arriba, cambiando algunos detalles, es uno de ellos.
En la Ciudad de México, desde hace una década, es legal el aborto dentro de las primeras 12 semanas de gestación. Sin embargo, en el resto de los estados está tipificado como delito; de modo que las mujeres que abortan son criminalizadas y pueden ir a la cárcel, excepto si el embarazo es resultado de una violación o problemas de salud que pongan en riesgo la vida de la madre.
Pero el hecho de que se permita en algunas entidades por causas específicas, no asegura que existan clínicas confiables y gratuitas, pues quienes se benefician de las restricciones legales son los hospitales privados, a los que no pueden acudir todas las mujeres.
De acuerdo con informes de la Secretaría de Salud, el aborto y la hemorragia obstétrica oscilan entre la segunda y cuarta causas más frecuentes de muerte materna, dependiendo del país.
El punto es que estar en contra del aborto no es estar en favor de la vida. Mientras no se garantice la interrupción legal del embarazo en todo el territorio nacional, las mujeres seguirán muriendo en las camas de “clínicas” insalubres; están condenadas a traer al mundo hijos no deseados, que no pueden mantener, o enfrentarse a la cárcel.
Pero ¿qué significa la legalización del aborto? Supone o equivale a una opción segura para que las mujeres decidan qué hacer con su cuerpo y no el aumento en su práctica (aborto). Significa educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto libre, seguro y gratuito para no morir.