Meses atrás, bajo el título “Ideas para una escuela con perspectiva de género: haciendo de la escuela un espacio feminista”, la española Federación de Enseñanza de Comunidades Obreras (CCOO) publicó un fragmento del artículo Breve decálogo de ideas para una escuela feminista, de Melani Penna y Yera Moreno.
La nota causó revuelo en el país europeo y llegó a los titulares de diversos medios ya que, en su texto, las autoras proponen 19 medidas de todo tipo que, a su juicio, facilitarían una educación feminista. Entre esas acciones tan polémicas –como prohibir el futbol en las escuelas– se destaca el punto 7 que enunciaba:
“Eliminar libros escritos por autores machistas y misóginos entre las posibles lecturas obligatorias para el alumnado. Ejemplos de libros y/o autores machistas a eliminar de los temarios: Pablo Neruda (Veinte poemas de amor y una canción desesperada), Arturo Pérez Reverte y Javier Marías (cualquiera de sus libros). Habla de la faceta misógina de ciertos autores legitimados como hegemónicos: explica qué dijeron acerca de las mujeres autores como Rousseau, Kant, Nietzsche, entre otros. Nos ayudará a tener otra perspectiva de la Historia y sus valores. Añade a tus currículo autores que apoyaron la igualdad y el movimiento feminista, Poullain de la Barre, J. Stuart Mill…”
La nota provocó desde una intervención de Vargas Llosa en su espacio en El País, en oposición a esa postura, y una aclaración de CCOO de que ese artículo no representaba la postura oficial de los sindicatos.
Pero el daño ya estaba hecho. Si bien muchas voces se mostraron críticas ante esta sugerencia de callar voces y anular la pluralidad de contenidos en la educación, resulta que la corrección política y la poscensura tienen muchos adeptos.
Al parecer, estas investigadoras expertas en educación olvidaron que las sociedades (en plural, porque resulta imposible hablar de un solo modelo social) contienen un sinfín de perfiles, en donde, en medio de ideas contradictorias, es posible garantizar el valor supremo del ser: la libertad. Que incluye, por supuesto, la libertad de pensamiento. De acordar, pero también de disentir.
Este modelo de callar las voces contrarias, incómodas o calificadas de ofensivas fue visible en Twitter en la última semana. Un conocido catedrático del ITAM, Isaac Katz, compartió con sorna una nota referente a un reporte de un estudio sobre la afectación en el cerebro masculino provocada por la voz femenina. El resultado era predecible. Hubo un repudio generalizado al comentario, que fue desacreditado por sus detractores como misógino.
No se pretende defender el tuit, altamente cuestionable porque el supuesto estudio tenía muy poco de científico. Pero lo que asombra es que la reacción fue tan desproporcionada que se llegó incluso a exigir al ITAM que diera de baja al académico, lo que no sucedió, aunque el plantel publicó un comunicado en contra de la discriminación y en pro de la igualdad.
¿El académico es misógino en el aula o solo se trató de un comentario espontáneo, una broma pesada, una provocación calculada? Lo ignoro. En lo personal no lo sigo. La razón es simple: sus tuits no son de mi rubro de interés. Lo que sí creo es que el desacuerdo con una persona no debe llevar a su aniquilación, virtual o con consecuencias en la vida real.
Hay que ser implacables con la intolerancia, pero no despiadados con el intolerante, o con quien sólo cometió un exabrupto incidental. La censura y la persecución sólo nos pone en el mismo plano de aquello que se busca combatir.
El feminismo y cualquier otra causa de lucha social debe llevar como objetivo generar personas educadas en la libertad. Seres humanos capaces de rechazar las respuestas fáciles, capaces de escuchar, proponer, debatir y dar la batalla en el campo de la argumentación y no del juicio lapidario.
No hay otra manera que educar en la tolerancia sino en sociedades plurales. Uniformar el pensamiento no construye agendas ni discurso de género, sólo ecos.