Por RODRIGO LLANES
Si uno camina por las calles del barrio de la Lagunilla de la Ciudad de México se podrá topar con el nido de Quetzalcóatl. Este se encuentra escondido entre las mueblerías, el Juzgado del Registro Civil número uno y un cementerio amplio de automóviles. La serpiente emplumada emerge pintada sobre la mampostería de cemento y ladrillos con su largo cuerpo doblado en caprichosas curvas que parecen dibujar el infinito danzar del tiempo cósmico. En un extremo vemos su cabeza y sus fauces abiertas que asoman sus implacables colmillos y la lengua danzante; su mirada aguda y penetrante apunta al horizonte futuro. Del otro lado vemos su cola enroscada entre roedores que sucumben a su fuerza mortífera mientras ella agita su cascabel. Sus muchas escamas se han transformado en plumas sagradas de águila, agua que corre y se eleva por el cielo para alcanzar la inmensidad de la tierra: el flujo dúctil del entendimiento vertido desde el cielo a la comunidad de los hombres.
Es dos de julio. Flota en el ambiente una gran esperanza política. ¿Aparecerá ahora sí Quetzalcóatl para estrangular la corrupción y la violencia que nos ahogan? ¿Ha llegado el tiempo para transformar nuestro país en un México justo? Serpiente emplumada es el dios de los ciclos y el cambio, el más antiguo y útil de nuestra religiosidad, pues con su audacia robó a otros el maíz y el fuego y nos los otorgó para vivir. Su convivencia entre la humanidad fundó el mito del gobernante sabio y prudente de la antigua Tollan, hasta que la vejez y la debilidad inducida por beber pulque lo obligaron a abandonar su cercanía con lo humano para viajar hasta el firmamento y aparecer como la estrella del amanecer. Pero empeñó la promesa de regresar un día para restablecer el gobierno justo y virtuoso de su pueblo.
Desde entonces el mito del regreso de Quetzalcóatl está presente en nuestro inconsciente colectivo. Desde la llegada de los españoles la esperanza de su regreso estaba presente entre los indígenas y el choque fundacional de nuestra cultura en la conquista incorporó este mito antiguo y continúa presente en el imaginario político de los mexicanos. En donde pervive la idea, el anhelo, el deseo de un gobierno luminoso que nos devuelva la grandeza perdida, de manos de un líder que conjugue la voluntad de lo divino con la justicia entre los hombres.
Sin embargo, a lo largo de nuestra historia las transformaciones políticas y sociales han distado mucho de materializar el ideal.
Esto no quiere decir que los cambios fueran inexistentes, sino que el resultado crudo y material guarda una distancia enorme con lo que se espera de ello. Ahí el ejemplo de la conquista: cayó el mexica, pero la instauración del dominio español no fue el inicio de un régimen que conjugara la sintonía del cosmos con la justicia social. Lo mismo podríamos interpretar de los siguientes episodios históricos de cambio y de la pervivencia en ellos del anhelo por un momento solar de transformación para nosotros los mexicanos.
Surge entonces la cuestión: ¿Es este poderoso mito el desencadenante de las transformaciones? O bien ¿El mito aparece para legitimar los cambios inminentes? Quizás ocurran las dos cosas a la vez, y por eso los antiguos mexicanos dotaron a la serpiente que repta entre la materia, de plumas para poder volar y elevarse con una visión del porvenir.
Rodrigo Llanes. Chef e historiador. Investiga las diosas y dioses ancestrales y sus manifestaciones en el México presente. @RodrigoLlanes Rodrigo Llanes Castro