jueves 21 noviembre, 2024
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«POLÍTICA DE LO COTIDIANO»: ¿Por qué NO se debe pedir a las víctimas que perdonen?

Por ADRIANA SEGOVIA

Durante el “Primer Foro escucha por la pacificación y reconciliación nacional” celebrado en Ciudad Juárez el pasado 7 de agosto, el próximo presidente de México, López Obrador, tuvo un encuentro tenso y ríspido con las víctimas del crimen y de la guerra contra éste. El principal punto de desencuentro: la solicitud a las víctimas de que perdonen (queda poco claro qué y cómo, pero es la idea general) como una condición necesaria para la pacificación y reconciliación. AMLO dijo “perdón sí, olvido no”, y las víctimas contestaron “no” a ese perdón.

Lo que alcanzo a observar del ganador de las recientes elecciones, mucho más de su lenguaje no verbal que del propio discurso, es una convicción profunda de que acabar con la violencia requiere, entre otras cosas, de un movimiento de las víctimas hacia el perdón. Se sabe que, a pesar de su admiración por Juárez, se posiciona en muchas de sus actitudes y opiniones por su fe religiosa. Y creo que en este tema es desde ese lugar que promueve el perdón. Me parece incluso que muy sinceramente.

Debe haber sido sorprendente para él que, aun poniendo en este acto su mejor voluntad de escucha y empeño por la reconciliación, las víctimas se hayan molestado tanto con una petición “de tan buena fe”.

¿Por qué entonces este desencuentro a pesar de esta buena fe de una parte y de tanta necesidad de escucha de las víctimas? ¿Está bien pedir a las víctimas que perdonen? ¿Es el perdón una condición indispensable para la pacificación y la reconciliación?

En mi experiencia en el trabajo con víctimas de violencia (familiar o social), he escuchado muchas veces que éstas se sienten presionadas por personas que las rodean y que las invitan a perdonar como un requisito necesario para su propia “sanación”. A algunas les hace sentido, a otras no tanto, sin embargo, sí quieren liberarse de su pesar y a veces piensan que son malas personas porque no perdonan a sus victimarios.

El perdón como idea moral tiene “mucho prestigio”. Detrás del concepto hay un fondo religioso, que a veces también toma una forma más “espiritual” o “psicológica”, pero que transmite lo mismo, que solo a través del perdón una víctima puede liberarse de su afectación por la vejación de otro.

Esta idea tiene el problema de centrar en una acción de la víctima la resolución del problema de ambas partes (“reconciliación”), y de la propia víctima (“sanación), dejando en segundo plano si el victimario tendría que hacer algo para ser perdonado o debería asumir una responsabilidad, o si un tercero, la justicia o el Estado, tendrían que hacer que el victimario pagara su falta o reparara el daño.

Por tanto, una acción de pacificación que ponga en primer plano a las víctimas requiere primero que nada, que éstas sean reconocidas como tales y ser escuchadas en su dolor. Después requieren ser atendidas para recibir justicia, al reconocer al victimario como tal, y después algún tipo de reparación. Paralelamente pueden hacer un trabajo personal que les ayude a lidiar con el dolor, sin embargo, su sanación está mucho más relacionada con la obtención de justicia que con el otorgamiento del perdón de su parte. Por eso en este país, con el alto grado de impunidad en todos los niveles del sistema de justicia, hay un verdadero “aullido” permanente de dolor de las víctimas a las que resulta insultante pedirles que perdonen cuando no se sienten ni reconocidas ni escuchadas y mucho menos reparadas.

El perdón es un acto y un proceso absolutamente personal que puede llegar a darse o no, pero que no es indispensable para la sanación personal. Aunque para la reconciliación social sea necesario que las víctimas estén “más tranquilas”, su tranquilidad no vendrá de su voluntad de perdonar, sino de un mínimo de lo ya mencionado: reconocimiento, justicia, reparación. Una víctima puede trabajar con el dolor sin necesidad de perdonar. Si esto aplica en el nivel individual de las víctimas, también aplica a nivel social. El perdón no puede trabajarse, desde el punto de vista terapéutico, como una responsabilidad personal o como un asunto de voluntad o bondad de la víctima, del tipo: “esfuérzate en perdonar, es por tu bien”. Mucha gente se siente perdida ante una solicitud así, porque puede admitir que no puede o no quiere hacerlo, y centrar en esto los esfuerzos de los profesionales, familiares o guías espirituales es culpar a la víctima de su “incapacidad” para hacerlo.

Por lo anterior, también es grave pedirlo desde el lugar de un mandatario. Insisto en que creo en su buena fe, pero ésta, que le genera simpatías en muchos públicos, en este caso le impide ser empático con las víctimas. Por eso las víctimas se sienten ofendidas y no escuchadas y no responderán -con toda razón- a la conminación de un próximo gobernante al acto de perdonar.


Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF. @NASegovia

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