Por IVONNE MELGAR
Las personas que rodean a un dirigente, a un líder, a un gobernante, siempre terminan por determinar su estilo personal de hacer política.
Y en el caso de Andrés Manuel López Obrador, en su versión presidente electo, resulta novedoso, significativo y desafiante observar ahora el despliegue de Olga Sánchez Cordero, propuesta por él para conducir la Secretaría de Gobernación del próximo gobierno.
Lo considero un hecho novedoso porque, a mi juicio, el exjefe del gobierno capitalino estuvo acompañado en ese cargo por mujeres talentosas, sin duda, pero de bajo perfil.
Y en aquellos años trascendió la mala relación política con la entones dirigente del PRD, Rosario Robles, quien tenía un liderazgo importante en el partido.
Muchas mujeres destacadas sin duda participaron en la construcción de Morena y del triunfo de AMLO a la Presidencia. Pero en general se trata de políticas que en su desempeño público dejan muy en claro que actúan en cumplimiento de las directrices del dirigente y futuro mandatario.
En el caso de Olga Sánchez Cordero lo que llama la atención es que la confianza depositada en el liderazgo de López Obrador no le estorba para asumir una voz propia y desplegar su propio conocimiento del país.
Y es que como una destacada protagonista de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la ministra en retiro cuenta con un diagnóstico documentado de la crisis que México afronta.
Todavía más. Al escuchar las entrevistas y exposiciones de Sánchez Cordero sabemos que se trata de una mujer que trae consigo un proyecto contra la impunidad, sustentado en lo posible y en lo deseable, pero sobre todo en el estudio a profundidad de la Constitución, sus recovecos y hoyos negros.
Apenas este lunes, la futura titular de Gobernación asistió a una conferencia convocada en el Colegio de México por Lorenzo Meyer. Las reflexiones ahí expuestas por ella resultaron altamente significativas de los alcances que podría tener el cambio prometido por López Obrador.
Y es que sin altanería ni poses, Olga contó que apenas el fin de semana anterior, antes de irse de vacaciones, el Presidente electo le confirmó su confianza para la tarea encargada.
“Él (López Obrador) sabía perfectamente de todas mis conferencias de prensa y sobre todo de mis artículos en la prensa sobre la despenalización de la droga y me dijo, textual: carta abierta, lo que sea necesario, lo que sea necesario para pacificar este país. Abramos el debate”, narró.
Esa carta abierta significa mucho en manos de una mujer que, en la Corte, desenredó centenares de conflictos entre autoridades de diverso rango y signo partidista, que sabe cómo se las gastan los gobernadores, que entiende cuándo se activan peligrosamente las facultades no escritas de un Presidente, que tiene mediciones milimétricas de la distancia abismal entre la ley y la vida real, que atestiguó inconfesables horrores de la prepotencia política, que contestó miles de telefonemas solicitando favores discrecionales y que entiende –quizá como muy pocos en el entorno del futuro gobierno– que esta sociedad es endiabladamente plural, que la oposición siempre cuenta, que el poder se desgasta, que la justicia es un gran pendiente, que la voluntad política no basta pero que sin ésta no hay destino colectivo…
Por eso, saber que AMLO le da carta abierta a quien puede convertirse en la primera mujer al mando de la Secretaría de Gobernación es, sin duda, una buena señal de contrapeso al estilo político ya conocido del próximo Presidente, marcado por la concentración del poder y la dureza con sus adversarios.
Pero en este inédito nombramiento, también gravita un doble desafío. De entrada, el de una mujer en la emblemática Secretaría de la mano dura, la que ocuparon hombres que ahí forjaron la leyenda de sus biografías de férreo control, mitad políticos, mitad policías, rudos, castigadores, vengativos…
Ese será el desafío de Olga Sánchez Cordero: despachar desde Bucareli bajo la oferta de la pacificación que ella ha descrito como un proceso centrado en las víctimas, la verdad histórica y la memoria como bienes colectivos, la justicia transicional, la reparación del daño y la amnistía.
El desafío, pues, de la futura titular de la SEGOB será construir el andamiaje de la gobernabilidad en esta tercera alternancia. Y hacerlo desde una Secretaría donde Jesús Reyes Heroles y Fernando Gutiérrez Barrios, entre tantos otros, supieron, cada quien a su modo y en su tiempo, que la gobernabilidad era con la oposición y nunca a pesar de ésta.
De manera que el desafío de Olga en la SEGOB también lo será para López Obrador y su gobierno.
Porque si las palabras que este lunes escuchamos de la ministra en el Colmex se vuelven una realidad en el sexenio obradorista, sin duda que se habrán conjurado los temores de avasallamiento, retroceso autoritario y Presidencia Imperial que hoy rondan a la coyuntura mexicana.
Comparto aquí parte de las emocionadas y emocionantes declaraciones que la ministra hizo en el inicio de esta semana.
“Nosotros no vamos ya a simular que en México no pasa nada. Ya es hora de dejar de simular una política de derechos humanos. México está inmerso en la violencia. Somos un país con decenas de miles de personas desaparecidas.
“Debemos trascender forzosamente a la verdad jurídica. Buscar una verdad más amplia que nos permita avanzar. También en la paz, pero en la reconciliación nacional”, expuso.
Que así sea.