Lo que menos le conviene al país es entrar a una etapa final de suspicacia y desconfianza debido a que el puntero en la elección presidencial, Andrés Manuel López Obrador niega estar enfermo. La honestidad no solo se mide en lo material, también en no mentirle al electorado sobre el estado de salud de quien desea gobernarlos por seis largos años. Engañar también es fraude.
No es poca cosa lo que está en juego: se trata del destino de un país convulsionado por la desigualdad, corrupción e inseguridad que ha llevado a un porcentaje importante de ciudadanos a manifestar su respaldo al político tabasqueño para que sea el próximo presidente de la República. De nada sirve que esté grave pero estable, la patria no puede entrar a un coma sin que sea su pueblo quién decida.
La transparencia que en 2015 llevó a la sociedad civil a exigir que los candidatos a puestos de elección popular dieran a conocer sus bienes a través del programa 3de3 debe, por convicción personal, incluir un certificado médico que nos garantice que quienes aspiran a convertirse en primer mandatario de este país tenga las condiciones físicas y mentales para administrar una nación tan vulnerada por gobiernos anteriores.
El riesgo constante de sufrir un infarto no es descabellado e irreal. López Obrador fue intervenido quirúrgicamente por un ataque al miocardio en diciembre de 2013, lo cual significa que el candidato presidencial de Morena está “tocado” como se dice en el ambiente médico, es decir, es un hombre propenso a padecer en cualquier momento otro ataque con el ritmo de vida que lleva; y en el eventual caso de ganar, el riesgo crece exponencialmente por las presiones mismas del cargo.
Los electores, seamos o no afines al tabasqueño, tenemos el derecho a conocer la verdad sobre su salud, sería lamentable y de consecuencias inimaginables que por incapacidad médica del electo, el país terminase siendo gobernado por alguno de los personajes cercanos a López Obrador: Ricardo Monreal, Marcelo Ebrard o Alfonso Romo que llevan tras de sí una serie de acusaciones de corrupción y hasta de crimen organizado.
Recuerdo la noticia con que nos amanecimos el 3 de diciembre de hace cinco años: Andrés Manuel López Obrador se había infartado en su domicilio de Tlalpan. El rumor de no saber si estaba vivo o muerto corrió como pólvora encendida. Entonces, era tan solo el ex candidato presidencial del PRD.
Es importante que a menos de treinta días de la elección para elegir al sucesor de Enrique Peña Nieto, el candidato puntero en las encuestas se sincere sobre su estado de salud, pero no de palabra, sino en hechos: que sea a través de un examen avalado por el Instituto Nacional de Cardiología que se informe a los mexicanos si el fundador de Morena está en condiciones de asumir una responsabilidad de tal magnitud.
Estamos a tiempo de exigir a todos los candidatos presidenciales que, sin excepción, demuestren su plena capacidad física para gobernarnos, si no es así, dignamente y por el bien de México dimitan en sus ambiciones que, entre algunos de ellos, son más personales que de verdadero amor a México.
Ahora bien, juventud no es salud, como edad no es decadencia. Pero, los mexicanos los que votan y los que no tienen edad para ello, requerimos de un Presidente que inicie y concluya su gestión, que lo que hoy son promesas de campaña se conviertan en políticas públicas.
No es deseable sumar incertidumbre, por eso es urgente que quien lleve las riendas de nuestra nación no cometa el fraude mayor de prometer que estará hasta el último minuto, cuando sabe que no podrá. Sería criminal dejar a la población en la indefensión y en el peligro de caer en manos de pillos disfrazados de políticos.
Elena Chávez. Estudió periodismo en la universidad Carlos Septién García. Ha escrito los libros “Ángeles Abandonados” y “Elisa, el diagnóstico final”. Reportera en diversos diarios como Excélsior, Ovaciones, UnomásUno; cubrió diferentes fuentes de información. Servidora Pública en el Gobierno del Distrito Federal y Diputada Constituyente externa por el PRD.