sábado 18 mayo, 2024
Mujer es Más –
SARAÍ AGUILAR

«EL ARCÓN DE HIPATIA»: Sí al coqueteo, no al toqueteo

En la entrega de los Globos de Oro 2018, el negro cubrió la alfombra roja. Una mayoría de asistentes lucieron atuendos negros a manera de protesta. Si bien la intención inicial era mostrar apoyo a quienes han levantado la voz en torno a los casos de violencia sexual en Hollywood, la protesta también se amplió a los acosos que se dan en cualquier ámbito y a la brecha salarial por género, presente en las industrias a escala global.

A pesar de ello, al menos tres asistentes acudieron en vestidos coloridos o estampados. Aunque todas dieron sus motivos, destaca el de Barbara Meier, conocida por aparecer en el reality show ‘Germany’s Next Topmodel’, y quien escribió un mensaje en Instagram, explicando su decisión: “Creo que es una iniciativa muy importante, pero he decidido llevar un vestido colorido esta noche. Si queremos que estos sean los Globos de Oro de las mujeres fuertes que luchan por sus derechos, creo que está mal no poder ponernos ropa sexi nunca más o dejar que nos quiten el goce de poder mostrar nuestra personalidad a través de la moda”.

Por si esto no había cobrado la suficiente notoriedad, en los días posteriores, en Francia, un colectivo formado por al menos unas 100  actrices  e intelectuales firmaron un manifiesto opuesto al clima de “puritanismo sexual” que habría desatado el caso del productor Harvey Weinstein, de acuerdo con sus palabras. La carta, publicada en Le Monde, está firmada  por la actriz Catherine Deneuve, la escritora Catherine Millet, la cantante Ingrid Caven, la editora Joëlle Losfeld, la cineasta Brigitte Sy, la artista Gloria Friedmann y la ilustradora Stéphanie Blake entre otras.

La carta no tardó en crear polémica.

“La violación es un crimen. Pero el flirteo insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”, enuncia la polémica carta. Quizá este aplicaría al muy desagradable incidente que se conoció el domingo sobre el actor Aziz Ansari, que da para debatir sobre cuándo un coqueteo rebasa la línea del consenso mutuo.

En efecto, somos seres sociales y sexuales. Negar la posibilidad de que en relaciones cotidianas surjan atracciones es crear muros alrededor de nuestra socialización. La galantería no es acoso, siempre y cuando no represente un medio de coerción o se convierta en un riesgo hacia la integridad. Si la capacidad de decisión no es afectada y es libre de repercusiones, Denueve no se equivoca al mencionarla como flirteo torpe.

No obstante, es imposible no indignarse ante la abierta posibilidad de tolerar roces o tocamientos no consensuados, como se plantea en otro pasaje del manifiesto. Ahí se menciona que la mujer “puede velar por que su salario sea igual al de un hombre, pero no sentirse traumatizada para siempre por un roce en el metro, incluso cuando eso es un delito”.

En una sociedad donde el cuerpo de la mujer ha sido cosificado hasta extremos imposibles, el convertirnos en extensión de los deseos ajenos, sin tener el control sobre lo que permitimos en nuestros cuerpos, no es negociable.

Pero lejos de centrarnos en las diferencias de opinión, la verdadera joya del documento –y que ha sido dejada de largo por discutirse, entre otras cosas, si las obras de arte deben o no entrar en juicios morales– es cuando se habla de la dignidad de la mujer.

“Los incidentes que pueden afectar el cuerpo de una mujer no alcanzan necesariamente su dignidad y no deben, por duros que a veces sean, hacer de ella una víctima perpetua necesariamente. Puesto que no podemos ser reducidas a nuestro cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esta libertad que atesoramos no existe sin riesgos ni responsabilidades.”

En efecto, porque más allá de las discusiones a veces estériles sobre la línea que separa el piropo del acoso o la caballerosidad del micromachismo, algo que cada mujer debe estar consciente es de su valor.

Si bien no podemos –por desgracia– garantizar que nuestro cuerpo nunca sea agredido, no podemos permitir que esa violencia marque destino.

Es imperativo refrendarles a las víctimas de trata rescatadas, a las mujeres golpeadas y a las niñas violadas la noción de que su valor no ha sido reducido. Que el agresor no es más fuerte que ellas.  Que nosotras optamos por levantar la voz y decir #YoTambien decido seguir adelante. Pues no hay mayor empoderamiento a nuestros victimarios que dejarlos determinar nuestro futuro.

El feminismo es demasiado fuerte, demasiado grande para temblar y rechazar cualquier intento de autocrítica. Eso es propio del purismo en el que germinan fanatismos y sectarismos. Podemos, sin miedo abrirnos a la pluralidad de opiniones. No se trata de decidir entre negro o estampado, o entre que hashtag usar. Esto, se trata de incluir, se trata de decir adiós al puritanismo y dar la bienvenida al feminismo, ese que deja respirar, que no oprime, en el que hay libertad.

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