Cuántas veces no escuchamos decir que los hijos no son nuestros, que debemos darles lo necesario para que echen sus alas a volar, para que sean hombres y mujeres de bien, para que cumplan sus sueños. Así sucede. Algunos hijos lo hacen viviendo en casa y otros se van.
Nadie nos enseña a ser madres y padres. No hay manual; y a prueba de errores y logros, vamos dando lo que podemos en esa incógnita eterna de no saber si está bien. Queda esperar ver los frutos en un futuro desconocido, en esas sorpresas que vendrán y no sabemos cuándo.
Bajo ese contexto, debemos estar fuertes, hacerles saber a nuestros hijos que su hogar (más no la casa), los espera siempre con brazos abiertos y que estamos con ellos. Me refiero a entender que lo que pudimos dar o no, se queda ahí y no se puede hacer más. Ofrecerles opinión cuando lo soliciten y demostrar que estamos orgullosos de lo que hicimos en su momento y lo que son.
Nadie nos dice que este proceso duele. Ese vacío, duele. Es un dolor distinto; no es de duelo, no es de pérdida, no es de abandono… es un dolor que nace en el estómago y aprieta el corazón, que ahí se queda instalado lleno de recuerdos y nostalgia; un dolor al que no pedimos palabras de consuelo sino sólo un buen abrazo silencioso; un dolor que a veces desespera; un dolor de expectativa hacia lo nuevo; es un dolor feliz.
Y por ese dolor feliz: Empieza a enojarme el tiempo.
El tiempo cuando los tenía entre mis brazos sonriendo al suspirar cuando dormían
El tiempo que se atora en la garganta
El tiempo de saberlos lejos y más cerca que nunca
El tiempo de decisiones que marcan la vida
Me enoja el tiempo camino a la escuela escuchando sus canciones preferidas
El tiempo de silencios
El tiempo de enojos que se curan con un beso
El tiempo de lluvia y café
El tiempo de darse topes contra la pared
El tiempo para disfrutar una buena comida
Me enoja el tiempo de circo, futbol, danza y teatro
El tiempo compartido
El tiempo acurrucado
El tiempo de protección ante la envidia
El tiempo cansado
El tiempo de logros, brincos y siestas
El tiempo de mar
El tiempo de potrero
El tiempo interminable de risas y viajes
El tiempo de baile y canto en el tráfico inamovible
El tiempo de chistes y larvas en el piso.
El tiempo que se acaba
En fin, me enoja el tiempo que se va;
el que hoy guardo en mi vida como lo más preciado
Sólo queda esperar el nuevo tiempo.
Ese que necesito con tantas ganas
Ese que no duda en saberlos y tenerlos a pesar de la distancia
El que encuentra una caricia en el alma
Ese nuevo tiempo lleno de amor incondicional,
el que nunca termina
El que los espera,
a toda hora,
algún día…
El que los ama.
Citlalli Berruecos. Tiene estudios de Sociología en la UNAM y la Universidad Complutense de Madrid, España. Licenciatura en Lengua y Literatura Inglesa, UNAM. Maestría en Educación con especialidad en Educación a Distancia, Universidad de Athabasca, Canadá.