jueves 21 noviembre, 2024
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SARAÍ AGUILAR

«EL ARCÓN DE HIPATIA»: Contra los verdaderos chacales

En redes sociales circuló recientemente un video en el que la maestra de una secundaria de Nuevo León sostiene relaciones sexuales con quien se presumía era un estudiante del plantel. El caso fue retomado por sitios informativos digitales.

En el video aparece la docente con el joven, quien con un celular hizo la grabación en un hotel. Versiones periodísticas especularon que la maestra exigía favores sexuales para mejorar las calificaciones y que no era el único caso. El video se tornó viral, acompañado por un sinnúmero de acusaciones e insultos hacia ella. En las redes rápidamente se le apodó #LadyChacal y, como ya ha ocurrido en casos análogos, se hizo pública información personal y fotografías no sólo de ella, sino también de sus familiares.

No es extraño que las redes viralizaran sin la mediación de ningún filtro esta anécdota, sólo por el puro morbo de ver escenas porno. Pero, ¿cuál era el interés periodístico? ¿La denuncia de un caso de corrupción de menores? No hubo tal. La Procuraduría de Nuevo León dio a conocer que la grabación se realizó hace dos años y en ese entonces el joven ya no era parte de la secundaria en la cual la maestra daba clases. Las autoridades descartaron la comisión de un delito, pues el joven no era menor de edad en el momento de la grabación.

Pero ahí no pararon las falsedades: para ese momento ya se habían publicado notas en diferentes portales de noticias, donde se aseguraba que la profesora de secundaria había ofrecido disculpas a través de su cuenta de Facebook a quienes se sintieron ofendidos por la difusión del video. Se trataba de una disculpa falsa, publicada en uno de los tantos perfiles de la profesora, también apócrifos, y que fueron creados gracias a la difusión de este caso.

Lo auténticamente real fue el linchamiento mediático y en redes sociales con el que la profesora fue revictimizada. Todavía, si se googuelea el caso, encontraremos notas informativas no actualizadas en las que se dice “se desconoce si más alumnos serían víctimas de la maestra”.

Hay que subrayarlo todo el tiempo que se pueda: la víctima en este caso es ella. Algunos portales han enmendado en parte su error y ya borraron sus fotos o al menos le han ocultado digitalmente parte de su rostro. Pero el daño ya está hecho.

El hecho que una mujer adulta tenga una vida sexual activa en consentimiento con otro adulto no es noticia de interés público y mucho menos es un delito. Para ninguna persona debe resultar sorpresivo que personas adultas sostengan relaciones sexuales. Además, el tema de la grabación fue en consenso.

Pero, al parecer, siguen vigentes los prejuicios que orientan los comentarios en redes sociales y, peor aún, los criterios de publicación en algunos medios informativos. La maestra es el objeto de las críticas “por zorra”, “¿para qué se dejó grabar?”. Se olvida que cada pareja es libre de disfrutar de la manera que mejor les convenga y que sus acuerdos se pactan en la intimidad. Transgredirlos es violencia sexual.

En algunos países se ha tipificado el “porn revenge” como delito. En México la porno-venganza no está considerada como delito y tampoco hay castigo para quien expone la intimidad de otra persona, vulnerándola en lo más privado. En Nueva York, Brasil, España, Reino Unido y Japón existen sanciones por este hecho. En este último país, la multa es de tres años de cárcel y 4 mil 268 dólares.

En tanto se legisla, no queda otro recurso que llamar a la responsabilidad de los usuarios de Internet para no dar resonancia a los verdaderos chacales que convocaron al linchamiento mediático de la maestra. Y también, a quienes ejercen el periodismo digital, es necesario pedirles un ejercicio más riguroso de verificación y preocuparse más por auténticos asuntos de interés público, antes que arruinar reputaciones para saciar el hambre de clicks.

Nota al margen: mi solidaridad con la maestra que fue vulnerada en lo más íntimo de su ser. Quien haya divulgado el material carece de escrúpulos. Al día de hoy se ignora si la pareja sexual fue quien lo hizo. Equivocamos los dardos, la indignación debió dirigirse a encontrar al culpable de tal bajeza.

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