La pobreza y la misoginia son diferentes marginaciones.
“Todas las mujeres brillantes que conozco han tenido que reemplazar el libre ejercicio del pensamiento complejo por el aburrido derecho a salir a la calle con cartulinas”, así iniciaba un editorial en El País firmado por Valeria Luiselli, que lleva dos semanas causando controversia, y sigue.
Valeria, quien nació en la ciudad de México, es hija del diplomático Cassio Luiselli Fernández, el primer embajador mexicano en Sudáfrica. En su artículo expuso cómo el feminismo se halla inmerso en un sopor sesentero. Las formas de protestar, las ideas a debatir y los argumentos parecen no haber tenido gran avance desde esa época.
Las reacciones en cadena no se hicieron esperar. Esto, que debería ser señal de avance, de intercambio democrático de ideas, se convirtió en un ataque donde los principales señalamientos no iban dirigidos al texto, sino a su origen:
“Se puede ver que no sabes nada del feminismo, ni de cómo viven cientos, miles de mujeres en el mundo ante la opresión y la violencia. Tú no lo sabes, ¿cómo podría saberlo la hija de un diplomático que habla desde su posición privilegiada?”, le respondió Esther M. García desde el blog Lobas: Un cuarto propio.
Pero los textos que la defendían tampoco se alejaban mucho del tono personal: “Lo que les irrita es que una mujer haya triunfado fuera de la aldea, y que esa mujer tenga una herramienta muy poderosa en casa: el lenguaje”, reviró Alejandra Gómez Macchia en su columna La Loca de la Familia Las “buenas” feministas no bailan (en defensa de Valeria Luiselli).
En sí, los ataques y las defensas se perdían entre descalificar o legitimar la participación y opinión de Valeria en la lucha feminista.
Ambos bandos demostraban cómo la lucha por la equidad se convirtió en sectaria, llena de consignas, donde unas y otras luchan por acreditar su participación en ella, como los que van a misa solamente para que todos vean que están ahí, aunque no les importe lo que se diga en el sermón.
Por un lado, están quienes consideran que aquellas que han vivido carencias y el rigor de la pobreza en carne propia son las únicas que han sufrido el acoso, las desigualdades laborales y las agresiones en el día a día.
No se equivoquen. La pobreza y la misoginia son diferentes marginaciones. No se puede negar que combinadas dan un panorama muy negro para quienes así las viven. Pero del otro lado de la esfera social, donde lo económico aparentemente no es problema, la desigualdad por género también está presente. Ahí también las mujeres luchan por hacer valer su voz como personas de carne y hueso y no como princesas o meros adornos sociales. También combaten por posicionar sus ideas en un mundo patriarcal.
Porque tal vez lo único que no cambia es que todas vivimos en un mundo de machos. Por ello, resulta inconcebible que una causa que buscó en su origen borrar las desigualdades y ser incluyente entre géneros, ahora promueva desde adentro marginar y excluir a sus miembros. Que en la batalla diaria por la equidad, se desprecie a aquellas que se consideren diferentes.
A mí no me da pereza la lucha en las calles, pero tampoco me asusta que una mujer de estrato socioeconómico alto dé la cara por las mujeres. Lo que sí me espanta es el pantano de corrección política en los discursos y la pérdida de enfoque de la causa. Y, todavía aún, que consideremos que en aras de ésta se incurra en la autocensura y se renuncie a la libertad de expresión, que es tan legítima como las otras.
Me refiero al hecho coincidente de que es estos días recientes el grupo de rock Café Tacvba haya expresado su intención de modificar la letra de la canción “La Ingrata” (o de plano sacarla de su repertorio), aun cuando ésta se escribió hace más de 20 años, sólo porque un periodista le cuestionó que tenía presuntas implicaciones misóginas.
Valeria Luiselli decidió modificar una línea de su controversial texto porque le horrorizaron “los comentarios ultramachistas y muy violentos” que aquella frase había suscitado.
Patético que la lucha feminista se pierda en un escribir–reescribir pancartas y consignas en cartulinas. Lo que debemos borrar de tajo son los prejuicios que limitan y escribir una nueva ruta. Un itinerario que nos incluya a todas desde cualquiera que sea nuestro frente. Que se entienda que, en la pluralidad de problemáticas y trincheras, se puede converger. Todas podemos levantar la voz si entendemos que la lucha es más que una consigna. Es la causa lo que vale, no la cartulina.
Saraí Aguilar | @saraiarriozola Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, Nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y doctora en Educación.