La ganadora del máximo premio del festival de Cannes.
Continuando con la serie sobre algunas de las películas más sobrevaloradas de este año, toca ahora el turno nada menos que a la ganadora del máximo premio del festival de Cannes, la Palma de Oro. La única palma que yo le daría a I, Daniel Blake es la Palma de Oreo.
Todo se podría reducir a una simple cuestión de gustos, pero ahí cabe todo y ni siquiera valdría la pena ocuparse de lo que cada quien prefiere. Es decir, si movemos el debate al terreno del gusto, no habría mejor argumento que —como bien dice Jonathan Rosenbaum de El Chicago Reader— certificar que una galleta Oreo es buena porque sabe bien y está “bien hecha”. Si partimos de que además de las galletas Oreo hay otros alimentos tanto o más ricos al paladar y que además son nutritivos, entonces nos podemos embarcar en un ejercicio como el que intentaré realizar ahora y que pretende ser algo más que “llevar la contra”.
I, Daniel Blake
Si los argumentos verbales no son suficientes para dimensionar el verdadero valor de una película, el tiempo siempre tiene la última palabra. Unas cuantas semanas después de que se estrenó en Cannes (mayo del 2016), bastaron para mostrar la obsolescencia de I, Daniel Blake.
Cuando Brexit ganó en las urnas, el “desgarrador” drama de un hombre de 59 años exasperado con la burocracia del sistema de seguridad social en Inglaterra, cambió a lo que dentro de poco será nostalgia por una situación idílica; una en la que todavía había un sistema social del cual quejarse. Y si resultaba difícil sentir simpatía por un hombre que mal que bien tenía un gobierno que lo apoyara, a diferencia de prácticamente el resto de los países del mundo—incluido Estados Unidos donde ningún empleado te dice “honey” mientras trata de enseñarte cómo usar la computadora para someter tus formas de desempleo–, mucho menos se puede uno compadecer de la otra protagonista de I Daniel Blake, Katie. La joven madre soltera a quien Blake trata de ayudar recibe del estado benefactor británico una casa amueblada en Newcastle. Su tragedia es que ella estaba muy a gusto viviendo en Londres. Da la casualidad de que ya los únicos que tienen los recursos para vivir en la capital inglesa son potentados rusos o chinos, pero que la reubiquen a ella es señal de la crueldad del Estado.
Ya nada más faltó que se quejara del diseño del tapiz o del color de la alfombra —señales seguras de un gobierno opresor y desconsiderado. Pero que la causa que defiende está fuera de proporción con los tiempos, no tendría que ser motivo para descalificar la película.
El problema es que si haces un filme cuyo mayor “mérito” es el realismo social, por lo menos apégate a eso.
I, Daniel Blake no ofrece nada fuera de la denuncia que hace. Es un panfleto acartonado, previsible y sentimentaloide. Los personajes no son más que estereotipos del sector de la población al que trata de reivindicar, Loach. Nuestro único consuelo es pensar en la veta de inspiración que se le abrirá a Loach cuando se concrete la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.
Anne Wakefield es crítica de cine para AARP, la organización no gubernamental más grande de EU, que cuenta con 47 millones de miembros y es parte del Comité de Selección del Festival Internacional de Cine de Morelia y corresponsal de Formato 21. Antes de mudarse a Washington, DC, en el año 2000, trabajó como reportera, conductora y crítica de cine en Televisa y en el Instituto Latinoamericano de Televisión Educativa (ILCE), radio y revistas. En 2002 participó como conductora del primer noticiario de Telemundo en la capital estadounidense.