jueves 10 octubre, 2024
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#LoMejorDe «POLÍTICA DE LO COTIDIANO»: El mito de la autoestima

 El decirle a otra persona: “échale ganas” y “quiérete”, no equivale a ayudarle. 

Hace tiempo atendí a Martha en un centro comunitario. La enviaba su médico para recibir atención psicológica porque tenía “alta la presión y baja la autoestima”. Si su médico estaba trabajando con su presión, parece que yo tendría que encargarme de su autoestima; aunque Martha no entendiera muy bien ninguno de los dos conceptos, sólo sabía que se “sentía mal” y quería que la ayudaran. Si para la presión había empezado a tomar medicamento, ¿qué hacíamos para “subir su autoestima”?, ¿ella estaba de acuerdo con eso, o era así porque su médico lo decía?, ¿era tan certero un “diagnóstico” como el otro? De hecho, con lo poco que le explicó el médico y lo que empezamos a platicar, vi que a Martha le pasó lo que le pasa a mucha gente, en cuanto alguien asegura que tenemos baja autoestima (más si es un profesional o alguien importante para nosotros), nos “baja” irremediablemente eso que llaman autoestima. 

 

De que existe, existe. Es un concepto útil que habla del aprecio, consideración, valía que tiene uno/a de sí mismo. Y es verdad que a veces uno no se siente muy bien, entre otras cosas, porque se percibe poco valioso o capaz en alguno o varios aspectos de la vida. Sin duda, todos hemos pasado por esos días, ratos, épocas. 

 

El problema para mí es la abrumadora dimensión que toma este concepto en la cultura dominante, expresada en la cultura de la autoayuda, la psicología popular, muchos profesionales de la salud y de la salud mental, los medios de comunicación, la familia, los amigos, que conciben equivocadamente a la autoestima como: 1) una variable tan medible y constatable como la presión arterial; 2) es así de objetiva que su “diagnóstico” depende de cómo lo vean los otros y no la propia persona; 3) como “causa principal” de una serie de males que aquejan a las personas: obesidad, falta de pareja, falta de trabajo, permanencia en una relación violenta o destructiva, depresión, dificultad para terminar proyectos, inseguridad, miedo; 3) como una “carencia” de la que son responsables las propias personas y que por tanto es sólo con su voluntad y esfuerzo que puede “mejorar su autoestima” y 5) si la persona no hace nada por mejorarla, es porque “no se quiere”, es indolente, negligente, irresponsable, ignorante. 

 

Es por ello que esta concepción de la autoestima se vuelve más una idea para que la gente se sienta aún peor por sentirse mal y luego sentirse más mal por no poder hacer algo para sentirse mejor, si la cosa fuese tan fácil como esforzarse. 

 

Hay toda una literatura y programas de autoayuda, también abrumadores, que presionan a las personas a que mejoren su autoestima con muchas estrategias que resumiré en dos ideas básicas“échale ganas” y “quiérete”. 

 

Sólo hablaré ahora de la segunda. Sugerir, invitar, ordenar una acción como “quererse”, primero, es inútil, porque no depende de un esfuerzo o voluntad, equivale a sugerencias como “quiere más a tus hijos”, “acuérdate”, “no te enojes”, “eso no debería molestarte”. Ninguna de esas emociones y sentimientos se pueden controlar (por tanto ni ordenar, ni sugerir), tan sólo ocurren. Uno sólo puede controlar y proponerse actuar sobre lo que le pasa con tales emociones y sentimientos. Cuando alguien le sugiere a otro que “se quiera”, igual que la autoestima, está suponiendo, con arbitrariedad y superioridad, que la persona no se quiere, y la prueba contundente es alguna de sus “carencias”, como las que mencionamos antes. 

 

La autoestima y el amor a sí mismo/a es algo que sólo la persona misma está en situación de valorar, quien lo sugiere se coloca en un nivel de superioridad (aunque sea de buena fe), que considera que ve mejor y sabe más sobre el otro y lo que necesita. 

 

Yo sugiero que si queremos ayudar a otros, hablemos más sobre “el cuidado” que sobre el quererse. Proponer cuidados concretos son cosas que las personas pueden elegir más claramente, mientras que la sugerencia de quererse implica sutilmente una descalificación de la persona que la atrapa porque no sabe muy bien qué debería hacer. 

 

Es cierto que Martha se sentía mal, muy débil física y emocionalmente. Vivía una relación de violencia de años que la había convencido que valía muy poco. Esta situación, como cada una de las “así diagnosticadas”, corresponde a entornos complejos que requieren visiones no simplistas que se concreten en “culpar a la víctima”, porque esto no la ayuda. Si alguien está en un ambiente vulnerable requiere de empatía y atención, no de consejos ni sugerencias de quererse. 

 

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Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF.

 

 

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